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viernes, 4 de noviembre de 2016

"Se que me quieren porque me cuentan cuentos" Relato de Rocío Díaz

 El cuatro de noviembre de 2012 llovía, también llovía, y apetecía, como hoy, quedarse quieto escuchando un cuento...

 

domingo, 4 de noviembre de 2012

"Se que me quieren porque me cuentan cuentos" Un relato de Rocío Díaz




Llueve, llueve sobre Madrid sin prisa, sin pausa, sin remedio.
Hay tantas cosas que a uno le apetece hacer cuando llueve: mirar por la ventana solo por ver deslizarse el agua, dejarse hipnotizar por las frágiles gotas que se tambalean bajo la barandilla. Leer en zapatillas. Escribir. Tejer. Ordenar papeles. Quedar con algún buen amigo ante un café humeante. Conversar. Arroparse...
Os dejo con uno de mis relatos por si os apetece arroparos con él. Es de lluvia, de cuentos, de un día como hoy. Me lo publicaron en el Diario de León, como finalista de un premio de relatos, en junio de 2008.
Tal vez ya lo haya colgado del blog, pero ni tan siquiera voy a comprobarlo. Qué importa, hoy, 4 de noviembre de 2012, lo he vuelto a releer y quería compartirlo con vosotros...





“Sé que me quieren
         porque me cuentan cuentos”



