Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

martes, 9 de marzo de 2010

"El sur de las palabras" Relato de Rocío Díaz


Quería dejaros hoy también, como acompañamiento a la entrada anterior donde comentaba como transcurrió el acto literario "Letras en común", con uno de los relatos que leí ayer.


Se titula "El sur de las palabras" y fue premiado el año pasado en Laviana (Asturias) con motivo del 8 de marzo. Obtuvo el primer premio en el X Concurso de Relatos para Mujeres organizado por el Ayuntamiento de esa localidad. En pocas entregas de premios me han tratado mejor que en ésta, donde unos y otros se deshicieron en atenciones para conmigo y mi acompañante. Nos invitaron a cenar, al alojamiento, a un paseo por los alrededores, a una comida al día siguiente... además del premio económico que ya tenía. Fue muy, muy agradable y guardo un recuerdo muy bueno de mi visita a tierras asturianas de la mano de este relato.

Pero mejor os dejo con él:


El sur de las palabras


Rocío Díaz Gómez



Se llamaba Soledad Crespo Barea y abandonó mi vida dejándola patas arriba. Más de sesenta años después tuve el pálpito de que volvería a saber de ella. Y así no quería saber. Abriendo una fosa no. Prefería seguir viviendo en la duda.

Se llamaba Soledad Crespo Barea. Era resultona, morena y muy bajita, pero no lo parecía, hablaba tanto, tan deprisa y tan requetebién, que parecía crecer un par de palmos en cuánto abría la boca y sacaba las palabras a pasear. Pizpireta, llenaba el espacio con sus gestos y sus risas, con su charla interminable y alegre. Porque ¡hay que ver lo que hablaba esa mujer! Pero aquello de que quién habla mucho, hablará demasiado, con ella no se cumplía. Ella era la excepción a la regla, la excepción a todas las reglas conocidas. Y aunque vivíamos en el norte, en un pueblecito recogido entre las montañas donde apenas sentíamos el sol, coincidimos por primera vez en el Sur. En un lugar tibio, luminoso, entrañable al que yo conseguí llegar de su mano. El Sur de las Palabras. Un lugar que compartimos. Un lugar donde nos hicimos amigas. El lugar donde la vi con infinita pena escapar, casi con lo puesto, una fría madrugada que aún hace tiritar a mi memoria y avergonzarse a mi alma.

- Al sur de las palabras, están los cuentos que os gustaba escuchar de crías cuando ya estabais en la cama y le pedíais a vuestra madre que os contara uno... Porque ¿era vuestra madre, verdad? ¿Me equivoco? ¿A cuántas os los contaba vuestro padre? Ni una mano... me lo temía. Pero bueno quizás eso no sea lo peor, lo peor es que os hayan dado gato por liebre... Porque… ¿A cuántas os han sisado un buen cuento con una oración al Ángel de la guarda, a las cuatro esquinitas de la cama o algo parecido? Me lo temía también. Pero bueno, por partes, de eso ya hablaremos más adelante, cuando lleguemos al norte de las palabras, al reino apasionante pero salvaje y peligroso de las ideas.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y cuando la veías llegar armada con su pizarra, parecía que la pizarra la llevaba a ella y no al revés. En cualquier caso, una y otra eran inseparables. Y allí en esa pizarra, fue donde aquella primera vez, dibujó aquel mapa coloreado, extraño y maravilloso que he sido incapaz de olvidar. En el centro cerros de palabras, montañas de palabras que yo no entendía, que ninguna entendíamos de puro analfabetas que éramos. Pero cada palabra la escribió de un color diferente con esa gran variedad de tizas que iba sacando de los bolsillos de un mandilón largo que llevaba. Al norte de esas palabras unos dibujos, una cruz, un hombre, una iglesia, una sartén... muchos dibujos. Y al sur de las palabras otros dibujos distintos pero más suaves, más dulces, más nuestros: un lobo con los dientes afilados, un arco iris, un príncipe al que todas las jovencitas silbamos cuando pintó de azul...

- Al sur de las palabras hace más calorcito –decía señalando el final del mapa y gesticulando como si estuviera al borde del soponcio- Porque aquí, están esos cuentos que más os arropaban cuando de niñas bostezabais de sueño, aquí las historias con las que gustáis de meceros en invierno al calor de la chimenea mientras coséis. ¿A quién no le gusta escuchar una bonita historia, un entretenido relato, disfrutar de un viaje gratis que os permita volar a otros lugares, a otros mundos? -Seguía diciendo saltando de un lado a otro de la pizarra- Pues todos esos cuentos, esas historias están ahí al sur de las palabras. –Y nos señalaba entusiasmada las palabras y los dibujos, ese curioso mapa que había hecho para nosotras- Solo tenéis que estirar la mano y hacerlas vuestras. Las palabras son cometas, aprendedlas, dejadlas volar y volareis con ellas. Sí, sí, no me miréis así. Porque… ¿Vais a estar esperando toda la vida a que alguien venga y os cuente? ¿No queréis vosotras mismas leerlos cuándo os plazca? No me digas que no. No tener que necesitar de nadie para volar alto y lejos... muy lejos… -Y decía esto subiendo aún más la voz, levantando bien alto los brazos, moviendo las manos en el aire, corriendo detrás de ellas como si volara cometas con los bajos de su mandilón flotando alegres en torno a ella.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y llegó empeñada en enseñarnos a leer. Nos reuníamos en la Casa del Pueblo, éramos mujeres de todas las edades, algunas muy jovencitas, casi sin estrenar la vida, como yo, y otras ya arrugadas como papas viejas. La Casa del Pueblo era el lugar de encuentro. Solteras, casadas y viudas, después de haber aviado la cocina, antes de enredarnos con la cena, nos reuníamos allí. Las solteras nos sentábamos a pasar la tarde haciéndonos el ajuar, aprendiendo recetas y lo que no eran recetas. Las viudas y las casadas llegaban con un crío colgando de cada brazo. Si aún eran pequeños jugaban a nuestros pies, si eran crecidos hacían las tareas de la escuela en otra mesa cercana, mientras todas de cháchara cosíamos, remendábamos lo cosido y volvíamos a coser.

