Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Faltas de ortografia que nos hacen ¡zas! en toda la cara


Hoy vamos a dedicar la entrada a esos letreros de la calle que nos atacan. Sí, y digo nos "atacan" con toda la intencionalidad del mundo. Porque cuando uno por el rabillo del ojo advierte ciertos errores de ortografía, se vuelve rápidamente a mirar otra vez si ha visto bien, porque te hace ¡zas! en toda la cara.

La palabra "recoger" en el diccionario de la Real Academia de la lengua tiene, ni más ni menos, que ¡24 acepciones! que ya son... Bueno pues en todas y cada una de ellas "recoger"  es con "g" ¡no con j!
Ya sabemos que Juan Ramón Jiménez, nuestro autor de Moguer, todo lo escribía con j. Pero es que Juan Ramón era Juan Ramón... y tenía sus rarezas, pero es que además fue Premio Nobel de Literatura.


Y en la foto de debajo ¿qué tenemos? pues un ¡asta! de toro que también, vayamos de rojo o no, nos quiere embestir.

Es broma... pero evidentemente es otra falta de ortografía.



Porque si buscamos en el diccionario de la RAE la palabra "asta" nos dice:

asta.
(Del lat. hasta).
1. f. Palo a cuyo extremo o en medio del cual se pone una bandera.
2. f. cuerno (prolongación ósea).
3. f. Palo de la lanza, pica, venablo, etc.
4. f. Lanza o pica.
5. f. Arma ofensiva de los antiguos romanos, compuesta de hierro, astil y regatón, que se empleaba como lanza, y también como dardo, para arrojarla con la mano contra el enemigo.
6. f. Cineg. Tronco principal del cuerno del ciervo.
7. f. Mar. Cada una de las piezas del enramado del buque que van desde la cuadra a popa y proa.
8. f. Mar. Extremo superior de un mastelerillo.
9. f. Mar. Verguita en que se fija un gallardete para suspenderlo del tope de un palo.
10. f. Pint. Mango de brocha o de pincel.
11. f. desus. Hilada de ladrillos.

Está claro que en éste caso ese "asta" no puede ser para indicar que hay rebajas de incluso un 60%. No hablamos de banderas, ni lanzas, ni palo alguno, ni tan siquiera como decíamos de "cuernos"...

Hablamos de un "hasta" con h.

hasta.
(Del ár. hisp. ḥattá, infl. por el lat. ad ista, hasta esto).
1. prep. Denota el término de tiempo, lugares, acciones o cantidades.
2. prep. U. como conjunción copulativa, con valor inclusivo, combinada con cuando o con un gerundio. Canta hasta cuando come, o comiendo. O con valor excluyente, seguida de que. Canta hasta que come.
3. adv. t. Am. Cen., Ec. y Méx. No antes de. Cierran hasta las nueve.
~ ahora, ~ después, ~ la vista, ~ luego, o ~ más ver.
1. exprs. U. para despedirse de alguien a quien se espera volver a ver pronto o en el mismo día.
~ no más.
1. loc. adv. Denota gran exceso o demasía de algo.
~ nunca.
1. expr. Expresa el enfado o irritación de quien se despide de alguien a quien no quiere volver a ver.
~ que, o ~ tanto que.
1. exprs. U. para indicar el límite o término de la acción expresada por el verbo principal. Correré hasta que me canse.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados

De todos modos hay que decir en su defensa, que el cartel estaba en una tienda de ropa en la que todos sus dependientes son chinos... Supongo que nuestras haches les deben costar un poco. Y eso que me consta que enseguida hablan el español, he conocido algunos que apenas sabían nuestro idioma y en poquísimo tiempo ya hablaban bastante bien. 

Yo, desde luego, no creo que tardara tan poco en aprender chino.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Noticias felices en aviones de papel. Artículo de Luis García Montero sobre Juan Marsé



Hoy os dejo con otro artículo. Me ha gustado mucho. No os lo perdais. 

Esta vez es de Luis García Montero, el poeta, sobre el último libro de Juan Marsé. Me han entrado unas ganas de leerlo...

