Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

martes, 29 de septiembre de 2009

29 de septiembre. Mi cumpleaños. Uno más.


Hoy, 29 de septiembre, es mi cumpleaños.

Apenas quedan minutos para que éste día termine.

Cumplo un año más.

A veces eso da vértigo.

Pero llega tu cumpleaños y te sientes muy acompañada, muy apreciada.

Te miras en fotos donde tu cara era más redonda, tus ojos más inocentes, tu interior intacto, claro. Pero aún así, descubres que sigues ahí, detrás.

Entonces lo celebras, soplas las velas, te miras despacio otra vez y solo dices
:

Crezco.


Qué bien.


Y para acabarlo aún mejor: me regalo, os regalo un pedacito de Eduardo Galeano, de "El libro de los abrazos". Un lujo.



LLORAR

Fue en la selva, en la amazonia ecuatoriana. Los indio shuar estaban llorando a una abuela moribunda. Lloraban sentados, a la orilla de su agonía.

Un testigo, venido de otros mundos, preguntó:


- ¿Por qué lloran delante de ella, si todavía está viva?


Y contestaron los que lloraban:


- Para que sepa que la queremos mucho.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Verbos caprichosos. Artículo


Esta mañana, durante el desayuno, ha surgido a raíz de lo que hablábamos en la conversación, lo curiosa que es la evolución del significado de algunas palabras. Comentábamos al respecto cómo ha cambiado el significado del adjetivo “perdida” tan utilizado actualmente para denominar las llamadas perdidas. Hace algunos años una “perdida” era otra cosa ¿verdad?

Por eso he pensado que como ya ha empezado el cole no estaría mal volver a repasar algo sobre lengua.

En este caso quería dejaros con un artículo sobre verbos. Está extraído de esa página que a mí me gusta tanto, la de la Fundeu. Se titula “La lengua viva: verbos caprichosos”. A mí me parece muy interesante y ameno, espero que a vosotros también. Aquí os lo dejo.




LA LENGUA VIVA: VERBOS CAPRICHOSOS
12/03/2009


La astronáutica nos ha traído un nuevo verbo: alunizar (= posarse sobre la superficie de la Luna). Pero ¿qué pasa entonces con las naves que aterrizan en Marte? ¿«Amartizan»? ¿Y aterrizar en Mercurio, Venus, etc.?


Aprendemos los verbos cuando niños y hemos llegado a creer que ya está todo dicho. Nada de eso. Hay todavía muchas dudas por resolver y, además, surgen nuevos verbos que no sabemos bien qué significan o cómo se conjugan, por ejemplo el verbo nominar, que en el Diccionario oficial es 1) dar nombre a algo o a alguien, 2) designar a alguien para un cargo o cometido, 3) proponer a alguien para un premio. Pero ahora muchas veces es también «proponer a alguien para una elección» y, más novedoso todavía, «incluir el sueldo o nómina en una cuenta corriente». No está en los diccionarios, pero estará.


Algunos refitoleros dicen «inadvertida» para indicar que alguna persona o cosa no ha sido percibida, pero ha calado ya el galicismo «desapercibida» para esa misma función.


Soportar es tanto «sostener» como «sufrir» o «tolerar». Pero ahora lo del soporte magnético nos inunda, de tal modo que «soportar» es también «registrar información», normalmente bajo alguna forma electrónica o informática. Tampoco está en los diccionarios, pero sí en la vida.


Está dicho que «cesar» es intransitivo, equivalente a «dimitir». Pero, como nadie dimite realmente en España el verbo «cesar» va agotando su función y se transforma en una versión elegante de «destituir» a un cargo. Lo más chusco es cuando el amenazado con la inminente destitución dice que «ha puesto su cargo a disposición» del que lo nombró. No hace falta decirlo, superada la esclavitud, nadie está obligado a atarse de por vida a un cargo.


Polémica es la forma de conjugar algunos verbos como «adecuar, evacuar o consensuar». La norma tradicional era conjugarlos como «averiguar», esto es, habría que decir «adecua, evacua o consensua». Pero en la realidad se impone muchas veces la forma malsonante de «adecúa, evacúa y consensúa». Me cuesta aceptar ese asalto, pero la lengua es cosa viva.


Pase lo de «jugar un papel importante», aunque sería mejor decir «representar un papel importante», pues se trata de una metáfora del teatro. Pero lo que resulta inadmisible es «jugar papel importante». Por cierto, el «protagonista» es el que juega un papel importante en algún suceso o representación. Parece un poco excesivo que la lluvia sea la protagonista del día. Resulta aún más ridículo decir algo así como «protagonista somos todos» o «el pueblo es el protagonista». En griego el «protagonistés» es el combatiente de la primera línea (es decir, una fuerza de choque, que diríamos hoy) o el actor principal de una obra.Me gusta mucho el verbo «descambiar» (= devolver una compra a cambio del dinero que costó o de otro producto equivalente). Es algo distinto a «cambiar» (= dejar una cosa para tomar otra).