Mi Sole y yo hoy nos hemos sentado a inventar un cuento.
Estábamos las dos solas en casa. Silenciosas, aburridas, las dos mirando por la ventana. Llovía, llovía como si todas las nubes del mundo se hubieran puesto de acuerdo para deshacerse a la vez en una lluvia tormentosa y enfadada que se desplomaba en chaparrón sobre nuestro ánimo, empapuchándole como a papel mojado. Por eso le sugerí a mi Sole lo del cuento. Ella, al escucharme, me miró con los ojos brillantes pero enseguida ofreció una excusa para ni intentarlo: “Pero si yo no sé inventar cuentos...” dijo acabando fulminantemente  con mi sugerencia.
Pero yo conozco a mi Sole, y sé que no es fácil sorprenderla, ni entretenerla, ni convencerla para que abandone su actitud taciturna y su talante solitario. Por eso necesito disfrazarme con un entusiasmo que yo misma siento muy lejano, pero que sé que para sobrevivir a aquella tarde las dos necesitábamos como al agua que no dejaba de caer y caer y caer...
“Venga, le dije, algo se nos ocurrirá...” “No, mejor nos quedamos aquí viendo llover...” A mi Sole no le gusta esforzarse, ni colaborar, ni implicarse en nada que no sea la mera contemplación y sus perifrásticas circunstancias. “Yo no sé inventar cuentos...” decía una y otra vez excusándose sin dejar de mirar la lluvia. Así que tuve que tirar de ella para separarla de la ventana, tuve que arrastrarla hasta la salita y desplegar ante ella tantas alternativas como una cola de pavo real.
“Ya, ya lo sé..., dije con paciencia mientras la empujaba a sentarse a mi lado, por eso... Podríamos hacer una guija e invitar a los hermanos Grinn... ¿Qué te parece?” “No, no -dijo mi Sole- que sus personajes eran malos, muy malos ¿O no te acuerdas de Barba azul o la madre de Blancanieves...?” “Bueno –contesté armándome de paciencia- pues hacemos una guija e invitamos a Andersen... En sus cuentos había buenos y menos buenos, nunca malos...” “No, no -dijo entonces mi Sole- Andersen era poco original, solo se inspiraba en relatos populares...” “Bueno -contraataqué yo- pues entonces invitaremos a Perrault...” “No, no -dijo también mi Sole- Perrault era demasiado moralin, como los Grinn...” y sin esperar respuesta se levantó y otra vez se fue a mirar como llovía. Porque seguía lloviendo, lloviendo con una lluvia cabezona, indiferente a mis esfuerzos, una lluvia ingrata que casi parecía reírse de mis frustrados intentos por arrastrar a mi Sole lejos de ella...
“Vale... –me rendí yo- nada de guijas. Pero entonces nosotras mismas nos inventaremos a nuestros personajes...” “Que cosas tienes... ¿Pero es que no ves que ya están todos inventados?” Me contestó ella sin mirarme justo antes de que sonara un trueno que puso el mejor punto final a su interrogación retórica y amenazó con aplastar por completo mi fingido entusiasmo. ¿Ya están todos inventados? Y sin hablar me acerqué otra vez a su lado y muy cerquita de ella yo también me quedé contemplando la lluvia... ¿Todos inventados? Parecía que la tormenta se iba alejando, aún sonaban truenos, aún algún que otro rayo parecía iluminar el cielo gris, pero lo hacían cada vez de forma más tenue, cada vez los truenos parecían escucharse más en la lejanía... Pero la lluvia, como si quisiera demostrar que estaba allí, no dejaba de caer, constante, copiosa, infatigable, aplastante, odiosa.
“Pues... si ya están todos inventados, inventaremos otros... o mejor los reinventaremos...” dije yo con terquedad ante esa lluvia odiosa, fingiendo renovados ánimos, plantándole cara a esa enemiga húmeda que se estaba llevando a mi Sole a su terreno pantanoso y melancólico. “Pero ¿Qué dices?...” contestó ella. “Lo que oyes  -atajé yo-”. Y tirando de nuevo de ella me la volví a llevar conmigo hasta la salita, la volví a obligarse a que se sentara a mi lado y obligué a su atención a que se solidarizara con mi disfrazado buen humor.
Y decidí seguir marcándome faroles, al fin y al cabo, me dije, eso es inventar cuentos. Y aprovechándome de que mi Sole estaba desprevenida empecé a atacar: “Que te parecería..: ¿Un hada madrina sacándose un sobresueldo como majorette? ¿Una bella durmiente con insomnio...?¿Una maquina de la verdad llamada Pinocho? ¿Una princesa embarazada...? Mi Sole, no sé si apabullada o sorprendida por el bombardeo, apenas tenía tiempo de protestar... ¿Una blancanieves angoleña? ¿Una sirenita reivindicando un plus por humedad? ¿Un príncipe rosa...?...
De vez en cuando mi Sole amenazaba con levantarse para ir a mirar otra vez la lluvia que se empeña en seguir cayendo, insistente, pertinaz, incansable, tranquila y constante. Pero desde mi sillón yo seguía diciéndole: “Un soldado de plomo haciendo la prestación social, un patito feo con gripe aviar, el lobo de los cerditos aquejado de poca capacidad pulmonar, una cenicienta con el síndrome de Diógenes...
Y al final, hasta parecía que mi Sole me prestaba atención, parecía que por momentos olvidaba la lluvia. Jugamos al escondite con los personajes de siempre, al rescate con los que nos inventamos, al balón prisionero con los argumentos... Hasta que perdí de vista a mi Sole. “¿Sole? Sole que al escondite ya hemos jugado...”
Al principio me inquieté, pensé que de nuevo estaría mirando a esa lluvia ladina y sigilosa que espiaba nuestros cuentos. Pero cuando llegué a la ventana, allí no estaba. No estaban ni mi soledad ni la lluvia. Había dejado de llover y no me había dado ni cuenta. Solo quedaban titiritando algunas gotas colgando de las barandillas, balanceándose temblonas, a punto de caer, derrotadas ante un sol que comenzaba a reflejarse, a sacar brillos, a hacer muecas a un pavimento empapado.
Mi Sole, mi soledad se había ido... Y yo, quizás, y a pesar de ella y de la lluvia, hasta fui capaz de inventar un cuento, uno que no empezó nunca pero que puse a tender en estos folios.
 
©Rocío Díaz Gómez

viernes, 18 de marzo de 2016

"Aquel mágico proyector naranja" - Relato de Rocío Díaz



 

Hoy que es viernes, promesa de fin de semana, y ¡para más inri y nunca mejor dicho! promesa de vacaciones de Semana Santa, con lo cual habrá más tiempo para dedicarlo a la lectura, os voy a dejar uno de mis relatos.

Lo premiaron en el XXV Certamen Literario Frasquita Larrea. Espero que os guste.