Noticias felices en aviones de papel

Actualizada 22/11/2014 a las 15:59    

Juan Marsé acaba de publicar una novela breve. El escritor barcelonés es una parte decisiva de mi biografía como lector. Sus quimeras de posguerra, sus niños obligados a los sueños como consuelo de una realidad hostil y su ciudad llena de supervivientes han marcado mi imaginación y mi melancolía. En la pantalla blanca y negra de un cine de barrio, he aprendido a negociar con el hambre, la mentira, la prepotencia y la zafiedad del totalitarismo. También he convivido con las ilusiones modestas, las bellas lealtades, las insistencias del deseo, las calles pobres y la bondad humana.

Entro en la librería a buscar Noticias felices en aviones de papel (Lumen, 2014). Siento una alegría nerviosa, una extraña y enérgica felicidad que me devuelve a mi juventud. Entonces me temblaban los ojos en busca de un libro de Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, García Hortelano o Sánchez Ferlosio. No soy más que eso todavía, un lector apasionado, pero los años desgastan la energía capaz de confundirnos de manera inocente con la vida. De ahí que agradezca tanto la felicidad íntima que me provoca el libro de Marsé. Se publica en una hermosa edición, ilustrada por María Hergueta con mano figurativa, elegante y pacífica.

Es la misma felicidad que veo en los ojos de mi hija pequeña cuando la acompaño a una tienda para cambiar de móvil. Por eso me siento anacrónico en la librería. Anacrónico y feliz. Bastante difícil es cumplir años, aprender a bailar con las desilusiones del cuerpo y los achaques del alma, como para cargar también con el peso de la indignidad. Nada tan patético como un viejo con camisas de colorines adolescentes, un dinosaurio ye-yé o una flamante capa de pintura sobre un edificio en ruinas.

Cuando oigo algunas conversaciones y veo algunos espectáculos, me confirmo en mi derecho a ser una estación tardía, en mi voluntad de no negar mi anacronismo. Quizá respondo a la desconfianza en el presente, una melancolía reaccionaria, pero también se trata de una forma honrada de respetar a los jóvenes, de no intentar la ocupación de su lugar, robándoles –además– las lecciones que como viejo me han dado los años. Un tanto por ciento de anacronía es algo digno y útil para todos en estos tiempos de prisa, pérdida de memoria y vértigo especulativo.

Estoy hablando de política, de mí y de la novela de Juan Marsé. El argumento sitúa una historia y unas imágenes propias de la alta posguerra en la Barcelona de finales de los años 80. Pero es que vivir es negociar con el pasado, es aclararnos con la sombra que deja nuestra espalda al caminar. La sombra forma parte de nosotros y llega a convertirse en la razón de lo que ven nuestros ojos. Ahí, en esa esquina, está la fotografía del tiempo que pasa y vuelve y no pasa.

La vida reúne a la señora Pauli, una judía polaca que huyó de los nazis y acabó como bailarina en las revistas musicales del Paralelo, y a Bruno, el hijo adolescente de un matrimonio separado. El padre es un hippy. ¡Cuidado! Pocos escritores pueden ser tan perversos como Marsé a la hora de dibujar la figura ridícula de un personaje cualquiera, más aún de un hippy trasnochado. Pero un padre es un padre, un pasado es un pasado, conviene no negarlo, y Bruno deberá tomar conciencia de la responsabilidad de su historia, de su sombra, aunque intente alejarse de ella, hablarle de usted y escudarse en el desprecio.

Aprenderá la lección gracias a las locuras de Hanna Pawlikowska, la señora Pauli, una vieja que sale al balcón todos los días para lanzar aviones de papel con noticias felices. Esos aviones no aterrizan en la Barcelona de los años 80, sino en otra ciudad, en otro tiempo necesitado de esperanzas modestas, y de alimentos, y de miradas compasivas, y del abrigo de una melancolía que tiene su propia verdad y su propia experiencia del mundo.