La astronáutica nos ha traído un nuevo verbo: alunizar (= posarse sobre la superficie de la Luna). Pero ¿qué pasa entonces con las naves que aterrizan en Marte? ¿«Amartizan»? ¿Y aterrizar en Mercurio, Venus, etc.? Esa línea de nuevos verbos parece absurda. Mejor será dejar lo de «aterrizan» para posarse sobre cualquier planeta. Lo de «alunizar» queda, como un divertido neologismo, para robar en una tienda después de romper violentamente la luna del escaparate.


La jerga económica nos ha regalado algunos verbos muy divertidos, como descontar (= suponer, conocer de antemano) o dejar (= perder punto en el juego de la Bolsa). Tampoco esos sentidos están en los diccionarios, ni siquiera los de uso, pero no tardarán en ser admitidos.



Autor
Amando de Miguel

Libertad Digital, España

Martes, 10 de marzo del 2009

viernes, 18 de septiembre de 2009

"Sé que me quieren porque me cuentan cuentos" Relato de Rocío Díaz


Ayer llovía en Madrid.

Debería haberme acostumbrado a la lluvia después de tantos días bajo sus gotas en Costa Rica, pero me temo que no ha sido así. La lluvia encoge mi ánimo.

Aún así, tuve suerte. Al final pasé la tarde leyendo cuentos a mis sobrinas. Sus pequeños oídos, aún nuevos, son incansables a los cuentos. Y reconozco que eso me encanta.

Esto me ha recordado un pequeño relato que escribí hace ya tiempo y que me publicaron en el diario de León en junio del año pasado.

Se titula “Sé que me quieren porque me cuentan cuentos” y espero que os guste porque dice algo así:



“Sé que me quieren porque me cuentan cuentos”Mi Sole y yo hoy nos hemos sentado a inventar un cuento.

Estábamos las dos solas en casa. Silenciosas, aburridas, las dos mirando por la ventana. Llovía, llovía como si todas las nubes del mundo se hubieran puesto de acuerdo para deshacerse a la vez en una lluvia tormentosa y enfadada que se desplomaba en chaparrón sobre nuestro ánimo, empapuchándole como a papel mojado. Por eso le sugerí a mi Sole lo del cuento. Ella, al escucharme, me miró con los ojos brillantes pero enseguida ofreció una excusa para ni intentarlo: “Pero si yo no sé inventar cuentos...” dijo acabando fulminantemente con mi sugerencia.

Pero yo conozco a mi Sole, y sé que no es fácil sorprenderla, ni entretenerla, ni convencerla para que abandone su actitud taciturna y su talante solitario. Por eso necesito disfrazarme con un entusiasmo que yo misma siento muy lejano, pero que sé que para sobrevivir a aquella tarde las dos necesitábamos como al agua que no dejaba de caer y caer y caer...

“Venga, le dije, algo se nos ocurrirá...” “No, mejor nos quedamos aquí viendo llover...” A mi Sole no le gusta esforzarse, ni colaborar, ni implicarse en nada que no sea la mera contemplación y sus perifrásticas circunstancias. “Yo no sé inventar cuentos...” decía una y otra vez excusándose sin dejar de mirar la lluvia. Así que tuve que tirar de ella para separarla de la ventana, tuve que arrastrarla hasta la salita y desplegar ante ella tantas alternativas como una cola de pavo real.

“Ya, ya lo sé..., dije con paciencia mientras la empujaba a sentarse a mi lado, por eso... Podríamos hacer una guija e invitar a los hermanos Grinn... ¿Qué te parece?” “No, no -dijo mi Sole- que sus personajes eran malos, muy malos ¿O no te acuerdas de Barba azul o la madre de Blancanieves...?” “Bueno –contesté armándome de paciencia- pues hacemos una guija e invitamos a Andersen... En sus cuentos había buenos y menos buenos, nunca malos...” “No, no -dijo entonces mi Sole- Andersen era poco original, solo se inspiraba en relatos populares...” “Bueno -contraataqué yo- pues entonces invitaremos a Perrault...” “No, no -dijo también mi Sole- Perrault era demasiado moralin, como los Grinn...” y sin esperar respuesta se levantó y otra vez se fue a mirar como llovía. Porque seguía lloviendo, lloviendo con una lluvia cabezona, indiferente a mis esfuerzos, una lluvia ingrata que casi parecía reírse de mis frustrados intentos por arrastrar a mi Sole lejos de ella...

“Vale... –me rendí yo- nada de guijas... pero entonces nosotras mismas nos inventaremos a nuestros personajes...” “Que cosas tienes... ¿Pero es que no ves que ya están todos inventados?” me contestó ella sin mirarme justo antes de que sonara un trueno que puso el mejor punto final a su interrogación retórica y amenazó con aplastar por completo mi fingido entusiasmo. ¿Ya están todos inventados? Y sin hablar me acerqué otra vez a su lado y muy cerquita de ella yo también me quedé contemplando la lluvia... ¿Todos inventados? Parecía que la tormenta se iba alejando, aún sonaban truenos, aún algún que otro rayo parecía iluminar el cielo gris, pero lo hacían cada vez de forma más tenue, cada vez los truenos parecían escucharse más en la lejanía... Pero la lluvia, como si quisiera demostrar que estaba allí, no dejaba de caer, constante, copiosa, infatigable, aplastante, odiosa.