Aquel mágico proyector naranja




Durante tres años seguidos en mi carta a los Reyes Magos pedí un Cinexin. Me trajeron la Nancy azafata, la cocinita completa con  batería de acero inoxidable y hasta la Magia Borrás, pero del Cinexin ni rastro. Ni tan siquiera con uno de aquellos fantásticos trucos de la Magia Borrás conseguí verlo. Mi frustración fue en aumento hasta que el tercer año solo anoté ese juguete en toda mi carta. En mayúsculas y en el centro del folio, remarcado con rotuladores de distintos colores y entre admiraciones. ¡QUERÍA UN SÚPER CINEXIN! Del mismo modo que en mi lista habían pasado tres años, para el objeto de mis deseos también había pasado el tiempo y se había modernizado. Ahora era más “Súper” que nunca.

Pero aquel año mis padres, por oscuras razones, decidieron contarme la verdad sobre la existencia de los Reyes Magos. Y en consecuencia hasta se sentaron a discutir conmigo la conveniencia o no de echarme el ansiado Cinexin: ¿No era ya un poco mayor para eso? ¿No era un poco masculino? ¿No sería mejor un set completo de maquillaje? Las actrices están muy guapas requetepintadas. O bueno quizás si mi timidez no me dejaba ser actriz podría dedicarme a ser maquilladora de películas, ya que ese mundo del celuloide parecía gustarme tanto.

Como aún no había conocido al entrañable ET,  juro que en ese momento vi a mis padres colorearse de verde, transformándose en auténticos extraterrestres.  ¿De qué me hablaban? ¿Qué tenía que ver un maquillaje con el Cinexin? No entendía nada de nada. ¿Cómo explicarles que yo no quería estar delante de aquel mágico proyector naranja sino detrás? Yo no quería salir en las películas, yo quería hacerlas avanzar, detener o congelar sus imágenes. Yo no quería salir en las películas, quería re-pro-du-cir-las: con ese verbo de cinco sílabas que decían en los anuncios de aquel juguete que nunca logré que me echaran los Reyes Magos.

Pero lo cierto es que, frustración de más o frustración de menos, una sigue creciendo.

Y llega un momento que piensas que quizás era verdad, que quizás te vendría mejor el set completo de maquillaje, y toda ayuda iba a ser poca, porque empiezan a gustarte los chicos y te parece ver en una excursión del Instituto a uno calcadito al Harrison Ford  de Indiana Jones ¿Cómo no querer estar más guapa para las aventuras que sin duda alguna viviremos juntos? O te cruzas en aquella discoteca de los viernes con el chulo Danny Zuko de turno haciéndose el dueño de la pista y no puedes despegar los ojos de sus piernas mientras rememoras aquella escena final en la que, de negro y adornado de una gran sonrisa, se acercaba y sacaba a bailar a la protagonista de Grease. Una protagonista con  la que coincides de sobra en ese aire arrebatador de chica modosita del montón que en cuánto él se acerque se va a transformar mágicamente, y ríete de aquella Magia Borrás, en la única a quién él quiere: “Ai cachú, ai guont chu player” cantábamos destrozando la canción en aquel espanglish imposible. Y así sucesivamente hasta que un buen día, mira qué suerte, te termina besando el Richard Gere del barrio. Ese desgarbado galán de cazadora de aviador y flequillo, a quién le haces repetir una y otra vez la secuencia del primer beso porque por más que lo intentas no consigues escuchar de fondo la banda sonora del que tendría que ser el gran amor de tu vida y que al final no lo fue tanto. Porque lo cierto es que ni él era Richard Gere ni yo Debra Winger por mucho que tuviera el pelo negro, largo y rizado.

Toda la vida me he empeñado en querer formar parte de una película, cuando lo que hacía no eran más que cameos. Casi sin darme cuenta, escena tras escena, he querido emular a Patricia Arquette en Amor a quemarropa, he querido vivir historias pasionales y violentas, y he elegido tan bien en el casting a los  protagonistas masculinos que he terminado interpretando Tesis o Te doy mis ojos. Quise hacer cine de autor y resulta que muchas veces he tenido una vida de serie B.  Más me valía haber aparcado el género romántico y haberme dedicado a Los Cazafantasmas, a juzgar por cuántos he conocido.  Hasta que la Thelma que había en mi interior decidió hacer un fundido en negro con su historia y escapar hacia delante sin mirar atrás. 