Allí se presentó una tarde Soledad, a quién el nombre no le hacía justicia, pues trajo más compañía con su enorme pizarra y en su cuerpo diminuto que si hubiera llegado todo el ejército de Franco. Nadie la había mentado jamás, nadie la conocía, nadie había oído hablar de ella, ni oiría después, mal que nos pesara. Llegó una tarde y nos pidió prestado un rato. ¡Un rato! Échale. Así era de humilde. Para enseñarnos a leer iba a necesitar mucho más de un rato. Pero estaba dispuesta a eso y a todo lo que fuera con tal de hacernos leer.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y no solo nos alborotó la Casa del Pueblo sino el alma entera. Llegó y pintó su mapa salpicado de letras y dibujos. Nos mostró el Sur de las Palabras y sobre todo nos demostró cuántas ganas teníamos de aprender a leer. Nos demostró como un rato prestado te puede cambiar la vida. Sobre todo la mía. Enseguida congeniamos, tampoco era mucho mayor que yo, aunque oyéndola hablar y moverse así lo parecía. Aparte de con su pizarra y sus palabras llegó con lo puesto. Aparte de con su pizarra y sus palabras llegó con lo puesto. Nos preguntó que dónde podría dormir. El pueblo era minúsculo, allí no se estilaba eso de las fondas o las casas de huéspedes. ¿Qué huéspedes? Si allí se acababa la carreterita, si no estábamos de paso a ningún sitio, si allí no llegaba jamás ningún forastero. Los que venían siempre eran parientes o amigos y tenían ya su sitio. Nos miramos todas y fue la señora Reme la que tímidamente pero con prisas levantó su mano y le ofreció su casa a cambio de compañía. No era un mal trato. Las dos no tuvieron más que mirarse para estar de acuerdo y a partir de esa misma noche allí se quedó a vivir.

La guerra había alterado la vida de muchas personas. Y aunque nosotros estábamos lejos, muy lejos de todo, la sentimos principalmente en que nos había dejado sin maestro. Yo no sé si cuando ella llegó, esto ya lo sabía. Pero la verdad es que se presentó en nuestro pueblo cuándo más lo necesitábamos. A quien no le hizo tanta gracia su llegada, fue precisamente a mi novio, a mi Marcial, que iba para guardia civil y era un muchacho muy avispado. A él desde crío le gustaba mucho leer, y cómo devoraba libros pues sabía un cerro de cosas sabias con las que me engatusaba. Y yo, mimosa, me dejaba engatusar. Estaba muy orgullosa de mi Marcial, estaba muy contenta de que un chico tan listo me hubiera pretendido a mí, que la verdad no era nada del otro jueves. A mi Marcial la llegada de Soledad no le gustó mucho, sobre todo porque enseguida todas las madres le propusieron que se hiciera cargo de la escuela, aunque fuera temporalmente, solo mientras llegara el maestro que nos tenían que mandar desde la capital. Todos sabíamos que para eso se tardaría un poco, porque gracias al conflicto, aunque esté mal usar las gracias para hablar de eso, escaseaban los maestros y para los pocos que quedaban, nuestro pequeño pueblo, remoto y frío, no resultaba un lugar demasiado apetecible. Por eso y mientras tanto, Marcial se había ofrecido para enseñar a los críos, y todos en el pueblo le habían aplaudido su interés y su gesto. Bien orgullosa estaba yo cuando cada mañana le veía pasar por delante de casa camino de las Escuelas: Ahí va mi Marcial pensaba como una gallina clueca, mientras le veía alejarse tan estirado él con los libros bajo el brazo.

Se llamaba Soledad Crespo Barea, y sin querer y sin remedio, vino a quitarle a mi Marcial su protagonismo. Eso pensó él aunque yo aún no lo supiera. Y la verdad es que se lo quitó. Porque las madres del pueblo le liberaron muy agradecidas de su gesto en cuánto que vieron en ella la maestra perfecta, pues aunque casi nunca contaba mucho de sí misma, pronto nos confesó que lo era. Era joven, era alegre, era mujer, era cercana, era tan difícil que no supiera de algo y tan fácil cómo se hacía entender… Se ganó a las madres y ellas pronto le confiaron a sus hijos. Y los críos resultó que estaban encantados con ella, y en cuánto llegaban por la tarde venían contando esto o lo otro que ella había hecho o dicho en la jornada. Era bonito cómo Soledad les incitaba a pensar, a imaginar, a volar… Sólo el hecho de que les llamara caballeros a sus escasos cinco, siete, diez años, ya les hacía sentirse importantes y apreciados.