“Pues... si ya están todos inventados, inventaremos otros... o mejor los reinventaremos...” dije yo con terquedad ante esa lluvia odiosa, fingiendo renovados ánimos, plantándole cara a esa enemiga húmeda que se estaba llevando a mi Sole a su terreno pantanoso y melancólico. “Pero ¿Qué dices?...” contestó ella. “Lo que oyes -atajé yo-”. Y tirando de nuevo de ella me la volví a llevar conmigo hasta la salita, la volví a obligarse a que se sentara a mi lado y obligué a su atención a que se solidarizara con mi disfrazado buen humor.

Y decidí seguir marcándome faroles, al fin y al cabo, me dije, eso es inventar cuentos. Y aprovechándome de que mi Sole estaba desprevenida empecé a atacar: “Que te parecería..: ¿Un hada madrina sacándose un sobresueldo como majorette? ¿Una bella durmiente con insomnio...?¿Una maquina de la verdad llamada Pinocho? ¿Una princesa embarazada...? Mi Sole, no sé si apabullada o sorprendida por el bombardeo, apenas tenía tiempo de protestar... ¿Una blancanieves angoleña? ¿Una sirenita reivindicando un plus por humedad? ¿Un príncipe rosa...?...

De vez en cuando mi Sole amenazaba con levantarse para ir a mirar otra vez la lluvia que se empeña en seguir cayendo, insistente, pertinaz, incansable, tranquila y constante. Pero desde mi sillón yo seguía diciéndole: “Un soldado de plomo haciendo la prestación social, un patito feo con gripe aviar, el lobo de los cerditos aquejado de poca capacidad pulmonar, una cenicienta con el síndrome de Diógenes...

Y al final, hasta parecía que mi Sole me prestaba atención, parecía que por momentos olvidaba la lluvia. Jugamos al escondite con los personajes de siempre, al rescate con los que nos inventamos, al balón prisionero con los argumentos... Hasta que perdí de vista a mi Sole. “¿Sole? Sole que al escondite ya hemos jugado...”

Al principio me inquieté, pensé que de nuevo estaría mirando a esa lluvia ladina y sigilosa que espiaba nuestros cuentos. Pero cuando llegué a la ventana, allí no estaba. No estaban ni mi soledad ni la lluvia. Había dejado de llover y no me había dado ni cuenta. Solo quedaban titiritando algunas gotas colgando de las barandillas, balanceándose temblonas, a punto de caer, derrotadas ante un sol que comenzaba a reflejarse, a sacar brillos, a hacer muecas a un pavimento empapado.

Mi Sole, mi soledad se había ido... Y yo, quizás, y a pesar de ella y de la lluvia, hasta fui capaz de inventar un cuento, uno que no empezó nunca pero que puse a tender en estos folios.

©Rocío Díaz Gómez

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La creación de los personajes: Lisbeth Salander




Estoy leyendo en este momento el tercer libro de la trilogía de Milleniun “La reina en el Palacio de las Corrientes de Aire”. No me leí el primero de ellos porque vi la película. Y la verdad es que me pareció tan entretenida y con un personaje tan rico en matices como era Lisbeth Salander que me apetecía mucho saber más sobre ella y la historia. Así que este verano me he leído en una semana el segundo libro: “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” y ahora estoy enfrascada en el tercero, deseando tener un ratito para volver a él. Lo confieso los estoy devorando.

Sobre esta trilogía hay un acérrimo enfrentamiento entre los partidarios y los no partidarios. Claros ejemplos de ellos han sido las palabras de Donna León o de Vargas Llosa al respecto. No puede negarse que parece contagioso lo de leerse a Larssom o lo de criticarle ya sea a favor o en contra. Pero es indudable también que sus tres libros han conseguido cifras espectaculares de ventas. No sé cual es el secreto de esa pasión que ha levantado, quién lo supiera. Pero sí que creo que nadie puede negar que el autor ha sabido como crear empatía con el lector, porque ¿quién solo por contagio o porque se lo han recomendado se va a leer tres libros de casi mil páginas?

En cualquier caso, sea por lo que sea, a mí las dos últimas me parecen muy entretenidas. Y creo sinceramente que de haberme leído la primera, me lo hubiera parecido aún más.

De cualquier modo esta entrada en el blog es para hablar de sus personajes. Porque creo que eso es lo mejor de esta trilogía. Lo que más me gusta. Bien sé, lo difícil que es crear un personaje que tenga verosimilitud, que tenga proximidad. En los libros de Larsson hay muchos, muy diferentes, pero bien definidos. Y dentro de ellos, como ya he dicho, tengo debilidad por uno de sus protagonistas, el personaje de Lisbeth Salander. Personaje que según el propio autor surgió ante la pregunta: ¿Cómo sería Pippi Calzaslargas si hubiera crecido en la sociedad actual?
Lisbeth es rara, nunca habla de sí misma, es conflictiva, compleja, antisocial, traumatizada, pero al mismo tiempo tiene un ideal de justicia social impecable, es defensora acérrima del desprotegido y posee unas cualidades intelectuales asombrosas. Para alguien como yo a quién le gusta escribir e inventar personajes, el de Lisbeth me parece muy atractivo, tanto por su físico como por sus cualidades internas. Es un personaje lleno de matices, una caja de sorpresas.