Porque ¿Qué les voy a contar que ustedes no sepan? La vida es una road movie. Y  lo cierto es que yo necesito dotar a la mía de efectos especiales porque si no la rutina me aplasta,  necesito imaginar el clac de una claqueta cerca para ponerle mi mejor perfil al destino, y tal y cómo está este país todos terminaremos con un papel en Full Monty. Por eso la voz en off de mi interior me dice que, mientras llega ese día, al menos haga lo que me gusta, me deje de argumentos inventados por otros y dirija yo mi propia historia.

Que a mí, señores Académicos, y ya, ya termino, lo que me gusta es el cine. Claro que sí. “Juro por Dios que nunca más volveré a pasar…” hambre de cine. Me muero de amor por él, por eso no pueden ni imaginar lo agradecida que me siento por este premio a la mejor dirección. Tanto, que no tengo ni tiempo para terminar de agradecérselo a todos lo que han hecho posible que esté hoy aquí recibiéndolo. Así que, perdónenme, pero utilizaré hasta los créditos de este discurso para seguir haciéndolo.

Pero por favor, antes de que suban a quitarme el micrófono, por favor déjenme que haga un flash back y se lo vuelva a agradecer sobre todo a aquella niña que fui, a aquella que bien pronto supo en qué lado de la cámara yo debía estar, a aquella que durante años apuntó el mismo regalo en su carta a los Reyes Magos. Ese regalo escrito en  mayúsculas en el centro del folio, remarcado con rotuladores de distintos colores y entre admiraciones, era el único regalo que quería, que quiso siempre y que aún quiere. Por ello, y se lo vuelvo a pedir por favor señores Académicos ¿No podrían ustedes cambiarme el Goya por un Cinexin? Que Goya ni que Goya… ¡Un Cinexin señores Académicos, un Cinexin de color naranja! Eso es lo que realmente le haría feliz a aquella niña que fui. ¿No creen ustedes que es hora ya de otorgárselo?


©Rocío Díaz Gómez

viernes, 11 de marzo de 2016

11 de marzo otra vez.... en Madrid



Siempre que llega el 11 de marzo no puedo evitar acordarme de aquel otro 11 de marzo, el del 2004 en Madrid. 

Íbamos todos en el metro y en el tren a trabajar. Era la hora. Y en Madrid somos muchos, sí, y anónimos, pero cada uno es ÚNICO y ESPECIAL.

Cada año llega el 11 de marzo y te acuerdas de dónde estabas en ese momento. Porque nos podía haber pasado a cualquiera de nosotros. Y te acuerdas de los ruidos de las megafonías, de las ambulancias, de todo. Qué tristeza.

En aquella ocasión escribí un texto. Solo eran sensaciones. Una compañera después me lo pidió y se llevó mi escrito para colgarlo con tantos otros en una de las estaciones de RENFE más afectadas, la de Santa Eugenia. No sé que fue de aquel escrito mío, dónde iría a parar.


Pero no lo he retocado, es como fue, un desahogo hecho palabras.

Va por aquellos que no se pueden acordar.



Cuando matar no es por supervivencia



Próximo tren procedente de Guadalajara con destino Atocha.
Hace paradas en todas las estaciones de su recorrido.

Porque te lo debemos.
Porque quizás hasta corriste para coger ese tren.
Porque fuiste una de las caras que alguien miró, mientras disimuladamente firmaba con tu nombre bajo el asiento.
Porque aún así, aún así, lo hizo.
Porque tu corazón estalló en millones de lágrimas que mojaron Madrid de impotencia. De rabia. De pena.


Suspendido el servicio en línea 1, entre Atocha y Pacífico
Suspendido el servicio en línea 1, entre Atocha y Pacífico


Porque alguien te está buscando de hospital en hospital.
Porque no te va a encontrar. No.