- “¡A ver caballeros! ¿Quién quiere empezar hoy?” Y Juan, el pequeño de los ultramarinos, levantaba como una flecha el dedo, moviendo sin parar el culo en el asiento, nerviosito, deseando hablar, loco por empezar. “Juan deje usted el baile de San Vito que no va a empezar hoy, que eso ya sé que se le da como hongos, no, no, pero estése bien atento que le tocará la ultima frase...” Y así Soledad se aseguraba que Juan, el pequeño de los ultramarinos, prestara atención durante toda la clase, una hazaña para él mayor que cualquiera de las del Cid Campeador. “Rodrigo, a ver caballero, una frase con “musarañas”, que nos va a dar usted el principio de una historia...” Y Rodrigo, el mayor de los del cementerio, tenía que bajar a toda prisa de su mundo para comenzar la historia que daría pie a la siguiente lección... Esa historia que uno a uno, pupitre a pupitre irían inventando...“¡Germán! ¿Cómo es nuestro protagonista? dénos a sus compañeros y a mí 5 cualidades”, “¡Cincoooo!, protestaba Germán, el del cartero, abriendo los ojos de par en par y elevando el tono de voz como si le hubieran pedido que recitara todos los misterios del Rosario... “Pues tiene usted razón, Germán, todita la razón, contestaba Soledad espabilando hasta a las arañas que trabajaban en los altísimos rincones de aquella vieja escuela, cinco van a ser pocas, dénos mejor diez”. Y Germán parsimoniosamente, sin gana ninguna comenzaba la retahíla: “Serio, holgazán, despistado...” “¡Pero bueno, un momento, un momento, gritaba Soledad ¿Qué hemos aprendido en todo este tiempo...?! A ver Felipe, aproveche ese arte que tiene usted para hacer payasadas, y vaya haciendo gestos a las características que le vaya diciendo Germán”. Y Felipe, el gracioso de la clase, iba haciendo mímica y ahora tenía la cara de palo, ahora bostezaba, ahora tropezaba...

Se llamaba Soledad Crespo Barea aquella maestra que hacía estallar en carcajadas a todos los críos a la primera ocasión, mientras les enseñaba a revolver en el trastero imposible de sus cabezas. Entre bromas y medio jugando, les iba regalando conocimientos, les hacía inventar, desplegaba el mundo ante ellos y se lo enseñaba paso a paso. Mientras, corría de un pupitre a otro, de una esquina a otra de la vieja clase, señalando, nombrando, espabilando, riendo, aplaudiendo, soñando con y para ellos. Y después, aún le quedaban ganas para venir a enseñarnos a nosotras el Sur de las Palabras, enseñarnos a leer y a lo que no era leer. Pronto Soledad y yo nos hicimos buenas amigas y volvíamos a casa juntas paseando y charlando desde la Casa del Pueblo. Pronto empezó a animarme a que siguiera estudiando.

- Tú eres lista, -me decía- y muy joven, puedes hacerte maestra y ganar tu sueldo, ahora por lo menos ganarías 3.000 pesetas al año.
- ¡3.000 pesetas menudo dineral! -contestaba entre carcajadas- ¿Yo? ¡Cómo voy yo a hacerme maestra…! Si acabo de aprender a leer…
- Pues por eso. Ya has hecho lo peor -me decía- ya tienes recorrido el trozo del camino más difícil. Ahora ya te has subido por fin al tobogán, que parecía tan alto… O ¿Pensaste alguna vez que leerías…? -Y yo decía no con la cabeza una y otra vez, con cara de extrañeza y una enorme sonrisa- Pues ahora es dejarte caer por el tobogán, ya verás, una cosa viene detrás de otra. Te gusta mucho aprender, y tienes mucha facilidad, hazme caso…
- Pero Soledad si ya para primavera me caso con Marcial, y luego vendrán los críos…
- Pues que te ayude Marcial con ellos… Entre dos todo es más sencillo… Él guardia civil y tú maestra, y tus hijos como reyes…
- ¡Que cosas tienes Soledad!

Yo me reía y la miraba como si estuviera loca. Qué ocurrencias que me ayudara Marcial… ¡Con la de cosas que él tenía que hacer y que estudiar…! Lo suyo era que yo me ocupara de esos quehaceres, no Marcial… Pero me reía con ella y me gustaba que me dijera y me intentara convencer, porque era muy agradable sentir que alguien creía que yo podría conseguir eso. Alguien como Soledad tan lista, tan rápida de palabra, tan independiente, tan alegre, tan cercana a mí. Lo malo es que yo todo eso se lo contaba a Marcial. Sin darme cuenta ni tan siquiera de lo que estaba haciendo. Se lo contaba como quién habla de su mejor amiga. Se lo contaba con la confianza de que era mi novio. Se lo contaba para que disfrutara conmigo de todo lo que yo estaba aprendiendo. Pero me equivocaba.

No me di cuenta de eso hasta que una noche se presentó Marcial con un papel, que no dudó en enseñarme con aspecto triunfal.


Anexo I

COMISIÓN DEPURADORA DEL MAGISTERIO PROVINCIAL

-HUESCA-

HOJA INFORMATIVA
CON CARÁCTER ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL Y SECRETO


Maestra Nacional Doña Soledad Crespo Barea
Localidad en la que ejerce su profesión: Los Pinares del Ebro
Escuela que regentaba: Escuela Pública de Los Pinares del Ebro
Categoría y núm. del escalafón.