Como dice Vargas Llosa el 6 de septiembre en EL PAÍS : “…Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable … Menos mal que está allí esa muchacha pequeñita y esquelética, horadada de colguijos, tatuada con dragones, de pelos puercoespín, cuya arma letal no es una espada ni un revólver sino un ordenador con el que puede convertirse en Dios -bueno, en Diosa-, ser omnisciente, ubicua, violentar todas las intimidades para llegar a la verdad, y enfrentarse, con esa desdeñosa indiferencia de su carita indócil con la que oculta al mundo la infinita ternura, limpieza moral y voluntad justiciera que la habita, a los asesinos, pervertidos, traficantes y canallas que pululan a su alrededor…”

Lo reconozco me gusta mucho este personaje. Y no creo que sea solo porque crecí al mismo tiempo que Pippi Calzaslargas, esa amiga rara con quién me encontraba cada tarde de domingo en ese patio enorme en blanco y negro que era la primera cadena de tve. No, no es solo por eso. Pero ya me gustaría a mí haber crecido tan rica en matices como ella. Eso es la magia de la literatura, de la escritura, que te permite inventar personajes tan maravillosos, tan completos, que difícilmente existirían en la realidad.

©Rocío Díaz Gómez

2222 visitas ¡Que bonito!



Entro en mi blog para poner una nueva entrada y me llevo la buena sorpresa de ver que he tenido 2.222 visitas. Que número más bonito ¿no?


Gracias, muchas gracias a todos.


Aquí seguimos. Claro que sí.


Rocío Díaz


Madrid, 16 de septiembre de 2009


viernes, 11 de septiembre de 2009

De vuelta. Costa Rica.


















Entre un “Pura vida” y un “Mucho gusto” palpita Costa Rica.

Los ticos, como se llama a los costarricenses, por su afición a terminar las palabras con esos diminutivos, suelen saludar con un “Pura vida”. Y cuando ya has estado allí comprendes ese saludo.

La VIDA, con mayúsculas, salpica cada instante de aquella tierra. La VIDA estalla por los aires y se desliza por el tobogán natural de sus frondosas y verdes plantas, la VIDA empuja sus raíces gruesas hasta sacarlas de la tierra, se posa en todos esos seres que la habitan, que crecen, se mueven, reptan y vuelan libres a tu alrededor. Cocodrilos, monos, pájaros, mariposas, arañas, mapaches, lechuzas. Sus ojos están siempre sobre ti, atentos a cada paso que das. Latiendo a tu lado. Conviviendo contigo en natural armonía.

La VIDA allí, también te moja y te seca para “despuecito” volverte a mojar. Hay un decir, como lo llaman ellos, que habla de su revoltoso clima: “Si no te gusta el tiempo, espera un momento”. Porque así cambia, de rato en rato, tan pronto te achicharra ese sol que cae a plomo sobre ti, como te empapa hasta los huesos ese diluvio que traen unas nubes traviesas y rápidas que de pronto han cubierto lo que era un azulísimo cielo. Quizás tengas suerte, quizás solo sea “un pelo de gato” fino y constante lo que vaya humedeciendo tu paso que se ha hecho tranquilo a fuerza de acomodarse al suyo. Y mientras sientes como tu impermeable, tu mochila, tu pelo, cada centímetro de tu piel chorrea ya sin remedio te quejas con el tono desdichado del no que está acostumbrado a mojarse, en un lamento de “Puuuuura vida”…

Tiene Costa Rica la piel del platanito. La de esos platanitos que ellos comen pero no cocinan. Para cocinarlos están los más grandes, los que a nosotros nos dan en los hoteles. Tiene Costa Rica su pequeño tamaño, su dulce sabor a jugo de fruta madura. Tiene Costa Rica el semblante de sus mil colores, el de la orquídea, el de la riquísima piña, el de la guayaba, el de los bananos, el café, la canela y la sandia. Tiene Costa Rica el olor de la tierra húmeda, la resistencia y firmeza de su base volcánica. Tiene la generosidad de dejarte volar en canopy por las copas de sus árboles, ofreciendo a tus admirados ojos su grandeza. Tiene la humildad de dejarte casi bucear entre sus profundidades, entre sus peces de colores y sus corales escondidos.

Tiene al fin Costa Rica, “unos ticos” de paso lento, pero de talante servicial y agradable. Guarda unos costarricenses que hablan tanto como “un encontrado que estuvo desaparecido”, que comen tanto “arroz con siempre” como si nunca lo hubieran comido a pesar de haberlo desayunado, almorzado y cenado el día anterior y el anterior y el anterior. Tiene Costa Rica unos costarricenses que uno difícilmente podrá olvidar.

Sí. Entre un “Pura vida” y un “Mucho gusto” palpita la Costa más Rica.

Gracias, piensas casi con tristeza cuando el avión despega separándote de ella. “Mucho gusto” susurra ella. Con esa forma tan suya y peculiar de contestar “de nada”. Gracias. Repites, despacio y sobrecogido. “Mucho gusto” susurra otra vez ella, con su voz profunda de tierra rica y amable, alejándose poco a poco de tu vida. “Mucho gusto”.



