Un blog de literatura y de Madrid, de exposiciones y lugares especiales, de librerias, libros y let

Mostrando entradas con la etiqueta Cartas de amor escritas por Rocío Díaz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cartas de amor escritas por Rocío Díaz. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de noviembre de 2013

"El acantilado de tu ausencia" Relato de Rocío Díaz


Y en la entrada pasada os hablaba de mi último premio y en ésta os quería hablar del penúltimo. Porque se me ha ido pasando todo el verano y yo se lo debía a la Asociación Vecinal de Pardinyes en Lleida que consideraron en junio que el premio a la carta de amor en castellano de la 21 edición del premio literario Cartas de Desamor debía ser para mi carta titulada "El acantilado de tu ausencia".

En este certamen hay dos modalidades de premio, para una carta en catalán y otra en castellano.

Fue una lástima que yo no pudiera asistir a la entrega de premios porque justo salía de viaje. Pero quería decir que fueron muy amables conmigo, mucho. Y aún no asistiendo no tuve ningún problema para recibir no solo el premio, sino también los recortes de los periódicos, el diploma y varios libros donde se han recopilado cartas ganadoras de otros años. Quería agradecérselo especialmente a Maite Alarcón.

Ha pasado todo el verano y todavía no había colgado la carta premiada. Aquí la tenéis.




El acantilado de tu ausencia



Querido,

Otra vez te he visto esta mañana. Lo que hubiera dado por acercar mi nariz hasta ti, y llenarme de tu olor, lo que hubiera dado por pasear mi lengua por tu conocida piel, lo que hubiera dado por degustarte despacio, como tú te mereces, muy despacio.

Pero una vez más, te he rechazado. He obligado a mi mirada a volverse a otro lado, ignorando tu presencia, he escogido frutas que pretendían ser dulces, queriendo sustituirte, y hasta he intentado disfrutar con ansia de su zumo y su lisa piel, queriendo olvidar la tuya, rugosa y entrañable. Todo ello como tributo a mi firme determinación de alejarme de ti.

Verdugo y víctima soy de tu sabor. Porque tengo que confesarte, que mientras te negaba mi mirada, mi voz, mi boca, mientras mi cuerpo te negaba de esas tres formas, millones de síes mayúsculos y mudos mordían con crueldad la boca de mi estómago.

Cada mañana la batalla comienza de nuevo entre tú y yo. Me esperas, como un mártir que soportará un día más mi desplante. Me esperas, sí, a dos pasos de donde yo voy a estar, tan cerca, mi amor, que si estirara mi mano podría tocarte. Pero no sabes con qué sufrimiento me aguanto las ganas hasta de mirarte. Y tú, que pareces implorarme con tu presencia dulce y leal que te elija, quedándote el último de la fila, uniformado con tu ropa de mezclilla, tu chaqueta ocre y crujiente, sin abandonar esa postura marcial de brazos al frente. Como pidiéndome que te coja, que nos fundamos en un solo sabor, mi saliva, tu carne.

Cada mañana la batalla comienza de nuevo entre tú y yo. Tú aguantando estoicamente mi sobreactuada indiferencia. Yo sintiendo que mi estómago se contrae con ese dolor tan conocido que no es más que el acantilado de tu ausencia dentro de mí. Y vuelvo a negarte un rincón en mi vida.

Cómo decirte que aunque yo no quiera ni verte, te deseo como no he deseado otro cuerpo en toda mi vida. Cómo decirte, aunque ya mi razón haya convencido a mi corazón de que puedo vivir sin ti, aunque ya mi razón me haya convencido de que tu amor engorda mis problemas, mis curvas y adelgaza mi autoestima, como decirte que mi boca se hace agua de lágrimas cuando ese olor tan dulce, tan inconfundible por ser el tuyo,  tan pegado para siempre a mi memoria y mis entrañas, llega cada mañana hasta mí.

Y tan desesperada estoy que me muero de ganas por besar las bocas que te han besado, buscando en ellas las migas y el sabor que dejó atrás tu paso dulce.