¿Quién irá a buscar a tu hijo a la guardería?
¿Quién recordará a tu madre que tiene que tomarse las pastillas?
¿Quién ahogará un “buenas noches” en tu lado de la almohada?


Porque solo tienen derecho a matar los animales. Y lo hacen cuerpo a cuerpo. Y lo hacen por supervivencia.
Porque todos lloramos por dentro. Todos. Lloramos.
Porque te lo debemos.
Porque vamos a tu lado, de pie y cogidos a la barra. A tu lado, apretados y aún con sueño.
Porque te lo debemos. Te lo debemos.


Atención viajeros: El servicio Cercanías RENFE está suspendido
Atención viajeros: El servicio Cercanías RENFE está suspendido

©Rocío Díaz Gómez
Marzo 2004

miércoles, 9 de marzo de 2016

Con el club Iberia, en su taller de relato



Este martes, 7 de marzo, estuve compartiendo su clase de relato con un grupo muy pequeñito pero grande en atención y amabilidad.

Me estoy refiriendo al taller de creación de relatos que lleva Alberto Ramos Díaz en el Club Iberia. 

Me invitaron a que pasara con ellos una velada compartiendo mis relatos y hablamos mucho de la invención y de la escritura, de los personajes y las historias, de eso que nos apasiona tanto a los que nos gusta escribir. Escribir, eso que nos hace sufrir y nos proporciona placer al mismo tiempo, pero que sin embargo no cambiaríamos por nada.

Fue muy agradable estar con ellos y les estoy muy agradecida porque hicieron que mi lunes lluvioso y triste, de pronto pareciera luminoso.




martes, 8 de marzo de 2016

"Tienes que" un relato de Rocío Díaz Gómez



Como hoy es 8 marzo, Día de la Mujer, he pensado que, a modo de homenaje, podíamos dedicar una entrada a recordar uno de mis relatos de mujeres. 

Este relato fue premiado en su día:


Primer premio en el IX Certamen de Relatos Breves “Día 8 de marzo”. Convocado por el Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata (Cáceres). 2005.







Enésimo Certamen para mujeres “Tienes que”

 Rocío Díaz Gómez



Con el deseo de favorecer la creatividad de las más jóvenes y de las más mayores, en lo que se refiere a sobrevivir al día a día, y como un medio de promover un mejor ambiente vital, se convoca este premio de acuerdo con las siguientes bases:

1. Podrá optar al premio cualquier mujer que lo desee, siempre y cuando sea anónima.

Tienes que regañarle. Buenos días. Siete y media de la mañana. Tienes que regañarle. Porque le quieres. Decirle que eso no se hace, que para eso uno va al cuarto de baño. Tienes que regañarle para hacérselo comprender. Y mientras se lo dices, tienes que poner a su hermanito de pie, apoyarle contra tu hombro, darle palmaditas en la espalda, animarle a que haga exactamente lo mismo que no quieres que haga su hermano. Echar los gases. Y mientras le dices al pequeño con voz mimosa “Muy bien así se hace, pero qué a gustito se ha quedado mi niño...” sigues regañando a su hermano mayor con voz de madrastra de cuento, por quedarse igual o más a gustito haciendo lo mismo... Tienes que enseñar a éste, y desenseñar al otro, al que primero le enseñaste a hacerlo, después a éste le enseñarás a no hacerlo también. Ahora sí. Ahora no.  Regañarle pero acariciarle después. Que vaya al colegio contento. Enseñarle. Tienes que.

2. El tema de los trabajos será la vida, con las únicas limitaciones que ésta con alevosía y aleatoriedad les imponga...

Tienes que cambiar a tu madre. Ocho de la mañana. Después de cambiar al pequeñito. Después de ayudar a vestirse al mayor. Tienes que poner a tu madre unos pañales mucho más grandes que los que ella te puso un día. Tienes que darle de desayunar. Y vigilar que se lo tome todo. Tienes que estar pendiente de ella. Siempre. Que coma, que no olvide las pastillas, que se bañe, que no se caiga, que no se sienta sola, que no se de mucha cuenta, que no sea demasiado infeliz. Porque así es la vida. Porque la quieres. Tienes que.