© Rocío Díaz Gómez
Septiembre de 2009

viernes, 21 de agosto de 2009

"Aviones de papel en el cementerio" Relato de Rocío Díaz


Hoy es viernes.

Los viernes son promesa de tiempo libre, de relajación, de ocio. Los viernes son promesa de vida.

Por eso os voy a regalar un relato.
Esta vez tendrá que ser uno de los míos. Os dejo con "Aviones de papel en el cementerio", un relato que premiaron hace ya tres años, en Villarubia de los Ojos, con el primer premio en su Certamen Nacional de Literatura, modalidad de prosa, 2006. Recuerdo que fue una entrega distinta. Bueno en realidad cada entrega de premios es única. Qué tontería. Pues bien ésta se hizo en verano, al aire libre, por la noche, en un gran auditorio en el que se dió el Pregón de las fiestas, se nombró a las Reinas de las fiestas de ese año, y se dieron los premios de literatura, prosa y poesía. Toda una celebración. Y luego todos juntos a cenar. Fue curiosa. La verdad.
Y hasta allí me llevó este relato.
¿Quién no ha hecho alguna vez un avión de papel? ¿Quién no lo ha echado después a volar? Lejos, muy lejos, tanto como uno desearía echar a volar las penas o las preocupaciones.

Pues de algo así va esta historia. Pero mejor la leeis y luego ya me decís ¿No?
Espero que os guste.


Aviones de papel en el cementerio


...Que nosotros seremos mayores, pero leche que no somos Adán y Eva, le decía yo a mi Genaro. Pero claro no porque fuéramos a quedarnos como ellos salen en los cuadros, con todas las vergüenzas casi al aire, a ver que se va a pensar usted de nosotros, que seremos mayores pero muy decentes, que no ha sido premeditao, ni somos unos pervertidos de esos que salen en las noticias... Mayores sí... pero no Adán y Eva, ni por los años ni por nada, no fastidien... Yo era por animarle a hacer una locura... Pero entiéndame locura y animarle en el mejor de los sentidos...

Pero con decir que éramos viejos y que los viejos pa qué iban a estar con esas tontunas... de ahí no le sacabas. Que a estas alturas que qué necesidad había... pues menuda diversión... No lo hicimos de jóvenes y lo vamos a hacer ahora, de viejos, a ti se te ha ido la cabeza Trini, no fastidies... ¿Qué necesidad hay...? Y yo le decía: Que no Genaro, que vieja es la ropa, que nosotros viejos no: mayores... ¿Y además por qué no? le decía... ¿Por qué no...? ¿Quién nos lo quita...? Pa chasco va a ser cosa de necesidad, necesidades nosotros y gracias a Dios ya bien pocas, lo sabes tú Genaro, lo sabes tú mejor que nadie, le decía, y lo sabe usted porque se lo estoy contando tal y como es, necesidades nosotros bien pocas y todavía ésta me funciona... la cabeza la tengo sobre los hombros y bien sobre los hombros, como le dije también a él, que te veo venir Genaro con esa cara, que no, que tampoco es que me haya trastornado del disgusto hasta ahí podíamos llegar... al cabo de tantos lustros... Y tampoco por divertirnos, pues claro que no, que no es eso... Si nosotros ya no somos ningunos chiquillos, a la vista está... ¿Y no vamos a saber a estas alturas divertirnos más, mejor y más agustito que brincando por un cementerio...? Eso le dije a mi Genaro y eso le digo a usted calcaíto de cómo lo dije aquel día. Pues claro que sabemos ¿O no Genaro?... Pobre, mírele si no le salen ni las palabras, abochornaíto el pobre... Abochornaíto de verse aquí en el cuartelillo, medio en cueros y por esta razón tan vergonzante que diría él si acertara a decir algo... Pero ya ve mudo del susto que se ha quedado en cuando les ha escuchado llegar... y mudo que sigue dos horas y pico después.

Pero usted no se preocupe que yo se lo voy a contar, se lo voy a contar bien clarito y en un santiamén y ya verá como me entiende a la primera. Que eso es lo que yo le decía a mi Genaro que no me quería entender, no me quería entender... y yo tenía mis razones.