Pero reprimiendo mis ganas de rendirme ante ti, mis ganas de escogerte sobre el mundo entero, sí, cuando me preguntan: ¿Y para acompañar el café…? me tomo mi tiempo para contestar y trago saliva. Y me escuecen en el alma mis ganas de jugar contigo y la mantequilla, me arañan por dentro lascivos instintos que te pringarían todo entero de mermelada, para después lamerte y lamerte, dejando resbalar traviesa mi lengua por cada arruga, cada hueco que hallara en ti. Sí. Trago saliva.

Y al final reúno el valor de los suicidas para contestar despacio y bien claro “Para acompañar el café, dos piezas de fruta, sí”. Y otra vez un afilado escalofrío de pérdida me atraviesa hiriéndome de muerte, sí, porque me muero de ganas de gritar: “Para acompañar al café, por favor, este enorme y crujiente cruasán a la plancha”.

Mi querido, querido cruasán.

ãRocío Díaz Gómez



 

jueves, 14 de febrero de 2013

Un carta de amor para el día de San Valentín



No es que yo sea devota de "San Valentín" ni nada por el estilo. Cualquier día es bueno para demostrar los sentimientos o para hacer un regalo a quién uno quiere. Pero sí que es verdad que aprovechando la circunstancia me parece un buen día para dejaros con uno de mis relatos. Y qué mejor para este día que una carta de amor.

El año pasado os dejé con otra carta, os copio el vínculo por si os apetece leerla o releerla.


Pero hoy quiero colgaros otra muy diferente en el tono de la narración. Para que podáis tener dos visiones muy diferentes sobre cómo se puede abordar la escritura de una carta de amor. Cartas de amor que en el fondo son relatos en forma epistolar.

Bueno, pues lo dicho, aquí tenéis un par de cartas de amor para un día como hoy, una en el vínculo de arriba y otra aquí abajo.

Espero que os gusten. Ambas fueron premiadas en Certámenes de Cartas de Amor, la del año pasado (la del vínculo) fue premiada en Roquetas de Mar, y ésta de aquí debajo en Rivas Vaciamadrid.





Como críos chicos...

Quesinotehagocasoquesinotehagocasoquesinotehagocaso... Todo el santo día con la misma cantinela colgando de los labios... Atronadas me tienes las orejas... ¿Qué no te hago caso mujer? Pues el mismo caso de siempre ¿no? Pero mira que estás temosa... cada día repitiéndome trescientas veces lo del que notehagocaso... Como críos chicos... Y por más que yo intento pillarte en un renuncio y sacarte otro tema todo nos lleva a lo mismo... Erre que erre. Sesenta años casi, los que llevamos juntos, que se dice pronto, y requetebién que hemos estao para que ahora andes penando todo el santo día con esa monserga... Nos ha tocao sufrir lo nuestro, y juntos. Nadie se puede figurar la de cosas feas que ha querido el demonio que nos pasaran... y juntos. Años muy puñeteros, pero siempre juntos, lo sabes, siempre juntos. Juntos y juntos. Te he cuidao la vida entera todo lo que he podío todo, todo lo que he sabío, la verdá, y yo no creía haberlo hecho tan mal... ¡Pa chasco...! ¿Qué sabemos los hombres de cuidar a nadie...? Porque bien malita te tuve el tiempo que te duró la preñez, no una, sino siete veces me parece que fueron, aunque se te malograron algunos... pobres... Sí, lo pasaste mal, mal, mal, y no te me quejabas ni una mijina siquiera y yo... bien sabe Dios que te cuidaba... ¿O no? Conseguiste, porque tozuda eres un rato, mantener a cuatro dentro, y cuatro que tuviste... aguantaste el tirón... porque eso de la hora corta tú nunca has sabido lo que era... aguantabas hasta que te ponían al niño en brazos y después ya... parecía que no tenías ni fuerzas para hablar... pero has tenido salero para eso y para todo lo que se te ha metío entre ceja y ceja... Para todo. Menuda has sido tú siempre. Iba para largo hasta que superabas lo de la cuarentena, has sido siempre tan recogidita de carnes, que te me quedabas en muy poquita cosa... tanto, que luego le costaba arrancar de nuevo a la vida pero ¡vaya si espabilabas! ¡vaya...! y yo pendiente de ti, cuidándote lo que sabía, lo que podía también... Qué mal lo pasamos... qué mal... pero tiramos p´alante... y tan felices siempre... juntos. Siempre juntos.