3. Se podrán presentar indistintamente trabajos en cualquier lengua. La extensión de los mismos será el tiempo que abarque desde que las mujeres abran los ojos hasta que de puro cansancio se les cierren solos... Escritos con buena letra, cuerpo “lo que aguante” y sin apenas espacio para nada más que sobrevivir...

Tienes que ir a trabajar. Ocho y media de la mañana. Tienes que ir corriendo para llegar a tiempo. Para no tener que rellenar incidencias. Para no tener que pedir excedencia en ese puesto para el que un día lejano estudiaste tanto... Tanto que ni te quieres acordar. Tienes que llevar preparada la reunión. Y llegar a tiempo. Y fichar. No pensar en tu madre a la que dejaste con un extraño. No pensar en tus hijos a los que dejaste con otros. Tienes que pensar en tu jefe. Y en la Sala de Juntas. Y en el guión que ni te has mirado. Y disimular. Disimular. Tiene que parecer que sabes de qué hablas. Y hablar. Hablar. Tienes que quedar bien. Porque además de ser hija, eres madre y eres una persona laboralmente competente. Tiene que parecer que controlas. Para quedar bien. Para que quede bien tu jefe. Que no se leyó tampoco el guión. Para que quede bien el jefe de tu jefe. Que tampoco se lo leyó. Y ni falta que les hace. Porque para eso estás tú. Tienes que conseguir que se firme el convenio. Y sonreír. Sonreír hasta que  duelan las comisuras de la boca de tanto estirarlas. Sonreír. Y dejar todo bien hilvanado para que se firme. Y concertar la siguiente reunión. Y reservar la sala de Juntas. Y preparar todos los informes. Y enviar los correos electrónicos. Y los faxes. Y sonreír a tu jefe. Sonreír. Sonreír. Tienes que.

4. Los trabajos se presentarán por cuadruplicado, quintuplicado, sextuplicado....

Tienes que comerte las lentejas. Dos y media de la tarde. Que no te gustan. Que nunca te gustaron. Que cocinaste anoche. Aunque no las soportas. Y comerte una cucharada para que el mayor se coma la suya. Y comerte dos cucharadas para que el mayor se coma otras dos. Y seguir comiendo una tras otra, tras otra, y otra más para que él siga. Porque te han salido muy ricas. Y son muy buenas. Y tienen mucho chorizo. Y mucho hierro. Sobre todo mucho hierro. Qué buenas ¿verdad hijo? Claro que sí. Tienes que comértelas todas. Para hacerte mayor. Muy mayor. Tanto que tú mismo hagas las lentejas de tus hijos. Esos que no las querrán comer. Porque no les gustarán. Como a él.  Como a ti. Así es la vida. Tienes que.

5. Se harán constar los datos personales y se acompañarán más que del Libro de Familia de la familia entera o equivalente.

Tienes que decirle a tu padre que no. Cinco de la tarde. Que no puede llevarse las llaves de casa. De su propia casa. Que mejor que no, padre... Y se lo tienes que decir porque le quieres. Porque no sabe nunca dónde las echa. Porque siempre termina perdiéndolas. Porque a veces se le olvida hasta de dónde son esas llaves, se le olvida hasta lo que son las llaves. Tienes que decirle que no. A tu padre. Al que te enseñó a ti a llevártelas. Al que primero le costó confiar en ti y aún así te dijo: Aquí tienes. Al que te enseñó a que confiaras en ti misma. Tienes que decirle que no. Mientras va tornándose   su cara color extrañeza, color enfado, color incomprensión, color pura tristeza. Y la sientes. Y la lloras sin lágrimas. Tienes que hacerte fuerte y decirle que no. No. Tienes que.