Quizá leer sea ya una anacronía. Llegan poco a poco las Navidades. Las escaleras mecánicas de las grandes superficies se llenarán de gente en busca de regalos, es decir, de videojuegos, móviles, tabletas, esa colonia tecnológica que marca el olor de nuestro mundo. Si se atreven ustedes a ser anacrónicos, harán bien en regalarse y regalar este cuento de Navidad que ha escrito el maestro Juan Marsé. Bendito sea el pasado.


http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2014/11/23/noticias_felices_aviones_papel_24327_1023.html
 

jueves, 20 de noviembre de 2014

Otra entrada sobre nombres curiosos de tiendas - ¡Imaginación al poder!


Tengo unos allegados muy, muy majos que siempre que van por ahí y ven letreros curiosos, se acuerdan de mí, y me los hacen llegar.

Hoy os quería dejar con algunos de ellos. 

La foto superior es curiosa porque se anuncia "TAPAS" a bombo y platillo que parece un bar, y luego resulta que son ¡tapas! de los zapatos, cómo podéis apreciar... Me la mandaron unos amigos del trabajo de sus vacaciones.

En la foto inferior, de Madrid, tenemos también una tienda de reparación del calzado, pero en este caso han decidido ponerle "Zapa Fast" ¿¡Cómo no?! Reparación rápida hasta en el nombre.

¿Se ponen de acuerdo en las tiendas de reparación del calzado para ponerles nombres ingeniosos? ¿Es casualidad? Habrá que estar atentos a estas tiendas...



Y para terminar os dejo con ésta que me ha enviado también mi compañera de trabajo desde ¿Salamanca? creo que sí, o muy cerquita. Curiosa ¿verdad? "Hielo: La confianza". Pues sí que hay que tener confianza en el hielo... Vaya que sí...

Bueno, no quiero hoy abrumaros con más fotos curiosas. Otro día otras pocas más que ya tengo ahí en la bandeja de salida preparaditas para enseñaroslas.

Espero que os hayan gustado.

martes, 18 de noviembre de 2014

Aureliano Cañadas, poeta, presenta su último poemario en Libertad 8

Aureliano Cñadas, Fabianni Belemuski y al piano Alexando Belemuski
 Adiós, adiós. Adioses

                                      Adiós, adiós. Adioses
                                      Concha Lago

A qué ir y venir
como hormiga hacendosa,
volar
de una a otra lectura
como si fuese pájaro,
sonreir al maestro, sonreírle
a su fiel enemigo,
creer en las promesas
de algún falso editor,
estar al tanto y cuánto de concursos
y ser juzgado como
si hubiese cometido algún delito.

Adiós, adiós. Adioses:

Hoy sé que nadie puede darme más
de cuanto la poesía
me ha dado.

Y sé que ella tampoco puede darme
más de cuanto me ha dado 
la vida.

Aureliano Cañadas
El único que vive



Ayer en Madrid, en el café Libertad 8, Aureliano Cañadas presentaba su último poemario. El titulado "El único que vive", que hace el número 13 de su producción. E inmediatamente tras confesar el numero, apostillaba el poeta que tendrá que escribir otro, porque no se puede quedar en esa cifra... 

Y cómo no sonreir cuando le escuchas decir ésto. Mientras piensas que ojalá llegues a su edad con esa ilusión que pone en su escritura a sus setenta y muchos, que cuando Aure nació también nacía aquella fatídica guerra nuestra. Y no solo querría yo llegar con esa ilusión, sino también con su dedicación, por no hablar de su capacidad y por supuesto su talento para la creación literaria, para sus versos, innegable.

Aureliano Cañadas es compañero no solo de letras, sino de tertulia literaria. Y es una persona no solo admirable sino también entrañable, y qué ripiosa me ha salido la frase pero no la voy a cambiar, porque para mí son las dos palabras que mejor le definen. Aure generoso para con nosotros, que batallamos al mismo tiempo con las palabras, siempre ha favorecido que escritores de aquí y de allá nos conociéramos y nos enriqueciéramos con las letras de los demás. "Niña tienes que conocer a Fulanito... ya verás qué bien escribe.". Ese "ábrete sésamo" suyo con ese "niño" y "niña" almeriense con que nos llama, que ha favorecido que yo haya conocido a muchos escritores interesantes y anónimos de los que aprendo día a día.  