Y ya sé lo que pensarás cuando me leas. Que yo nunca he sido muy besucón a la hora de arrimarnos, bueno ni a la de arrimarnos ni a la de separarnos... Pues no, no lo he sido, pero yo pensaba que tú me querías tal cual soy... y que sabías también que a mi manera yo te tengo una ley que nunca tuve a nadie... Pero al cabo de sesenta años resulta que no es bastante... Mira tú por dónde. Y no debe serlo, porque ahí te tengo, penando, cientos y cientos de veces con la musiquita, repitiéndome lo de Quesinotehagocasoquesinotehagocasoquesinotehagocaso, cientos y cientos con lo mismo... y qué tostón mujer... que tostón. Y es que además yo te veo rápido las intenciones, no te voy a engañar, y ya te temo, cuando te acurrucas y te me pones ñoña... porque te veo que empiezas a darle a la cabeza y a la cabeza, que se te va a hacer agua de tanto darle... y sé de fijo que vas a acabar con lo de siempre: quesinotehagocasoquesinotehagocasoquesino... ¡Pero mira que son raras las mujeres...! porque ¡Ahora! ¡A la vejez viruelas! Que nunca he tenido queja de ti, ni tú de mí, que yo sepa... y ¿Ahora? Que estamos más tranquilos, más descansaos, con más tiempo, más solos... ¿Ahora quesinotehagocasoquesinotehagocasoquesinotehagocaso...? Que yo se lo he contao a los de la partida, y tampoco lo entienden, mujer, tampoco, como yo... Si es que ¿quién va a entender esto...?


Pero esta noche pasada te he sentío, aunque tú no lo sepas, te he sentío darte mil vueltas en la cama y levantarte, y Dios no lo quiera, pero hasta me ha parecío sentirte que llorabas y todo... Y eso no mujer, eso no, que a mí se me parte el alma de escucharte, y total por la tontuna esa del quesinotehagocasoquesinotehagocaso... ¿Dónde se vió? Por eso me he decidío a escribirte esta carta. Esta carta de tontos, ya ves, porque ¿qué necesidad tenemos nosotros de esto...? Toda la vida juntos y requetebién. Dime tú a mí... con cartitas a estas alturas... Que cómo se enteren en la partida se van a reír pero bien a gusto de nosotros, se van a reír sobre todo de mí... Pero es que yo ya no sé qué hacer contigo, mujer. Ya no sé. No sé cómo quieres que te haga caso, porque yo no sé hacer las cosas de otra manera de cómo las hago... No sé... Pero que me llores... que me llores no, eso no. Que me llores con esos ojos verdes tuyos de siempre, mismamente los de ahora, verte triste esa misma cara también de siempre, solo que ahora un poquito más arrugá, arrugaíta solo por aquí, por el derredor de los ojos... solo por ahí y con unas arrugas chiquititas de reírte, porque tú toda la vida has llevado la risa colgando de los labios, toda la vida... y no esa letanía que me llevas ahora... No señor, no, que yo escribo esta carta de tontos y lo que sea necesario, pero que tú no me llores, mujer, no me llores que a mí me rompes el alma de escucharte... ¿Qué no te hago caso? Pero mujer si yo sin ti no soy nada, nada de nada, un terreno baldío, un cero a la izquierda, eso soy yo. Que yo no me sé explicar, que lo de hablar, y más lo de escribir, siempre se me dió muy requetemal, pero si ahora es febrero y se estila esto de las cartas, pues allá va esta carta para ti, para ti mujer, que te la mereces más que nadie en el mundo... mucho más que nadie.

