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martes, 4 de mayo de 2010

Ángel González y el viento... Primera evocación




Porque hoy hace viento, mucho viento en Madrid. Porque sopla y suena  y se siente en las ventanas y dentro de ellas. Porque aún esta cercano el día de la madre. Porque uno de mis poetas es Ángel González. Por todo eso, quizás, mi memoria, sin remedio, me ha devuelto hoy de pronto este poema que os dejo... precioso.



PRIMERA EVOCACIÓN (1956)


Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento.
Era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes,
de la última ruptura
del tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.

Recuerdo
que yo no comprendía.
El viento se llevaba
silbando
las hojas de los árboles,
y era como un alegre barrendero
que dejaba las niñas,
despeinadas y enteras,
con las piernas desnudas e inocentes.

Por otra parte, el trueno,
tronaba demasiado, era imposible
soportar sin horror esa estridencia,
aunque jamás ocurría nada luego;
la lluvia se encargaba de borrar
el dibujo violento del relámpago
y el arco iris ponía
un bucólico fin a tanto estrépito.

Llegó también la guerra un mal verano.
Llegó después la paz, tras un invierno todavía peor. Esa vez, sin embargo,
no devolvió lo arrebatado el viento,
ni la lluvia
pudo borrar las huellas de la sangre.
Perdido para siempre lo perdido,
atrás quedó definitivamente
muerto lo que fue muerto.

Por eso ( y por más cosas)
recuerdo muchas veces a mi madre:

cuando el viento
se adueña de las calles de la noche,
y golpea las puertas, y huye, y deja un rastro de cristales y de ramas
rotas, que al alba
la ciudad muestra desolada y lívida;

cuando el rayo
hiende el aire, y crepita,
y cae en tierra,
trazando surcos de carbón y fuego,
erizando los lomos de los gatos
y trastocando el norte de las brújulas;

y, sobre todo, cuando
la guerra ha comenzado,
lejos -nos dicen- y pequeña
-no hay por qué preocuparse-, cubriendo
de cadáveres mínimos distantes territorios,
de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños...


(De Palabra sobre palabra, Barcelona, Seix Barral, 1998, p. 233)



jueves, 11 de febrero de 2010

Y Ángel González ¡Cómo no!


¿Y cómo hablar del amor y no nombrar a Ángel González? Uno de mis imprescindibles.


Recuerdo la última vez que fuimos Javier (http://javierdiazgil.blogspot.com/) y yo a escucharle recitar sus poemas en la Residencia de Estudiantes (lugar que por cierto me gusta mucho, recogido y tranquilo, en pleno centro de Madrid). Estaba el Salón de Actos lleno. Pero llegamos prontito y ahí estábamos los dos en segunda fila. Le presentaba el poeta Luis Muñoz. De pronto a Angel González le dió un ataque de tos y no quería parar de recitar, pero nada que no se le pasaba, hasta que al final ya Luis Muñoz se impuso y dijo que si no nos importaba parar... Y claro paramos un buen rato. Si ahí estábamos todos entregados... Le costó al pobre recuperarse. Pero fue un recital tan natural como acostumbraba, sencillo, muy emotivo. Un lujo, siempre.

Qué dificil elegir...




ESO ERA AMOR


Le comenté: —Me entusiasman tus ojos.

Y ella dijo:

—¿Te gustan solos o con rimel?

—Grandes,

respondí sin dudar.

Y también sin dudar

me los dejó en un plato y se fue a tientas.




MUERTE EN EL OLVIDO


Yo sé que existo

porque tú me imaginas.

Soy alto porque tú me crees alto,

y limpio porque tú me miras

con buenos ojos,

con mirada limpia.

Tu pensamiento me hace

inteligente, y en tu sencilla

ternura, yo soy también sencillo

y bondadoso.

Pero si tú me olvidas

quedaré muerto sin que nadie

lo sepa. Verán viva

mi carne, pero será otro hombre

-oscuro, torpe, malo- el que la habita...




Y mi preferida...


Me basta así

Si yo fuese Dios

y tuviese el secreto,

haría un ser exacto a ti;

lo probaría

(a la manera de los panaderos

cuando prueban el pan, es decir:

con la boca),

y si ese sabor fuese

igual al tuyo, o sea

tu mismo olor, y tu manera

de sonreír,

y de guardar silencio,

y de estrechar mi mano estrictamente,

y de besarnos sin hacernos daño

—de esto sí estoy seguro: pongo

tanta atención cuando te beso—;

entonces,


Si yo fuese Dios,

podría repetirte y repetirte,

siempre la misma y siempre diferente,

sin cansarme jamás del juego idéntico,

sin desdeñar tampoco la que fuiste

por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero

aclarar que si yo fuese

Dios, haría

lo posible por ser Ángel González

para quererte tal como te quiero,

para aguardar con calma

a que te crees tú misma cada día

a que sorprendas todas las mañanas

la luz recién nacida con tu propia

luz, y corras

la cortina impalpable que separa

el sueño de la vida,

resucitándome con tu palabra,

Lázaro alegre,

yo,

mojado todavía

de sombras y pereza,

sorprendido y absorto

en la contemplación de todo aquello

que, en unión de mí mismo,

recuperas y salvas, mueves, dejas

abandonado cuando —luego— callas…

(Escucho tu silencio.

Oigo

constelaciones: existes.

Creo en ti.

Eres.

Me basta).

Angel González (1925-2008): Miembro de la Real Academia Española, fue galardonado, entre otros, con el Premio Antonio Machado en 1962, el Premio Príncipe de Asturias en 1985, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1996 y el Primer Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada en el año 2004. En 1955 presenta su primer libro, Áspero mundo. Después le seguirían Sin esperanza, con convencimiento (1961); Grado elemental (1962), Tratado de urbanismo (1967), Breves acotaciones para una biografía (1971), Prosemas o menos (1985), Deixis de un fantasma (1992) y Otoño y otras luces (2001). Tras su muerte, su viuda publicó como obra póstuma Nada grave (2008).