Aureliano Cañadas y Alfredo Piquer, Poeta y Profesor en la Complutense.

Aureliano Cñadas y Javier Díaz Gil, poeta y coordinador de la tertulia Rascamán.


Aureliano Cañadas y José María Herranz, Editor y poeta.


Aureliano Cañadas y Jorge Díaz Leza, poeta.
El poeta con su hija Celia Cañadas, poeta también.


Aureliano además de venir a nuestra tertulia desde hace tanto tiempo que aún éramos taller de creación literaria, asiste habitualmente a la del Círculo de Bellas Artes. Y siempre activo no deja de inventar versos y darlos conocer en lecturas varias con esa naturalidad y esa profundidad con que versifica. Ayer le acompañaban: en nombre de la Editorial Niram Art el novelista Fabianni Belemuski, Alfredo Piquer, poeta y profesor en la Facultad de Bellas Artes de la Complutense de Madrid, Jose María Herranz, editor y poeta, Javier Díaz Gil, poeta y coordinador de la tertulia "Rascamán", y por último y al piano Alexandro Belemuski que puso un broche musical de altura a una lectura íntima y sentida. 

El Maestro Cañadas de las letras volvió del revés un lunes de noviembre y lo hizo especial. Como tantas veces ha hecho. Una tarde de tertulia se presentó Aureliano con una maceta pequeña en una bolsa, me miró y me dijo: "Niña hoy porque te lo mereces, te voy a laurear. Y allí mismo que me hizo entrega de un laurel plantado por él mismo con el que me fui más que contenta a casa. No todos los días laurean a una...

Qué bueno Aure... qué bueno.

Aquí os dejo con algún momento que otro de la lectura de ayer, mientras esperamos a que Aureliano saque su siguiente poemario, que lo sacará ya veréis, y será tan especial como los anteriores.





domingo, 16 de noviembre de 2014

Muñoz Molina - Artículo en Babelia

Poesía y geografía

'Veinte mil leguas de viaje submarino' de Jules Verne es la novela perfecta porque resume las dos metáforas centrales de cualquier literatura: la inmersión, el viaje



Uno de los dibujos de 'Veinte mil leguas de viaje submarino' de la edición ilustrada de 2012, que hizo Agustín Comotto para Nórdica Libros.

En aquel austero comedor no estaban aún el televisor y el frigorífico que ocuparían lugares de honor unos años más tarde. Había una ventana enrejada, una mesa camilla, una repisa de obra en un rincón donde estaba la radio, un reloj de péndulo colgado de la pared encalada. El tictac del mecanismo murmuraba en la caja de madera. Los cuartos y las horas resonaban nítidos como golpes de gong. Yo leía sentado en una silla de anea, apoyando los codos en la mesa, arrimado al brasero, abrigándome con las faldillas, en la casa donde reinaba el frío durante los meses de invierno. No había un sillón ni un sofá donde echarse a leer. De noche, los mayores se quedaban dormidos apoyando la cabeza sobre los brazos cruzados. El único sitio para descansar era la cama, y la cama estaba en un dormitorio helado. Cuando yo leía en ella se me quedaban frías las manos. Sostenía el libro con una mano mientras calentaba la otra debajo del embozo.