©Rocío Díaz Gómez


Si os apetece seguir leyendo alguna más de mis cartas de amor, podeis hacerlo pinchando en el link que lleva a esa pestaña en mi blog, donde cada febrero desde que abri el blog he colgado alguna:

http://rociodiazgomez.blogspot.com.es/search/label/Cartas%20de%20amor%20escritas%20por%20Roc%C3%ADo%20D%C3%ADaz

 


martes, 14 de febrero de 2012

Una carta de amor para San Valentín: "A dos pasos de cebra de ti". Un relato de Rocío Díaz




Qué mejor que una carta de amor para el día de San Valentín.

Ésta carta ya la colgué en este blog hace dos o tres de años, no lo recuerdo exactamente, pero me apetece volver a traerla. Y más cuando la leí de nuevo ayer, 13 de febrero de 2012, en el Recital de lectura compartida que hicimos Javier Díaz Gil y yo en el Café Libertad 8.

Le dieron el segundo premio en el Concurso de Declaraciones de amor 2007 organizado por el Ayuntamiento de Roquetas de Mar (Almería). Y fue publicado en un libro en el que reunieron las cartas premiadas con algunas más que se habían seleccionado.

Espero que os guste.



A dos pasos de cebra de ti

¿Sabes? encargado nocturno de la gasolinera,

Hace mil y una noches que estoy aquí.

Aquí, a escasos metros de ti. Aquí mismo. A dos pasos de cebra de tu persona y doscientos mil años luz de tu atención. No soy otro semáforo que cambia solo de color, ni otro aspersor que riega intermitente, ni otra farola que se ilumina sola. Aunque también cada noche, a cada poco, me puedes ver casi quieta y callada y en el mismo sitio, también sola. Ya, ya sé que no sabes. Soy tan transparente, tan invisible ante tus ojos como cualquier semáforo, cualquier aspersor, cualquier farola con la que comparto acera. Aunque yo soy parte del mobiliario físico de este polígono industrial. Una más de mi grupo. Pero tú no sabes, te has acostumbrado tanto a nosotras, que si alguna vez me viste, o quizás me desvestiste con esos ojos miopes tuyos, ya de eso, ni tan siquiera te acuerdas.

Por eso te escribo esta carta. La primera de muchas que vendrán después, si no te importa. Aunque no sé si a esta hoja arrancada de uno de mis viejos cuadernos de apuntes, apretujada de pensamientos color “azul bic cristal”, se le puede llamar carta. No he escrito demasiadas en mi vida, no sé ni como empezarlas. Hasta ahora la más difícil y la más larga solo tuvo cinco o seis renglones. Fue la que dejé sobre mi almohada para decir que me iba. Hace solo dos cursos pero es como si hubiera vivido dos vidas más después de aquella primera. Ahora sé que no era una mala vida la que dejé, ahora, que ya no tiene remedio. Lo malo fue la decisión de irme, ahora también lo sé, ahora que ya nunca hay decisiones buenas que tomar. Pero no te preocupes que no te escribo para contarte mi vida. Esa, no tiene ya interés ni para mí.

Pero supongo que lo primero es presentarme. Me llaman Filo. De filósofa, no es que sea mi nombre. El verdadero lo dejé junto a la carta sobre aquella almohada. Me llaman Filo porque dicen mis compañeras que le doy mucho a la cabeza. Por aquí, y en eso, no se pierde mucho tiempo. Soy una ratita de esquina, la ratita de ojos azules más presumida de este lado de la acera. La que malvive a dos pasos de cebra de tu gasolinera, la que cada noche barre y barre con decisión cualquier clase de polvo que se ponga por delante. Pero aunque aún debo tener años para que me sigan contando cuentos, yo ya no me creo ninguno. Por fuera parezco demasiado joven, por dentro soy demasiado, demasiado mayor para cuentos. Quizás por eso lo que se me da bien es contarlos. Me sobra experiencia. Y creo que hasta me gusta, me gusta inventarme otras vidas, probarme otras pieles y arrebujada dentro de ellas intentar sentir... Porque se me está olvidando sentir ¿sabes? no, tampoco lo sabes, ya lo sé. Pero así es. Aunque tú no lo sepas, aunque te cueste creerlo, de no sentir se me está olvidando hasta como se hacía...