Pero mujer, me decía él, mira que porfías y porfías cuando algo quieres... Eres peor que los hijos cuando de críos chillaban por algún antojo... Tu no estás bien... ¿A qué no estás bien...?. Yo Genaro estoy mejor que nunca, y por eso mismo es, porque estoy mejor que nunca... “Mira no quiero escuchar más paparruchadas me voy a la partida...” Y con esas cada tarde daba por terminada la discusión. Pero yo no, hasta ahí podíamos llegar, yo no la había acabado y por la noche erre que erre, erre que erre con el tema... ¿Pero cómo vamos a ir al cementerio a tirar aviones de papel...? ¿Avioncitos de papel a los setenta y tantos...? ¿Pero tu te escuchas lo que estás diciendo...? ¿Tu te escuchas Trini? Te regará bien el cerebro mujer, no te digo yo que no, pero por ahí dentro algo de tanto riego se te ha empapuchado... o se te ha roto, de fijo, fijo que se te ha roto algo del raciocinio, o se te ha soltado de su sitio, o yo que sé... porque si no yo Trini no me lo explico... ¿Pero que te cuesta Genaro, que te cuesta? ¿Pero tu no ves que nos van a llevar al cuartelillo, tu no ves que cualquiera que nos vea... eso si no acabamos en la residencia... se enteran los chicos y nos ponen en la residencia esa de la capital pero en menos que canta un gallo, pero ¿no los ves que están deseandito de vender todo esto y darle buen aire a los cuartos...? Que les estoy temiendo... ¿Pero no digas tonterías? le contestaba yo ¿Quién nos va a ver? Los chicos están en Madrid y nadie les va a ir hasta allí con el cuento... ¿Verdad señor guardia que no les van a decir nada a los hijos...? Bastante tienen ellos con sus cosas para que les anden molestando por semejante chiquillada... Porque eso de que nos lleven a una residencia a mi Genaro le quita el sueño... y eso le decía yo para que se olvidara rapidito: “No empieces tú también con que nos van a llevar a la residencia que te temo cuando empiezas con ese tema...” ¡Echale...! ahora el temoso soy yo... gritaba él ¡Lo que me quedaba por oír...!... Y yo volvía a la carga.

Hasta que ya una noche con un suspiro cansino me dijo mi Genaro: ¿Es que no has tenido ya bastante...? Y ahí, ahí fue cuando yo vi que al fin le tenía convencido, me había costado lo mío, ¡vaya si me había costado! de darle y darle vueltas al guisito de lo del cementerio, pero esa noche ya vi que me había llevado el gato al agua, si le conoceré yo... Y para acabar de rematar bien, bien la costura, le dije con una mijita de voz, como le gusta a él que le hable en la cama, con una mijita de voz: “Pues de eso se trata Genaro, de eso, de poner las cosas en su sitio, de hacer las cosas bien, como Dios manda...”¡¿Pero tú de verdad crees que Dios nos manda hacer esas chifladuras que a ti se te meten en la cabeza...?! ¿Tú lo crees...? ¿O no será que al pobre ese de allá arriba le tienes tan mareado como a mí con tus historias...?

Pero no me llevó mas la contraria, no se vaya usté a pensar, que tiene un pronto mi Genaro que pa qué las prisas, un pronto de decir siempre que “no”, su palabra es “no” de primeras y casi de últimas... “No”. Pero luego de unos días de ir diciéndole las cosas así poquito a poco, poquito a poco, se va reblandeciendo, se va reblandeciendo la costra, y ese “no” que tiene siempre entre los labios como la colilla, sea va vertiendo, vertiendo como el agua por la barba pa abajo, hasta que es un charco de ná. Y a mí y a paciencia no me gana nadie y a él, a mi Genaro, lo mismo le pasa, que al final y conmigo sobre todo, tampoco es nadie...

Por eso él nunca me dijo lo de las cartas, porque él sí lo sabía, que él a escondidas ahora resulta que se había leído alguna... pero me dejaba con mi ilusión. Fíjese. Que por ahí empezó este tinglado... Y que yo la verdad, no se lo contaría, que maldita la gracia que me hizo a mí enterarme de eso, aunque ya hubieran pasado cincuenta años, que se dice pronto, cincuenta... Pero créame, me dolió en el alma en ese momento, como si acabara de pasar... Qué jodío mi Paco, pero que jodío... Y no, no se piense que me equivocao, que sé bien lo que me digo, no lo voy a saber... Y he dicho mi Paco. Sí señor. Mi Paco, mi primer marido. Porque ese pobre que está ahí agachaíto y mudo, mi Genaro, es mi segundo marido. Parece que bosteza usté ¿no le hemos dejado dormir esta noche verdad señor Guardia? Pero ándese tranquilo que enseguidita yo le cuento y lo apunta usté todo ahí y en la cama todos en un santiamén que ya va siendo hora... mi Genaro el primero... que ahí le tiene: derrotaíto.

Pues eso, que resulta que yo me casé de primeras con mi Paco. Mi Paco era un muchacho de muy buena planta, que no es por desmerecer a mi Genaro, pero la verdad es que mi Paco era más buen mozo, más guapote, mas alto, mas fuerte, más resultón en conjunto, la verdad, y claro por eso el muy canalla también era más liante. Y vaya si me lió, que le he estado creyendo a pies juntillas hasta después de cincuenta años de muerto, fíjese usted lo que le digo, cincuenta años, si me tendría bien engañada el jodío... Porque allá por entonces, cuando se marchó al frente, que usted ni había nacido ni pensamientos que tenían sus padres que andarían en pantalón corto de que usted viniera al mundo... pues yo no sabía leer. Que ahora ya sé, pero esto se lo contaré más adelante. Pero entonces yo no sabía, y claro como llevábamos muy poquito de casaos que no llegábamos ni a los tres años, pues imagínese usted lo que era estar separaos tan pronto. Jóvenes como éramos y con tantas ganas de estar juntos, y tan enamoraos que nos casamos, por lo menos yo... porque él ya ni lo sé, de verdad que mis dudas me han quedado. Pero bueno el caso es que nos escribíamos de cartas... Virgen santa... Un cerro bien grande de cartas que nos escribimos en aquellos tiempos... Un cerro, dos cajas enteras que tenía yo guardadas hasta esta noche... Bien guardaditas y metiditas cada una en su sobre tan estiraditas como el primer día, casi nuevas hasta esta noche. Y lo que nos hemos reído... no se vaya usté a pensar... Que feliz mi Genaro de verme tan contenta... porque lo he pasado mal no se crea... que disgusto más grande.