Leía en el comedor, unas veces rodeado de la familia y otras, las menos, yo solo. Leía y estudiaba, hacía los deberes. Aprendí a aislarme en el barullo que me envolvía casi siempre: conversaciones, juegos de cartas, seriales en la radio, más tarde programas en la televisión, concursos, películas, espectáculos de variedades. Sumergido en el libro lograba un aislamiento perfecto. Cuando estaba solo tenía de fondo los sonidos de la calle y el tictac y los golpes del reloj.
Eduardo Martínez de Pisón no lo dice pero intuyo que gracias a Verne descubrió su vocación de geógrafo.
Yo le debo la mía de novelista 
Una mañana, mi abuelo materno me trajo un libro de regalo, Veinte mil leguas de viaje submarino. Conservo de él una memoria perfecta: visual, olfativa, táctil. Era uno de aquellos libros providenciales de la editorial Ramón Sopena que se encontraban hasta en las papelerías más modestas. El papel era malo, la impresión defectuosa. Las portadas se descolgaban o se despegaban muy fácilmente. Pero la editorial Ramón Sopena parecía que publicaba toda la literatura universal, a precios tan bajos que ni siquiera para nosotros eran prohibitivos. En la portada del libro de Verne se veía la silueta negra del Nautilus en las profundidades de un mar verde oscuro. La luz de su faro era un círculo amarillo. Era como estar viendo el cartel de una película, una promesa absoluta de algo, la inminencia de la lectura. Abrí el libro, me acodé sobre la mesa, sentado en la silla rígida, la espalda fría y las rodillas calentadas por las ascuas del brasero. Debía de ser una mañana laboral porque nadie entró en el comedor. Cuando levanté los ojos del libro y miré el reloj en la pared me di cuenta de que habían pasado varias horas, las once, las doce, y yo no había oído los golpes del péndulo.

En ese silencio primordial de las grandes lecturas resplandecieron para mí las novelas de Jules Verne

Lo sentimos tan cercano que se nos hace raro no traducir su nombre de pila. Veinte mil leguas de viaje submarino es su novela perfecta porque resume las dos metáforas centrales no solo de su literatura, sino de cualquier literatura: la inmersión, el viaje. No hay lectura que no requiera una completa inmersión ni historia que de algún modo no trate de un viaje.

De Jules Verne se dice, distraídamente, que fue un precursor de la ciencia-ficción y un visionario de las tecnologías del futuro. Pero las fantasías arbitrarias o alegóricas, a la manera de H. G. Wells, no le interesaban, y sus máquinas voladoras o submarinas unas veces carecían de fundamento y otras, más que futuristas, resultaban anticuadas para las tecnologías de su tiempo. Jules Verne, que de muy joven imitó los dramones románticos de Victor Hugo, cultivó siempre un romanticismo menos de la ciencia en sí que del descubrimiento, un entusiasmo por lo nuevo, por las maravillas tangibles que él mismo estaba viendo irrumpir en la realidad. Nacido en 1828, perteneció a la primera generación que experimentaba el ruido, el humo, la velocidad de los trenes, y luego el prodigio del telégrafo, la navegación a vapor, la fotografía, el teléfono, el fonógrafo, la impresión masiva y barata, gracias a la cual una revista ilustrada podía contener al mismo tiempo el relato de una expedición en busca de las fuentes del Nilo y los grabados que la hacían visible, o la crónica de una exposición universal en la que se mostraban maquinarias prodigiosas y danzas y tocados de los pueblos primitivos descubiertos por los exploradores y sometidos colonialmente por ellos, traídos a la metrópolis en veloces buques de vapor.
Jules Verne, que de muy joven imitó los dramones románticos de Victor Hugo, cultivó siempre un romanticismo menos de la ciencia en sí que del descubrimiento, un entusiasmo por lo nuevo
Quizá Jules Verne amaba sobre todo los mapas: la geografía era la aventura suprema del conocimiento. Lo cuenta el geógrafo Eduardo Martínez de Pisón en su último libro, La tierra de Jules Verne, que es una meditación sobre los mundos y los viajes que se contienen en todas esas novelas que él también empezó a leer de niño. La geografía es un saber que linda lo mismo con la literatura que con la ciencia, y que muchas veces se ha mezclado con la ficción, porque ha habido grandes viajeros que han sido también grandes mentirosos, y porque el impulso de la aventura y por tanto de la fábula puede ser más poderoso que el del conocimiento. Por eso atraen tanto a niños fantasiosos que quieren evadirse y quieren comprender, que sienten la misma curiosidad por lo que existe y por lo que no existe.