Pero todavía te estarás preguntando por qué te escribo... Pues porque hace mil y una noches que quiero decirte que, junto a las farolas, tu y yo compartimos nocturnidad y alevosía. Un murciélago tú. Una luciérnaga yo. Tú oscuro para el que para a repostar y yo fluorescente para el que también para ¿a repostar? Distintos, pero los dos invisibles. Duraremos en la memoria de nuestros clientes el rato que estén con nosotros, el rato que dure nuestro servicio, no más. Eso, unido a que se me esté olvidando sentir, me hace pensar cada vez más en las gomas. Y no sonrías, no, me refiero a las de borrar... Perdóname, la verdad es que no sé si estarás sonriendo, desde aquí solo acierto a ver que estás agachado leyéndome, leyendo esta carta que una vez terminada, me habré atrevido a dejarte bajo la puerta, camino de los lavabos de la gasolinera. Perdóname si he dado por hecho que sonreirías al leer “gomas”, no son más que gajes del oficio. Pero te confieso que así me veo algunas veces, como si algo me estuviera borrando con una goma de esas de milán de mi primera vida, borrándome poquito a poco, o con una de esas blancas de nata que olían tan bien, borrándome a conciencia, por todas y de todas partes.

Por eso hoy he cogido uno de mis viejos cuadernos y me he puesto a escribirte. A ti. Encargado nocturno de la gasolinera. A ti que, aunque no lo sepas, eres a quién tengo más cerca. Porque me sobra experiencia para inventar pero me faltan oídos. Y quizás tú, quizás, me leas hasta el final. Esa es la única cosa que creo haber hecho bien desde que escapé de casa, seguir leyendo, leer mucho. Será porque quizás no es más que otro vicio, ya sabes, somos muy viciosas... Por las tardes, cuando aún no me he transformado en la ratita más presumida de esta esquina, voy a la biblioteca y leo todo lo que cae en mis manos, todo. Sí, pensarás, la ratita presumida no es más que una gris de biblioteca disfrazada. Pues sí, aunque al verme barrer en mi esquina nadie lo creería... Pero así ha sido como en uno de esos libros he conocido a Sherezade. No sé si sabrás quién era... pero que más da. Quizás hasta fui yo, yo en otra de mis vidas.

Como Sherezade he pensado cada noche contarte un cuento. Te lo escribiré por la tarde y lo dejaré bajo la puerta de tu garita cada noche camino de los lavabos. Como otro ratón, como el ratón Pérez de mi otra vida y siempre, si no te importa. Te lo contaré a ti, para quién las noches son tan eternas como para mí. A ti, que quizás también necesitas compañía, como yo. Compañía de la buena. Te lo contaré a ti, como si fueras el gran Visir de este polígono industrial.

Y te lo contaré, si tú me dejas, para sobrevivir una noche más. Para no compartir el destino de mis compañeras en esta alcantarilla. Para que los polvos que barro se vuelvan mágicos sin tener que decir “abracadabra”. Para que las gomas de nata no acaben borrándome del todo. Te lo contaré para intentar volver a sentir.

Y después... después, encargado nocturno de la gasolinera, después de mil y una noches, ¿Querrás tomar un café conmigo cuando amanezca?

© Rocío Díaz Gómez



lunes, 14 de febrero de 2011

"Porque la edad no importa" Relato de Rocío Díaz Gómez


Hace tiempo que no os dejo con uno de mis relatos. Y qué mejor, dado el día que es hoy, que compartir con vosotros una carta de amor.

Se titula: “Porque la edad no importa”.