Persona que suscribe el documento: Sr. D. Remigio Rodríguez Pizarro de 36 años de edad, estado civil casado, profesión Guardia civil con el cargo de Comandante del Puesto en Los Pinares del Ebro.


Sr. Presidente de la Comisión Depuradora del Magisterio Provincial de Huesca

Muy señor mío en contestación a su atento oficio de fecha 8 del actual, y en cumplimiento de lo que ordena el Decreto núm. 66 del Gobierno del Estado Español (Boletín Oficial del Estado de 11 de noviembre) para la depuración del personal del Magisterio nacional, tengo el honor de elevar a VI el presente informe, que garantiza su veracidad con mi solemne juramento y firma.
Dios guarde a VI muchos años

LOS PINARES DEL EBRO a 20 de Agosto de 1938
III año triunfal


¡VIVA ESPAÑA!


Yo no tenía ni idea de que era eso. Pero mi Marcial me lo explicó muy requetebién, me lo explicó a su manera, sobrado de conocimientos, cargado de razones, pudiendo demostrarme al fin con pelos y señales quién era esa tal Soledad Crespo Barea de la que yo me estaba haciendo tan amiga y me estaba llenando la cabeza de pájaros, “de pajarracos, mejor dicho”, apostilló. Nunca había visto hablar así a mi Marcial. Nunca. Y no entendía nada, pero a medida que me iba dando sus explicaciones empezaba a ver lo equivocada que había estado contándole todas las cosas que Soledad me decía. Me sentí confundida, dividida entre mis sentimientos hacia él y mi cercanía a Soledad y me sentí culpable, muy culpable, porque algo me decía en mi interior que aquello no iba bien, no iba nada bien. Y no iba descaminada. Hacía semanas que una pequeña revolución se iba gestando bajo cuerda en nuestro pueblo aunque yo no me había dado cuenta. Marcial con resquemor, había estado malmetiendo entre los principales del Pueblo en contra de Soledad. Pronto encontró quién estaba de acuerdo con él, el Párroco, que no veía muy acertados algunos comentarios de Soledad “en su magisterio” decía con palabras rimbombantes. Y también otros amigos, que no veían con buenos ojos las ideas que en sus novias o sus mujeres estaba empezando a sembrar Soledad con su particular forma de ver el mundo.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y aquella noche me aclaró que eran las Comisiones de Depuración. Por qué su nombre aparecía en una de esas hojas informativas con la que hábilmente se había hecho mi Marcial y que tan triunfalmente había puesto ante mis ojos, aunque se suponía que era confidencial. Hasta ese momento mi vida había sido apacible, como la de cualquier muchacha de mi edad, el pueblo era un lugar tranquilo donde nos conocíamos todos o yo así lo había pensado siempre, pero no fue hasta que conocí a Soledad que no me di cuenta de que vivía en tiempos oscuros, tiempos de secretos, de purgas sin sentido. Las comisiones de depuración debían recoger información sobre los maestros de la provincia. La hoja informativa era un cuestionario con preguntas sobre las creencias religiosas del maestro, sus ideas políticas, su forma de enseñar, las revistas a las que estaba suscrito, los grupos que frecuentaba… La hoja informativa se enviaba al Alcalde, al cura párroco, a un padre de algún niño, y al comandante del puesto de la Guardia Civil de cada lugar. Las respuestas eran casi siempre difusas, vagas, con matices casi de condena. La suerte de los maestros afectados por la depuración podía ir desde la destitución, la separación temporal o definitiva de su profesión, el traslado forzoso, una especie de destierro, o ser fusilado sin más ni más.

- ¡Ay Jesús, María, y José! -Dije yo al oírla santiguándome mientras la piel se me ponía de gallina.
- No, ninguno de los tres tiene nada que ver con esto –contestó en voz muy baja y muy despacio Soledad- Existan o no, ya sabes que yo tengo mis dudas, solo a los hombres les podemos responsabilizar. Aunque para llegar a esto se les llene la boca con esos planteamientos y esas razones divinas. Solo son ellos los responsables.

Cuando Soledad me hablaba así, de esa forma tan rebuscada, tan seria y profunda, me costaba entenderla. Yo estaba acostumbrada al lenguaje sencillo, al pan, pan y al vino, vino. Pero fueran las palabras que fueran, yo casi podía tocar su pena, su impotencia, su rabia. En cambio los días siguientes, qué contraste, noté que casi podía palpar la alegría en mi Marcial. Parecía una planta que de pronto riegas y empieza a espabilar, a estirarse, cambiando de color rápidamente. Bien sabe Dios que yo quería a mi Marcial, y que me gustaba verle alegre, y a menudo me dejaba contagiar de esa alegría, y lo pasábamos muy requetebién. Pero esa vez dentro de mí algo me decía que no, que algo no iba a bien, que esa alegría no era sana, no, así no. Y no fue hasta que una tarde nos encontramos con el Párroco cuando me tuve que convencer: “¿Y cómo va lo nuestro Marcial? Hay que dar gracias a Dios de que haya muchachos como tú, serios, formales, con decisión.” dijo el Párroco señalando hacia las Escuelas. Y mi Marcial se estiró ufano y le aseguró con medias frases y gestos “…que aquello ya estaba casi resuelto, que era cuestión de horas…”. No escuché más, pero me debí quedar blanca, se me había helado la sangre.