Leíamos a Verne siguiendo sobre un mapamundi los itinerarios exactos de sus viajeros y calculando sobre el ancho azul del Pacífico la longitud y la latitud de sus islas inventadas. Nuestro sedentarismo forzoso alimentaba la pasión por aquellos viajes que conducían a los límites del mundo, a lo más hondo de las fosas oceánicas, a la órbita de la Luna, al centro de la Tierra, a las distancias del sistema solar. Leyendo a Verne nos seducían por igual, y sin que nos diéramos cuenta, la ciencia y la literatura, el romanticismo de la precisión y la poesía de los nombres: en nuestro mundo de topónimos sabidos y presencias siempre familiares las novelas de Jules Verne nos suministraron catálogos de nombres resplandecientes, nombres de islas reales o ficticias, de ríos, de desiertos, de continentes, de plantas, especies animales, de buques, de personajes que eran más memorables en virtud de los nombres que Verne había elegido para ellos.

Dónde hay en la literatura un personaje que tenga un nombre tan misterioso y definitivo como el Capitán Nemo. Y qué novelista ha inventado títulos que ofrezcan tan tentadoramente lo que nos atrae de la literatura, la promesa de una revelación. Hay títulos y nombres que han estado siempre conmigo, tan fértiles en el recuerdo lejano como en la primera lectura. Muchos otros he vuelto a encontrarlos en el libro de Eduardo Martínez de Pisón. Él no lo dice, pero yo intuyo que gracias a Jules Verne descubrió su vocación de geógrafo. Yo le debo la mía de novelista, y quizá más todavía la vocación de lector. El gusto por el viaje inmóvil, la afición y la destreza para sumergirme muy hondo en las palabras de un libro, en mi silencio de lector submarino al que no llegan los golpes sonoros del reloj.

La tierra de Jules Verne. Geografía y aventura. Eduardo Martínez de Pisón. Fórcola. Madrid, 2014. 440 páginas. 24,50 euros.
www.antoniomuñozmolina.es

sábado, 15 de noviembre de 2014

Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán - Anécdotas de escritores



 Hoy vamos a empezar una sección en este blog que vamos a titular "Anécdotas de escritores".

Comenzamos con una sobre Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Cuando estuve en Gran Canaria, en Las Palmas, visité la casa del escritor y allí nos la contaron.

Ya sabéis que ambos escritores mantuvieron una sonada relación de amor. 

La Pardo Bazán era una señora "de armas tomar". Físicamente era "de gran envergadura". Tenía el título de condesa y buena situación económica con lo cual tenía una libertad que no tenían muchas mujeres de su época. Además era muy inteligente, decidida y liberal, tenía mucha influencia. Fundó la revista "Nuevo Teatro Crítico", y por tres veces casi ingresa en la Real Academia Española.  Además de con Galdós, tuvo amores con Blasco Ibáñez, Lázaro Galdiano... 

Galdós, por el contrario, era un hombre alto y esbelto. Reservado, tímido y solitario, a quién le gustaba mucho más escuchar que hablar. El gran novelista del siglo XIX, contaba la vida cotidiana como nadie. 

Parece ser que el amor entre ellos nació de la admiración mutua. Vamos que cómo pasa tantas veces... Se han publicado un par de libros con sus cartas de amor. Noventa y tantas que se conservan de ella. De él solo se conserva una. Su amor fue en los años 1888-1889. Ella ya estaba separada de su marido, y él siempre estuvo soltero. Ella tenía 37 años, acababa de publicar sus mejores novelas, «Los pazos de Ulloa» y «La madre Naturaleza». Él, ocho años mayor, había editado ya «Fortunata y Jacinta». 

Sus cartas no tienen desperdicio: Ella le llama «miquiño mío», «monín», «pánfilo de mi corazón», «chiquito mío», «roedor mío», «camaraíta», «bobito»... Y, a sí misma, «tu rata», «doña Opas», «tu peinetita», «una buitra»...

Se veían a escondidas en Madrid, en la calle la Palma, junto a la Iglesia de Las Maravillas. 