El protagonista es un niño, ya lo veréis en cuánto comencéis a leerla, y se nota que está escrita hace unos años, pero yo la tengo mucho cariño porque fue premiada en el XI Certamen Nacional de Cartas de amor de Radio Nacional de España. Cuenca. 2003. Recuerdo que aquella entrega de premios fue en el Parador de Cuenca, un lugar bien elegante en una ciudad que siempre gusta visitar, y lo que es mejor, nos trataron muy bien.

Bueno pues aquí a continuación la tenéis. Si después aún os quedan ganas para más cartas de amor os dejo a continuación dos enlaces más de mi blog, donde en su día colgué alguna otra en escrita en otro tono.





Porque la edad no importa

Hola Vanesa,

Yo no sé escribir cartas. Pero me ha dicho mi abuelo que a lo mejor no era mala idea intentarlo, que a veces es más fácil que hablar. Como casi siempre tiene razón, le voy a hacer caso, aunque creo que me pensaré un poco más lo de dártela... Aunque él dice que si es por el corte que digo, que aproveche ahora que no te tengo que ver la cara cuando la leas, que él sabe lo duro que puede ser eso, y no sé... que va a tener también razón...

Tú no me conoces, yo me llamo David y estoy en casi, casi la ESO, bueno me faltan dos cursos, pero casi. Tu y yo vamos al mismo colegio, aunque tú algunos cursos por delante, pero pocos, bueno... otros dos. Pero mi abuelo dice que la edad no importa, cuando importan otras cosas.

“Que ahí bien cerca le tengo a él, carteándose con la Inés, la de la panadería, que ya no es ninguna moza, que me fije en él, que ya está en el penúltimo escalón de la vida, pero que no cambiaría esas letras por nada del mundo...”. Y debe ser verdad, porque yo veo cómo huele sus cartas, y las vuelve a leer y las guarda con mucho cuidado en el cajón de su mesilla.

“...Qué me fije en Rober, mi hermano, cómo manda y remanda mensajes por el móvil a su chica, que no es lo mismo que las cartas, pero parecido, y dice, que bueno, que se perderán las vocales pero que lo que importa ahí sigue...”. Lo de las vocales lo dice por mi madre, que es profe y siempre está regañando a mi hermano porque dice que se le va a olvidar escribir, de tanto andar con el dichoso móvil, que en qué hora se lo compró...

“...Que me fije en Rodrigo, el cartero, que algo así parecido a lo mío debe barruntar con la vecina del quinto, cuando a todos les echa el correo en los buzones y con el de ella se sube los cinco pisos cargando con el carrito amarillo, ná más que para verla y dárselo en mano...” y así me va contando el abuelo de todos los que nos rodean, para que yo no me crea que esto que me pasa, solo me pasa a mí, que no, que es de lo más corriente y hasta contagioso...

Porque Vanesa desde que nos dieron las vacaciones, y no te veo a la salida del cole, a mí se me ha quitado el hambre, y me da igual que haya espaguetis, que son mis preferidos, que qué me lleven al burguer, que no como nada de nada. Que ya no me entero de las películas de Harry Potter y pierdo siempre contra la supernintendo. Jo, que ya no me hacen de reír ni los Simpson... que antes me tiraba por el sillón y por el suelo de la risa que me entraba con ellos.

Que el otro día cuando nos cruzamos en el centro comercial, que tú no me viste, pero que yo me quedé como pegado al suelo con superglú sin poderme mover, ni hablar. Que ahí fue cuando el abuelo se dio cuenta. Y es que cuando te vi pasar con tu cazadora azul clarito y tu pelo largo, con esos dientes tan iguales y esas piernas tan flacas, a mí en la boca me apretó más el aparato que nunca, y me pareció que nunca terminarían las vacaciones de Navidad, que esto tan malo de querer volver a clase no se lo deseo ni a mi peor enemigo, que no se lo puedo contar a nadie ni a mi amigo Héctor ni tan siquiera, porque me llamaría traidor con toda la razón y no volvería a dirigirme la palabra.