Aquella tarde en la Casa del Pueblo le conté lo que pude a Soledad. Porque tampoco es que yo hubiera escuchado nada, solo eran medias palabras y un puñado de gestos, solo era una sensación, un pálpito, un mal presentimiento. Pero en el Sur de las Palabras hacía más frío, mucho frío.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y aquel atardecer terminamos antes la reunión para despistar horarios y rutinas, para no ver cumplidos malos presentimientos, para que ella escapara. Yo no podía creer que aquello estuviera pasando, que allí en mi pueblo yo tuviera que vivir eso, que la guerra al fin hubiera llegado a ese lugar remoto y recogido donde vivíamos y nos hubiera empapado con sus rencores y sus separaciones.

Soledad quiso regalarme su pizarra. Y yo que sabía cuánto quería a ese trasto que acarreaba de un lado a otro, se lo agradecí tanto cómo si me la fuera a quedar. Pero la convencí de que a ella le iba a hacer mucha más falta que a mí. Y así la vi marcharse, con lo puesto, con todas sus palabras recogidas, y casi colgando de aquella pizarra que la llevaba a ella y no al revés. Así, con infinita pena la vi escapar una fría madrugada que aún hace tiritar a mi memoria y avergonzarse a mi alma.

A la tarde siguiente, con una sensación triste y creciente de soledad en mi interior, volví como siempre a la Casa del Pueblo. Pensaba que me haría bien la cháchara con las mujeres, los chascarrillos, estar entretenida en las labores, en mi ajuar. Echaría mucho de menos a Soledad, pero como ella me había dicho, tenía que estar contenta pues ya sabía leer. Ya no necesitaría que nadie me contara nada, podía leerlo yo misma cuando quisiera. Y allí estaba, con las demás mujeres, cuando de pronto se abrió la puerta y asomó la cabeza mi Marcial. Yo me iba a casar con él, yo le había querido siempre. Y me alegró verle así de pronto, necesitaba calor, y le sonreí. Pero entonces él que no había pasado el quicio de la puerta, abrió bien ésta, se dio media vuelta, y entró acarreando un bulto demasiado familiar.

- ¿Dónde os dejo esto? -Me dijo con una sonrisa.
- ¡Pero si es la pizarra de Soledad! -Exclamó la señora Reme enseguida muy sorprendida. Y miró a mi Marcial, y me miró a mí.
- Pues ya ve señora Reme, por ahí tirada que la encontré. Tanto que la quería… Si cuando decía yo que no era de fiar… -contestó mi Marcial.

Yo miraba a la señora Reme, miraba a mi Marcial y miraba la pizarra sin poder articular ni una sola palabra. La sonrisa se me había helado en los labios.

Han pasado más de sesenta años desde entonces. Y aunque hay un dicho que dice mala hierba nunca muere, va ya para dos lustros que enterré a mi Marcial. No hay un solo despertar desde entonces que no le dé gracias a Dios porque al fin se lo llevara de mi lado. Ahora leo en las noticias, porque a pesar de esta nube que tengo en los ojos no sé ni cuántos periódicos soy capaz aún de devorar, que van empezar a picar el suelo por aquí, por no sé qué gaitas esas de la memoria histórica. Y por segunda vez en mi vida yo tengo un pálpito, un mal presentimiento.

Se llamaba Soledad Crespo Barea y me quiso bien. ¿Qué más necesito saber? Yo ya tengo mi memoria.

©Rocío Díaz Gómez


"Letras en común" Decíamos ayer...


Ayer tuvimos el acto literario artístico en Villaverde Alto, en la Biblioteca Municipal María Moliner, que teníamos programado para el 8 de Marzo y del que ya os había hablado “Letras en común”.

Azucena Pintor inauguró la exposición “El mito tejido”. Una serie de 9 esculturas cerámicas inspiradas en la naturaleza. Su idea, nos contó en el acto, era haberlas hecho a un tamaño muchísimo mayor, pero claro las limitaciones económicas le obligaron a reducirlo. No por eso, a la vista del resultado, son menos llamativas ni interesantes. Están instaladas en el hall de la Biblioteca desde ayer hasta el día 31 de marzo.



Decorando la mesa en la que estábamos sentados estaba colocado un collage de los que hace Piluca Martínez de Velasco (http://pilupiruletadefresa.blogspot.com/). Que nos lo prestó desinteresadamente para el acto y le agradezco desde aquí. Era un collage donde se reflejaba muy bien el día que estábamos celebrando.

Como podéis ver, ayer todo eran expresiones artísticas.

Después comenzó el acto.



Azucena preparó todo con su delicadeza, su elegancia y su buen hacer habitual. En primer lugar presentó a Helena Aikin, que nos hizo una pequeña disertación sobre los mitos de la creación en diversos momentos y culturas. Helena ha hecho una investigación con los indios, y su disertación fue instructiva y curiosa.


Después presentó a Javier Díaz (http://javierdiazgil.blogspot.com/), como poeta, coordinador del taller de creación literario del C.C. Ágata durante más de trece años, y coordinador del ciclo de Poetas en Vivo realizado al menos en dos ocasiones durante varios meses en la Biblioteca. Javier recito una selección de sus poemas, escogidos todos entre sus diversos libros en función de la celebración. Algunos eran de amor, otros sobre mujeres, pero todos muy visuales, muy llenos de imágenes. Eran poemas que casi se podían palpar y sentir.