Pero tan pasional como fue su idilio, fue después su enemistad. Cuando estuve en casa de Galdós en Las Palmas nos contaron que una vez, cuando ya no estaban juntos, se encontraron por casualidad en unas escaleras. 

Cuando se cruzaban ella le dijo: 


-Adiós, viejo chocho...

Y nada más hacerlo supo lo que le iba a tocar escuchar de una pluma tan lúcida como Galdós. Por más que aceleró el paso, aún le dió tiempo a escuchar la contestación de su antiguo amante:

-Adiós, chocho viejo...


jueves, 13 de noviembre de 2014

"La soledad" de Natalio Grueso






 «Muy temprano, con las primeras luces del amanecer, con la piel erizada aún por las caricias, el elegido debía marcharse, con la seguridad de que nunca jamás volvería a vivir nada igual, de que nunca más volvería a visitar el paraíso

¡¡Cuánto me ha gustado este libro!!

Me ha gustado tanto que, nada más terminármelo, me lo comencé a leer de nuevo... Quería volver a descubrir a esos personajes tan originales y saborear esa prosa tan intimista, tan poética.

¿Qué más puedo decir?

"El día de su cumpleaños a Lucas le regalaron cuatrocientas palabras. Gastó las dos primeras en darle las gracias a su madre, y con las catorce siguientes escribió un par de versos dedicados a la chica de la que estaba enamorado. Hacía ya unos meses que la corporación multinacional Pinkerton había comprado los derechos de uso de todos los idiomas del mundo, de todos los lenguajes hablados y escritos, de todas las palabras inventadas."

Es una novela con magia, con una estructura a modo de relatos, que de alguna manera se enlazan unos con otros. Historias cortas que algunas tienen más relación con las demás, y otras menos. Pero todas juntas han formado un perfecto puzzle, donde se comparte el mismo tema: todos estamos solos, todos buscamos la felicidad. O eso creo yo.  

Hay muchos argumentos, al tratarse de diversas historias. Aunque el principal es el de un hombre, Bruno Labastide, a quién no le gustaba la vida gris que le esperaba y quiso cambiarla viajando, convirtiéndose en un caradura guapete y simpático que vivía a costa de las mujeres que seducía. Cuando ya es mayor busca el retiro solitario de una Venecia donde vive la joven japonesa Kioko, de los ojos color miel, que cada tarde elige a la persona con la que va a dormir esa noche en función de sus palabras escritas, de las que más le conmuevan. Y Bruno, que siempre ha vivido inventándose historias, frente a ella se queda en blanco.

Pero cómo os decía hay muchos argumentos porque hay más de una historia. Y por tanto también hay más personajes, todos igualmente originales e interesantes: el recetador de libros, el locutor de radio argentino, el niño que jugaba al futbol, el contrabandista de palabras...

Del mismo modo en las localizaciones espaciales también vamos saltando de decorado: Venecia, Guatemala, París, Buenos Aires, Sanghay... Lugares todos ricos y sugerentes para cualquier historia.

Destaca la prosa cuidada, delicada y poética de este narrador. Un lenguaje lírico, lleno de imágenes. Un tono intimista, suave. Una novela sentimental.

«Llega un momento en que la soledad es tan profunda que te cala en los huesos, como te cala la humedad de los callejones de la Serenísima al relente de las madrugadas de enero, un frío atroz que te devora las entrañas, te paraliza el habla y te adormece los dedos. Un frío miserable que te impide respirar, que transforma tu rostro en el de un payaso patético que no para de llorar, lágrimas que al poco se convierten en hielo, pestañas que son de escarcha

En fin... que lo he leído dos veces porque me ha gustado mucho. Es una novela, un ramillete de historias, para leer despacio, para saborearlo. Disfrutar de sus personajes, sumergirse en esos ambientes, sentir.

Ah y la portada del libro yo creo que está muy bien elegida: tan sugerente como lo que viene a continuación.



 "El peso de la memoria puede ser a veces insoportable, y uno ya no sabe si duelen más los recuerdos felices o los infelices, todos acaban convirtiéndose en tristes."