Que me puse tan enfermo Vanesa por dentro, que hasta le pregunté a mi abuelo cuando conseguí abrir la boca, que si él también creía que estabas tan buena... y me contestó, después de pensarlo un rato, que eso de la belleza es muy complicado, que somos muy raros y que a cada uno le parecen bonitas unas personas y a otros otras, pero que si a mí me lo parece, es que lo estás... Entonces más despacio, me quedé pensando que a lo mejor no había sido muy buena idea lo de preguntarle, y que debía tener razón el abuelo, porque si él llega a preguntarme que si yo creo que está buena la Inés, la de la panadería... fíjate que a lo mejor con eso sí que me hubieran entrado ganas de tirarme al suelo y morirme de la risa otra vez...

Bueno Vanesa que todo esto que te cuento es para pedirte que si querrías dar una vuelta conmigo a la salida del cole. Si quieres para no nos vea nadie, porque ya sé que tú pensarás que qué vas a hacer tú con un enano como yo, pues vamos por las casas de detrás que casi no vive gente... Solo una vuelta pequeña, que dice mi abuelo que cuando me conozcas mejor yo dejaré de parecerte tan enano... y que a lo mejor, solo a lo mejor, hasta dejarías que me convirtiera en uno de tus mil novios, que aunque tuviéramos que pasear de incógnito por el mundo como Superman, a mí no me importaría... si yo pudiera ir a tu lado.

Y ya solo decirte que desde que sé que te llamas Vanesa, ese se ha convertido en mi nombre favorito, que me paso los días escribiendo uves por todas partes, en el papel higiénico mientras estoy sentado en la taza, en la arena del parque, en las hojas del libro de Cono que ya hemos pasado, en la salsa de tomate del plato, en todas, todas partes... porque como tú, Vanesa, estoy seguro de que en este planeta, no hay nadie mas....

David

©Rocío Díaz Gómez



Y éstos son los enlaces que os comentaba, donde en su día colgué otras dos cartas de amor por si os apetece seguir leyendo...




domingo, 14 de febrero de 2010

"Hoy la sopa estaba saladísima" Relato de Rocío Díaz


En este 14 de febrero, día de los enamorados, yo quería dejaros con un relato mío, pero como no podía ser de otra forma en un día como hoy, se trata de una carta de amor.

Se titula "Hoy la sopa estaba saladísima".

Este relato, esta carta, fue premiada en el XI Certamen de Cartas de Amor y Desamor de Almuñecar, con el segundo premio, en febrero de 2004.




Comienza con una cita que dice así:

"Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber lo que se ha dicho" Rousseau.


Y dice así:


-->
Hoy la sopa estaba saladísima


-->
Las cartas de amor
se escriben empezando sin saber lo que se va a decir,
y se terminan sin saber lo que se ha dicho.
Rousseau

-->
Querida Cati, ¿Cómo estás?

Te sorprenderá esta carta ¿verdad? nos hemos llamado hace solo un par de días. Ya, ya lo sé. Pero entonces no quise yo entrar en vuestras cosas y la vez anterior tampoco, ni la otra... ¿Y quién me manda? Pero hoy ya no puedo dejarlo más. Ya no puedo. Mi querida Cati, que difícil es decir estas cosas, muy difícil... y más cuando uno no es quién debería decirlas, pero Norberto ya sabes que no sabe escribir; así que vamos a ver si con él a mi lado, pero con el bolígrafo en mi mano en vez de en la suya, entre los dos y venga a beber agua, conseguimos contarte. Hablando Cati, hablando no nos atrevemos, ni él ni yo ¡Ay! ¿Quién me mandará a mí...?