Bueno a lo que íbamos, en aquel entonces yo las tenía mucha ley, las esperaba impaciente y en cuantito veía venir al cartero con la carta, corría hasta las escuelas para pedirle a la maestra, la señorita Nieves, que me la leyera... La señorita Nieves no era del pueblo, pero ya llevaba cuatro o cinco años allí y la verdad todos la queríamos mucho porque era muy buena con los muchachos. El caso es que yo, que estaba cegaíta con mi Paco, en cuanto tenía su carta en mis manos corría a que me la leyera ella. Y ella tan contenta que se ponía también, se alegraba de verdad, por mí... Y me la leía con una cosa, con un sentimiento, que hasta se la salían las lágrimas... Y yo la estaba tan agradecida... Porque a ver, yo sin saber leer... ella era como mis ojos.

El caso es que mi pobre Paco, del frente no volvió. O eso me dijeron. Un mal día, su nombre fue uno de esos que leyeron en la plaza... Que dolor tan grande, no se puede usted hacer una idea... Que dolor... tan joven como era yo, y lo enamorada que estaba de él... La maldita guerra... Allí en la plaza que nos abrazamos aquella tarde la señorita Nieves y yo y venga a llorar y a llorar como dos magdalenas... Que no había quién nos despegara a la una de la otra... Que desgraciaíta que era yo entonces... que desgraciaíta y lo requetemal que lo pasé.

Después fue cuando unos pocos años mas tarde conocí a mi Genaro. Pero como cinco o seis años después no se piense. Que le costó a mi Genaro que yo me interesara por él no sea crea, un buen tiempito, me acordaba tanto de mi Paco... Pero vi que era un buen hombre y que me quería... y bueno la verdad es que le cogí también cariño y ya lo ve toda la vida juntos aquí donde nos ve... Hemos tenido los hijos, los hemos visto crecer, se han ido fuera a trabajar, nos han traído nietos, y aquí seguimos... tan pegaditos como el primer día... No ha sido nunca muy hablador la verdad... y ya lo ve, hay veces que hasta mudo. Pero nos queremos, vaya si nos queremos ¿verdad Genaro...? Pobre aún le dura el disgusto...

Bueno pues el caso es que hace unos meses, fíjese a la vejez viruelas... Vino al pueblo una maestra que nos habló de las clases para mayores... Para los viejos según mi Genaro, pero ella dice para “adultos”... Échele... unos adultos un pelín arrugaos ya todos... quién dice un pelín... como uvas pasas... Pero en fin... Que mi Genaro fue el primero que me animó a que fuera, él y los chicos la verdad... porque él me ha dicho siempre que yo soy lista y espabilada, cazurra como la que más, pero lista... Y bueno la verdad es que a la primera clase fui a regañadientes no se vaya usté a pensar, porque no sabía yo muy bien como iba a ser aquello... y ya tiene una bastantes dolores de cabeza para andar buscándoselos... Pero oiga que me gustó, me gustó lo de aprender, y la verdad y eso no se lo diga a mi Genaro es que yo quería leer mis cartas, quería leerlas yo solita, para saborearlas cuando quisiera, porque mi Genaro es muy bueno pero esas cosas tan dulces y requetebonitas que me decía mi Paco, pues la verdad, no le voy a engañar, jamás me las había dicho... Con una ilusión que yo aprendí para releerlas... y bien de rápido que lo hice, que me lo decía la maestra, que qué bien se me estaba dando...

Así hasta que una noche que ya leía de corrido me senté en la mesa camilla con mis cajas de cartas delante y empecé por leer mi nombre en los sobres, mi nombre y su remite, Paco Sánchez, mi Paco, que ilusión... era como verle otra vez delante de mí... con esa planta que tenía...

Allí también que me encontró mi Genaro dos horas después, allí sentadita tal cual, llorando y venga a llorar unas lágrimas más gordas que garbanzos cocidos... Lloré tantas aquella noche que hubiera tenido garbanzos para todos los cocidos que había hecho desde entonces... No le digo más lo que pude llorar... si yo creo que hasta dormida lloré aquella noche, porque cuando me levanté tenía empapaíta la almohada, imagínese... Porque esas cartas no eran para mí... ¿Puede usted creerlo? No eran para mí... solo eran para mí las dos o tres primeras... las demás, todas las demás eran para la señorita Nieves... Que penita más grande... Era mi nombre el que tenían los sobres, mi nombre por aquello del que dirán... pero ya está, no había nada más para mí en todas aquellas cartas. Estaba tan seguro el jodío de que yo no las iba a poder leer... bien sabía él a quién se lo pediría... Se le cierran los ojos... no se apure que ya termino...