6. El plazo de presentación se inicia desde que se empieza a tener conciencia y no finalizará a corto plazo...

Tienes que aprovechar esta hora y media. Siete de la tarde. Tienes que hacer los deberes de tu clase. Porque es ahora cuando tienes a tu madre entretenida viendo su serie favorita. Porque es ahora cuando al mayor le tienes en música. Porque es ahora cuando se ha quedado el pequeño dormido. Porque es tu tiempo. Ese tiempo para ti sola. Tienes ahora que hacer los deberes de tu clase de literatura. Y tienes que escribir. Aunque no sepas de qué. Aunque estés cansada. Aunque no te queden ganas ya de disimular, de inventar. Tiene que ser ahora. Porque a ti te gustaba escribir. Te gustaba. Y te gusta. Tienes que escribir ahora los deberes. Tienes que echarle ganas. Y procurar no repetirte. Procurar ser algo original. Y tener cuidado con la primera frase. Tener cuidado con los personajes. Tener cuidado con el narrador. Tener cuidado con los tiempos verbales. Y con el final. Tienes que aprovechar esta hora y media. Y empezar. Empezar. Tienes que.

7. El fallo del jurado se hace público constantemente, día a día, hora tras hora, en conmemoración del Día Internacional de la mujer trabajadora, la mujer madre, la mujer hija, la mujer hermana, la mujer amiga... la mujer.

Tienes que convencerle. Ocho y media de la tarde. Decirle que no se puede ser tan sincero. Que sí, que le decías que había que decir la verdad, pero no siempre. Que sí, que no hay que mentir, pero no siempre. Tienes que enseñarle a disfrazar la verdad, a hacérsela digerible a los demás, a no herirlos sin necesidad. Tienes que enseñarle a que sepa distinguir cuando y cómo decir las cosas. Sobre todo cómo. Tienes que regañarle. Decirle que ya no hace reír tanta espontaneidad. Que ya no. Que ya no es gracioso oírle eructar. Oírle decir tacos. Que ahora ya no hay que dar besitos a todos los que te pidan uno. Tienes que enseñarle que ya no. Que el tiempo suma, pero también va restando. Tienes que regañarle aunque te siga haciendo gracia. Tienes que hacer de mala del cuento cuando no tienes ganas de serlo. Tienes que decirle que no existe el ratoncito Pérez. Que los niños no nacen todos por cesárea. Que no existen los Reyes Magos. Tienes que ir deshaciendo todas las historias que una vez fuiste construyendo solo para él. Para que fuera más feliz. Tienes que abrirle ahora los ojos que cerrabas. Tienes que hacerle un poco más infeliz, para que no le hagan otros desgraciado. Porque así es la vida. Porque le quieres. Le quieres más que a nada en el mundo. Tienes que.

8. Los premios carecerán de dotación económica y los trabajos premiados serán humildes, anónimos y en la mayor parte de los casos escasamente valorados. El jurado podrá hacer las Menciones que considere oportunas.

Tienes que ser fuerte por unos. Por los otros. Por él. Diez y media de la noche. Tienes que esperarle. Y aguantar el hambre hasta que él llegue. Para cenar con él. Aguantar el sueño hasta que llegue. Para bostezar con él. Y abrir la boca juntos. Y decirle qué cansada estoy y que él te diga que él más y tú no, yo mas, y él no, yo, y tú qué va, yo más. Y volver a ser como niños, y sonreír. Más jóvenes y sonreír. Tienes que aguantar para cenar juntos. Aguantar para sentaros en el sillón y cabecear a su lado viendo la televisión. Tienes que besarle y dejarte besar. Porque es vuestro único rato juntos. Porque hay una hipoteca con vuestros dos nombres. Hay unos niños con vuestros dos apellidos. Vuestra vida. Su boca. Porque vuelve cada noche. Cansado. Ojeroso. Más calvo. Porque le quieres. A tu lado. Tienes que.

9. Los trabajos premiados serán propiedad de sus respectivas autoras.

 Tienes que dormir. Doce de la noche. Porque todo está bien. Porque el otro lado de la almohada tiene dueño. Y sueño. Porque tus padres han sido. Porque tus hijos sueñan un par de cuentos  y una habitación más allá.  Porque mañana hay que volver a empezar. Porque mañana habrá tantas cosas por hacer... Tienes que dormir. Volver. Buenas noches. A empezar. Dormir. Dormir. Así es la vida. Tienes que.

10. La decisión del jurado es inapelable; ésta se comunicará personalmente a las interesadas y no se difundirá.




© Rocío Díaz Gómez