El caso es que hoy la sopa estaba saladísima. Yo compartía mesa con el jefe, que es un pedazo de pan, ya tú sabes. Pero a la primera cucharada él dijo: “Norberto tiene hoy mal día, la sopa está saladísima...” Y yo he asentido moviendo la cabeza sin hablar, con cara de quién sabe. “Pues menudo berrinche se ha debido dar”, ha vuelto a decir él al saborear la segunda cucharada. “Leche, si es que está que muerde...” ha repetido con la tercera y yo venga a asentir y asentir mientras echaba de nuevo agua en nuestros vasos para aplacar la sed... Pero él ya no ha dejado de quejarse Cati, hasta que ha dado fin a la sopa.

De los diez años que hemos estado trabajando juntos, no recuerdo las jornadas interminables, el miserable sueldo, los problemas... No. Yo os recuerdo a vosotros, os echo de menos a vosotros, a Norberto y a ti... A vosotros que os veía más que a los míos, con quienes compartía feliz y bromeando este pedazo difícil de vida que como ratones apenas pellizcamos...

Ahora que te fuiste... ya nada es igual.

Desde que te has ido Cati, cuando llegamos al comedor todos saludamos: “¿Qué tal Norberto...?” . No es fácil, no es fácil caballeros...” contesta él sin apenas levantar la voz. Y entonces el que va detrás en la cola te susurra al oído “Coge dos jarras de agua, que hoy va a tocar beber...” y me lo dice en serio, sin ningún punto de ironía, ni hastío, porque tú sabes Cati, que aquí si tenemos una pena, nos la repartimos como un trozo de pan del que mordemos todos, para que termine cuanto antes, cuanto antes... en un iluso intento de aliviar un poco al que la sufre.

Desde que te has ido Cati, son malos tiempos para Norberto, nuestro cocinero, que siempre ha hecho unos guisos con los que te rechupeteabas los dedos, que tú lo sabes, malos tiempos para quién sufre mal de amores. Su negra como él dice le tiene la vida acabá, y la tristeza en su voz, con ese acento del caribe, te parece más grande y más sentida que ninguna. “Óyeme mi amor yo no estoy para pasarme la vida entre pucheros y cacharros, yo no me crucé medio mundo para oler a fritangas y guisos, tiesa con este frío del polo y esta humedá que traspasa hasta el alma... ah no... yo no estoy para esto...” y virándose, cuenta Norberto que apretujó con prisas tres cosas en una bolsa, y se perdió bamboleando su maravilloso y gran trasero dentro del tren de las cinco, el que no para hasta la ciudad.

Así fue Cati como nos dejaste un Norberto en prenda, tan arrugado como un papel pisoteado en plena calle. Así fue, que tú lo sabes. Así nos lo dejaste de aplastado. Así mismo.

Desde que te has ido, sobre todo cuando los días nacen nublados, la tristeza como un okupa se le cuela en el alma y le llena tanto que se le humedecen los ojos de amor; de un amor que se deshace en gordas lágrimas que no puede evitar perder sobre los guisos y los fritos, sobre las ensaladas y los purés, sobre esas sopas, esas tan saladas con las que cucharada a cucharada sorbemos todos un poquito de su pena.

¡Ay Cati! que nos tiene el estómago destrozado. Que el jefe se está cansando. Que aquí tengo a tu Norberto a mi lado llorando, llorándote bajito, bajito. Cati, que yo sé que tú también le echas de menos, que lo has dicho un millón de veces con tu voz temblorosa, con tu forma entrecortada de preguntarme por él cuando hablamos. ¿Os atravesásteis medio mundo juntos, pasásteis tantas calamidades, tanta necesidad sin dejar de ir amarrados el uno al otro, para ahora dejarle? ¡Ay Cati! Que tendrás que hacer algo ¡cubana morena y testaruda!, que no nos llega la sal de frutas para tanto lloro...

Piénsatelo mejor, piénsatelo y díme si no se te estruja el corazón cuando le oyes llamarte “su negra...”. Piénsatelo y solo di que aún le quieres. Solo esas dos palabras.

Solo dos.
Dos, son suficientes para volver a empezar.

Un abrazo muy fuerte,
Un entrometido con el alma partida de veros tan tristes.
©Rocío Díaz Gómez