Luego me acordé claro, me acordé de cuando a los pocos meses de habernos enterado de la muerte de mi Paco una tarde la señorita Nieves se vino a despedir. Me dijo que le había salido trabajo en otro pueblo más cerca del suyo y se fue. La verdad es que lo sentí mucho, había sido tan buena conmigo siempre... Y ya nunca más supe de ella. Me extrañó que aquel día me pidiera una de las cartas de mi Paco. Me extrañó tanto... pero la verdad como ella había sido quién me las había leído todas, y yo la sentía tan cerca de mí, y de mi pena, no me pude negar... Y total yo tampoco sabía leer... ¿Quién me iba a decir a mí que con el tiempo lo haría...? Siempre había recordado a esa mujer con tanto cariño...

Hace ya de eso siete meses, siete, imagínese y no se lo creerá pero hasta esta noche no me he vuelto a sentir bien. Porque yo todos estos años que he estado casada con mi Genaro, no he estado mal, cómo iba a estarlo, era un amor tranquilo, suave, pero ha habido muchas veces que yo he echado de menos aquel de mi Paco, aquel que me había hecho temblar y gritar y bueno... muchas veces, y todas esas veces yo iba y miraba mis cartas... y era una tontería pero eso me daba fuerzas ¿sabe? Entonces desde aquella noche que las leí era como si me hubieran arrancado de cuajo eso, como si me hubiera quedado de pronto sin esa puerta que abrir. Y que vacío señor guardia, que vacío tenía yo aquí dentro...

Pero resulta que una semana después me empezaron a llegar cartas otra vez, sobres con mi nombre y el remite de mi Genaro. Sí ese que ahí anda dando cabezadas... qué hombre... No sé ni como se le ocurrió semejante idea... Pero oiga que no parece ni el mismo hombre cuando escribe... como si me le hubieran dado la vuelta como a un calcetín... que cosas... pero así es. La primera carta es que yo no me lo podía creer, me quedé tan extrañada... que allá que me planté en jarras delante de él en cuanto volvió del campo con el sobre en la mano a decirle mitad asombrá mitad enfadá ¿Y esto...? Y ¿Sabe usted lo que me dijo? Que a ver si se iba a creer el Paco ese que solo él sabía escribir cartas de amor... Échele... Era la primera vez, la primera, puede usté creerme que mi Genaro mentaba a mi Paco, la primera en todos estos años y la ultima. Porque me dejó helá, pero heladita, heladita, tanto que ya nunca más lo hemos vuelto a hablar, no le digo más. Pero las cartas no me dejan de llegar no se crea usté... Que son ya cuatro las cajas llenitas de cartas que tengo... y cada vez se le da mejor al jodío... que ya podía haber empezado treinta años antes... Mírele si es un pedazo de pan...

Y por eso fue señor guardia, por eso fue que me empeñé en tirar todas las de mi Paco. ¿Para qué quería ya eso ahí...? Pero no romperlas y quemarlas de cualquier forma en la lumbre, no, como decía mi Genaro, no a mí eso no me valía... Yo quería hacer con ellas aviones de papel como cuando íbamos a la escuela y aviones que volaran sobre su tumba... Que ni es sacrilegio ni ná porque esa no es su tumba, que está vacía, que ya sabe que él nunca volvió... Que vaya usté a saber si no volvió a ninguna parte o solo a este pueblo... que ahora que voy hilando e hilando, ya me creo cualquier cosa... Yo a mi Paco le conocí de críos, le conocí echando a volar cometas, y era por eso... Una tontuna como decía mi Genaro, una tontuna como cualquier otra, pues si, una tontuna, que a mi Genaro no le falta razón, pero una tontuna que a mí me hacía una ilusión bárbara... Y en esa chiquillada que embarqué a mi Genaro, mi Genaro, que al final siempre se deja embarcar... el pobre.

Y que requetebién que nos lo hemos pasado los dos allí echando a volar todas esas cartas que no eran para mí... Y que risas que parecíamos dos críos arrugados y locos haciendo trastadas... y bueno pues qué le voy a contar con las risas y los saltos, bueno saltos, saltos... por decir algo, y de los saltos a los abrazos... y bueno que qué le voy a contar ya nos ha visto usté que se nos ha ido un poco el santo al cielo... Pero vamos solo un poco no se vaya usté a pensar, que no somos Adán y Eva... Y a lo mejor yo sí que me estaba dando cuenta, no le voy a engañar, pero entre usté y yo: no se crea que ya es fácil pillar a mi Genaro tan contento y tan cariñoso así que... Pues oiga que nos hemos dejado llevar un poco... y si hay que confesar pues una se confiesa, pero solo un poco, a ver que se va usté a creer... ¿Pero oiga...? ¿Oiga...? ¿No me digas que está roncando...? Anda la leche...


Genaro, shhhsss, Genaro, ssshhh espabila Genaro, que te has traspuesto un poco... Venga hombre que te va a doler el cuello de la postura... Venga despierta hombre de Dios... que ya no tienes edad de está ahí hecho un cuatro... Mira, espabila, mira, que se nos han dormido las autoridades... así que andando que es gerundio y venga para la casa que ya es tarde... Mañana ya hablaremos más con estos señores... aunque no sé que más van a querer saber... Y tu tranquilo, que yo me ocupo, tu tranquilo... que a los hijos no les van a decir nada de nada. Venga Genaro, espabila hombre...

©Rocío Díaz Gómez