Cuando terminó Javier de recitar, Azucena me presentó a mí. Y lo hizo de una forma tan especial que si ya estaba nerviosa me acabó de encoger definitivamente el ánimo. Pero bueno al final conseguí, a medida que iba leyendo, olvidarme de todas esas caras que atentas seguían mi lectura, y como siempre disfruté mucho leyendo.

Para esta ocasión escogí dos relatos:

"El sur de las palabras", que es un relato que me premiaron el año pasado, el 2009, en Laviana (Asturias) con motivo del 8 de marzo. Obtuvo el primer premio en el X Concurso de Relatos para Mujeres organizado por el Ayuntamiento de Laviana.

Y el titulado “Enésimo certamen de relatos para mujeres ‘Tienes que’” que fue premiado en el año 2005 con el primer premio en el IX Certamen de Relatos Breves “Día 8 de marzo”. Convocado por el Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata (Cáceres).



Y por último cerró el acto Azucena, recitándonos varios poemitas muy breves o haikus de un libro suyo que versa sobre la melena. Se trata de haikus inspirados en diferentes y conocidas mujeres.

Yo creo que al final fue un acto interesante y completo, al ir alternando los distintos tipos de lectura, la primera de Helena más instructiva, más de ensayo, con la lírica de Javier, después la narrativa de mis relatos y por último otra vez algunas pinceladas de poesía con los haikus con que cerró Azucena. En esta ocasión desde luego Azucena ha sabido hacer un acto, para conmemorar el día de la mujer trabajadora, donde se han combinado y ensamblado de forma cuidadosa y fluída las distintas artes, la escultura con la literatura a través de la investigación, sobre los mitos, de Helena.
Desde aquí quería otra vez agradecerle a Azucena todo el interés que ha puesto en la preparación y puesta en escena de este acto. Agradecerle que contara conmigo. También agradecer a todas aquellas personas que estuvieron con nosotros su presencia y su cariño. Agradecerles que nos prestaran durante una hora y media sus atentos oídos. Leer en voz alta con ese auditorio silencioso, respetuoso, atento es todo un placer que no se puede explicar.

lunes, 8 de marzo de 2010

Recordatorio: Hoy- Exposición y Acto literario-artístico


Exposición esculturas cerámicas Azucena Pintor
Acto Literario: Helena Aikin, Javier Díaz, Azucena Pintor y yo, Rocío Díaz.
Biblioteca Municipal María Moliner. Villaverde Alto. Renfe Puente Alcocer. Bus: 22, 76, 86, 130, 131
De 19 h a las 20.15 h.

jueves, 4 de marzo de 2010

Receta de tarde provechosa de marzo con salsa de dos exposiciones



Receta de tarde provechosa de marzo con salsa de dos exposiciones

Ingredientes:
2 horas de una tarde invernal de marzo algo soleada
1 Paseo de Recoletos brillante en un Madrid céntrico
1 exposición callejera de esculturas de Xavier Mascaró
1 exposición callejera e histórica “Arte salvado”
4 casetas de libros abiertas en la Cuesta de Moyano
2 zapatos cómodos
Un par de ojos a estrenar
Una pizca de tranquilidad


Para cocinar una tarde provechosa, se hace hueco en el centro de un día medio soleado, con ráfagas del viento de principios de marzo. En ese hueco se cascan un par de ojos a estrenar con dos zapatos cómodos muy usados y se bate todo bien con una pizca de tranquilidad hasta lograr una mezcla suave.

Se deja reposar la mezcla unos minutos, y después se extiende por un Paseo de Recoletos brillante de primeras horas de la tarde de un día laborable. Si fuera necesario, agregar previamente un café humeante que le de más cuerpo a la mezcla. Después, se extiende ésta con mucho cuidado desde la plaza de Colón hasta la cuesta de Moyano. Y se deja pasear tranquilamente durante un par de horas.



Para hacer la salsa se agrega a la altura de Cibeles una exposición callejera “Escultura Monumental” de Xavier Mascaró (“El escultor del hierro” según Carlos Saura). 25 grandes “Budas-guardianes” de hierro “Aunque pesen más de una tonelada intentan plasmar la ligereza" y una gran barca de 17 metros de largo “Las odiseas de aquellos héroes que se aventuraban por los mares". Atentos a la fecha de caducidad de esta exposición: “Hasta el 4 de abril de 2010”.


A dicha salsa y frente al Museo del Prado se le agrega también otra exposición. En este caso una histórica “Arte salvado”, que conmemora el 70 aniversario del salvamento del patrimonio artístico español durante la guerra civil. Vemos un camión de salvamento junto con varios paneles, con imágenes de aquel momento, que van recreando el salvamento llevado a cabo.


Una serie de embalajes de diferentes formas y tamaños se distribuyen a lo largo del espacio expositivo. Estos embalajes dejan entrever reproducciones a tamaño real de las obras más representativas salvadas y forman, a su vez, los soportes para la exposición de información gráfica y documental. Se ha utilizado también una recreación del paisaje de guerra con vehículos y carteles de época, sacos terreros, etc…además de sonido ambiente. Atentos también a la fecha de caducidad de esta exposición: Hasta el 21 de marzo de 2010.



Cuando ya está la masa extendida y se le ha agregado la salsa de las dos exposiciones, se cubre todo finalmente con una visita rápida a las casetas de venta de libros de la Cuesta de Moyano, casetas instaladas junto a la verja del Jardín Botánico y que ahora se ha convertido en una calle peatonal muy agradable de pasear.

Y ya solo nos queda dejar la tarde provechosa con salsa de dos exposiciones, a fuego lento durante dos horas, a una temperatura de mediados de marzo, para que se haga bien por dentro. Y lista para servir.


Aquí tenéis un “plato de domingo” tan fácil de hacer y tan rico que puede degustarse cualquier día… Buen provecho.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Acto artístico-literario "Letras en común" 8 de marzo


El lunes próximo, el 8 de marzo, con motivo del día de la mujer trabajadora voy a participar junto a otros tres amigos escritores en un acto literario.

Se celebrará en Villaverde Alto, en la Biblioteca Pública María Moliner, a las 19 horas.

El acto lo hemos titulado “Letras en común” y en él participaré junto a Azucena Pintor, poeta y artista de quién ya os he hablado en otra entrada de este blog (http://rociodiazgomez.blogspot.com/2009/07/exposicion-fotografica-de-azucena.html), que ese mismo día en el hall de la biblioteca va a inaugurar una exposición de esculturas cerámicas bajo el nombre de “El Mito Tejido”, que estará allí expuesta hasta el 31 de marzo.

Y junto a Azucena Pintor, leeremos Helena Aikin, Javier Díaz y yo. Helena hará una exposición que unirá el arte con lo literario. Javier nos leerá algunos de sus poemas. Y yo, ya sabéis, os leeré alguno de mis relatos.

Nos gustaría mucho que pudierais compartir con nosotros este encuentro. Intentaremos no alargarnos demasiado y promete ser, al menos, distinto.


Ya sabéis:


8 de marzo. De 19 horas a 20.15 h

Biblioteca Pública María Moliner. Villaverde. Madrid. C/ Villalonso, 16. Renfe: Puente Alcocer. Autobuses 22, 76, 86, 130, 131

"Letras en común"

Azucena Pintor, Helena Aikin, Javier Diaz Gil y Rocío Díaz

martes, 2 de marzo de 2010

III Encuentro Literario en Guadalajara

Decían en aquella película, en "El secreto de tus ojos", que "Uno puede cambiar de vida, de amigos, de casa... pero de pasión no, de pasión uno no cambia". O algo parecido. Luego volví a escuchar una frase similar en "Buscando a Eric". Y es cierto.

Mi pasión es la literatura. A estas alturas de la vida yo sé que el placer que siento al escribir un relato, al leerlo en voz alta, al intentar transmitir, al intentar llegar al interior de los demás a través de las palabras, al escuchar a los demás leer sus textos, al conversar de literatura, al compartir las letras, ese extraño placer, es mi pasión. Y eso no se puede explicar, solo sentir.

A mi no me gusta el futbol, no entiendo nada de nada, sin embargo, creo que es algo parecido a lo que sienten los aficionados cuando están viendo un partido. O lo que siente alguien que pinta, o que cose...

El sábado pasado volví a sentir que la creación literaria me arropaba, porque el sábado pasado, el 27 febrero, la tertulia Rascaman volvió a trasladarse por un día a Guadalajara. Y entre todos hicimos sesión continua de nuestra pasión.

Esta es la tercera vez que nos reuníamos con el taller de poesía de la Biblioteca Pública Municipal. Un lugar por cierto, precioso. Es un privilegio que nuestros compañeros de Guadalajara puedan disponer de la Sala Multiusos de ese edificio tan elegante y silencioso que invita nada más entrar a la concentración y al estudio. Siempre es muy agradable volver a verlo, con ese patio interior techado, con sus columnas de piedra, y todo él decorado en su interior de madera y plantas.

Como las dos últimas veces que hemos ido, los compañeros de Guadalajara nos han recibido con mucha hospitalidad, con alegría y nos hemos sentido muy bien tratados. Esta vez había, además de los integrantes del taller de poesía de la Biblioteca Pública, compañeros del Club de lectura que habían querido acompañarnos. Así que al final éramos bastantes conversando en torno a esa enorme mesa que tienen.

En esta ocasión dedicamos la primera mitad del tiempo a conocer la obra y charlar con el poeta y narrador Jesús Jiménez Reinaldo y la segunda mitad la dedicamos acompartir poemas y relatos de los miembros de las dos tertulias buscando como excusa el humor. Pero dice Javier Díaz que él no tiene "ná más que poemas tristes..." Lo dice en broma, claro. Pero una broma no exenta de cierta cantidad de verdad, porque la mayoría de mis compañeros poetas se quejaban de que por más que rebuscaban entre sus repertorios, de humor, de humor, lo que se dice de humor no es que tuvieran mucho...

Así que también se leyeron poemas de otros autores como Lope de Vega o Enrique Gracia.


De Jesús Jiménez Reinaldo yo ya os había hablado en otra de las entradas de este blog (http://rociodiazgomez.blogspot.com/2009/10/un-poema-de-jesus-jimenez-reinaldo.html )
así que no voy ahora a volver a deciros quién es. En esa entrada tenéis uno de sus poemas (este sí que en clave de humor) y podeis releerlo.

En esta ocasión Jesús Jiménez Reinaldo nos presentó su nuevo libro “Los útiles del Alquimista”, que saldrá publicado en abril en Tafalla. Va a ser un libro muy ambicioso, con unos 3.000 versos, algo que ahora no es usual, pues los libros de poesía suelen ser mucho más pequeños. Entre esos versos podría escoger muchísimos, pero solo os voy a copiar algunos de ellos para que os hagáis una idea de la fuerza de sus imágenes:

“Nefasto como una araña de pelos en la nuca”

“Mis pupilas se han ennoviado de las nubes”

“¿Por qué no ser como un día bisiesto?
De vez en cuando tener un día más…”

“El privilegio de envejecer”

Jiménez Reinaldo nos hizo una lectura muy rica en emociones de algunos de sus poemas, combinando algunos más tristes con otros más alegres. Nos leyó un poema que inmediatamente nos arrastró muchos años atrás ya con el título: “Sebastian se lamenta ante Charles en Brideshead” ¿Recordáis la serie televisiva? Una de las compañeras de la tertulia de Guadalajara incluso lloró con el emotivo poema-diario “20 días de julio”. Y nos hizo sonreír a todos con el poemario infantil “Agua con sal”.

Después hicimos coloquio en el que surgieron muchos temas importantes sobre el escribir, sobre los poemas medidos o no medidos, sobre el tono narrativo o no de sus poemas… Y entre esas cosas nos dijo que “El escritor no debe escribir lo que quieren leer los demás, sino lo que uno quiere escribir. Escribir es una apuesta de libertad”. La verdad es que da gusto escuchar a Jiménez Reinaldo, no sé si es por su faceta de profesor de instituto, o porque sabe muy bien explicar cuánto sabe, o sencillamente por eso, porque sabe muy bien de qué habla, es muy buen comunicador.



Y finalizamos con la lectura de poemas y relatos propios o ajenos. Leyó el poeta y antiguo coordinador del taller de poesía Jesus Aparicio (http://jesusapariciogonzalez.blogspot.com/), leyó Pepe, el nuevo coordinador del taller, un romance escrito para sus hijos en la noche de Reyes, leyó David Lerma, compañero nuestro y de quién ya os he hablado, leyó otro romance otro compañero de Guadalajara, leyó Celia Cañadas, también compañera nuestra, un poema premiado de su padre Aureliano Cañadas de quién también ya os hablé en este blog (http://rociodiazgomez.blogspot.com/2010/01/aureliano-canadas-poeta-y-companero-de.htmlmpanero-de.html), y un poema suyo, leyó Javier Díaz (http://javierdiazgil.blogspot.com/) un poema suyo y dos de Enrique Gracia, leí después yo un relato de humor, leyó Carmen Frontera, también de nuestra tertulia (http://carmen-frontera.blogspot.com/ , leyo Feli, poeta y compañera nuestra de Rascamán, un soneto de Lope de Vega... La verdad es que estuvo muy ameno y muy entretenido.






Era la tercera vez que íbamos hasta Guadalajara para compartir textos, poesía y palabras, y como siempre se nos pasaron las tres horas volando. Disfrutamos mucho juntos. Y después fuimos a comer a un restaurante cercano donde seguimos conversando y estirando la sobremesa todo lo que pudimos.


Como siempre fue muy enriquecedor. Fue un verdadero placer, que habrá que repetir.

lunes, 1 de marzo de 2010

¡Albricias!


Hoy que empieza un nuevo mes, voy a empezar también otra sección en el blog que llevo tiempo queriendo hacer. Una dedicada a las palabras.

No sé si os pasará a vosotros, pero a mí hay algunas palabras que me gustan sobre todas las demás. Quizás porque son muy sonoras, porque parecen tener un olor, porque al decirlas hasta podría saborearlas, o porque inmediatamente traen a la memoria un tropel de recuerdos que se ponen la zancadillalos unos a los otros…

Por mil razones yo tengo un lugar en ninguna parte donde guardo unas palabras.



Hoy quería empezar por Albricias.
“Esta palabra se emplea para referirse al regalo que se da al que trae una buena noticia, pero actualmente albricias se emplea principalmente como interjección para expresar júbilo, como hace Carlos Fuentes en este trecho de su novela Cristóbal Nonato (1987):

O sea, sobrinitos, que se acerca el Día Doce de Octubre y la celebración del Quinto Centenario de nuestro descubrimiento, o como dijesen los indios de Guanahaní al ver que se aproximaban las carabelas, ¡Albricias, albricias que hemos sido descubiertos!
La palabra proviene del árabe bisara, que significaba 'buena noticia' y también 'recompensa que se daba a quien la traía'.

La palabra se generalizó en la Península Ibérica a partir del siglo XII, bajo formas muy variadas, tales como alvices, albriças y alvíxeras, entre otras. En portugués se impuso la forma alvíssaras.”

Ricardo Soca


Sábado, 17 de enero del 2009



Me gusta mucho esta palabra “¡Albricias!”, se me llena la boca, sin querer me sonrío, y me contagio de una tibia alegría. Albricias me devuelve a la infancia, me recuerda a los tebeos de mis hermanos, el Jabato, el Corsario de Hierro, el Capitán Trueno. Aunque quizás ni lo dijeran esos personajes, pero da igual, porque cuando pienso en esa palabra veo un montón grande de tebeos y una pared empapelada de dibujos granates. Veo a Lord Bemburry con su peluca y el pie apoyado en una silla, dolorido por la gota. Y de nuevo los veranos vuelven a ser interminables y llenos de lecturas... ¿No es para decir "Albricias"?