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viernes, 30 de diciembre de 2016

Mi última carta de amor premiada: "Bajo la bonanza del anticiclón"



En la reseña de los grandes momentos literarios de este año, me queda dejar memoria del último premio que me han dado.

Ha sido en este mes de diciembre del año 2016. Se trata del 2º Premio de Cartas de Amor en el XXI Certamen de Covibar de Cartas de Amor de Rivas Vaciamadrid, y ha sido con una carta a la que yo tengo mucho aprecio: "Bajo la bonanza del anticiclón". Por eso tenía ilusión por compartirlo.


 
XXI Certamen de Covibar de Cartas de Amor

  • Primer premio al trabajo “Señora” de Álvaro Martín García.
  • Segundo premio al trabajo “Bajo la bonanza del anticiclón”, de Rocío Díaz Gómez.
  • Tercer premio al trabajo “En la sala 27”, de Nazaret Romero González.
 La entrega de premios fue el pasado martes 20 de diciembre y no pude asistir porque me había comprometido con la presentación del poemario de Javier Díaz Gil, así que me lo recogió mi hermano Alberto. 


Quería compartir también la carta premiada con vosotros. Y por supuesto dedicársela a las personas que quiero de la AEMET.

Aquí la tenéis.

 

Bajo la bonanza del anticiclón

La piedra de enamoramiento de mayor tamaño recogida hasta la actualidad en mi vida sentimental cayó un primero de julio de 2005 en mi localidad, en mi habitación y en las aguas cálidas de mis propias sábanas. No hay lugar más exótico que el cotidiano, ni más cercano que esta cama mía, que siento nuestra.

Aunque la velocidad con que impactan los enamoramientos en las personas dependen de su tamaño, el enamoramiento al caer se ve impulsado por fuertes corrientes de aire descendente, procedentes del olor de una piel, de su tacto y su temperatura, procedentes también de una boca y su voz, de su humedad y su tibieza, de tal forma que podemos multiplicar los grados por dos, de ahí su alta peligrosidad. Cómo decirte que en aquella ocasión sus dimensiones fueron tales en diámetro y circunferencia que aún no me he recuperado.

Nuestro tornado se formó por la rotación violenta de nuestros cuerpos descolgándose desde la nube en la que llevábamos instalados unos meses, quizás años, al calor del trato diario y las confidencias. Nuestro tornado en su parte más estrecha alcanzó el suelo, fue desplazándose y nos llevó, siempre intentando no provocar grandes destrozos a nuestro paso, hasta donde nos encontramos ahora. 

Muchas veces me he preguntado en qué lista de huracanes, de esas que elabora la Organización Meteorológica Sentimental, alternando nombres de hombre y de mujer, y por orden alfabético, estamos nosotros. De lo que no me cabe la menor duda, es de que si nos vemos envueltos en una pertinaz sequía de encuentros, en nuestros días sopla más el levante que el poniente, por mucho que digan que aproximadamente soplan el mismo tiempo. Si estamos separados, el levante es más impetuoso y alcanza rachas de muchos días llegando incluso hasta la ciclogénesis explosiva. 

No exagero, cada vez que te alejas he podido anticipar el sonido de los truenos después de ver rayos en el horizonte de nuestras palabras y nuestros gestos. Por definición una ciclogénesis puede calificarse de explosiva siempre y cuando la presión afectiva en el centro del corazón implicado disminuya drásticamente. El resultado es la formación en poco tiempo de una profunda borrasca en los sentimientos, lo que siempre lleva asociado un fuerte temporal de emociones y precipitaciones destacadas en los ojos. En los tuyos y en los míos. Porque cuando la humedad relativa de tus ojos alcanza el 100%, por simbiosis, me empapa entero a mí, cubriendo tanto mi tierra que tiemblo de frío y nada temo más que de nuestras bocas al juntarse solo salga vaho,  un gélido vaho, que no podría soportar.

En mi corazón solo cabe una certeza: He aprendido a resguardarme de todas las galernas en el cielo de tu boca.

Porque, pasen los días que pasen, si me acerco a ti sigo impregnándome de ese conocido olor a tierra mojada que solo tu piel sabe exhalar. Y nada siento que me temple más que su temperatura suave, que no es lo suficientemente baja como para darme frío ni lo suficientemente alta como para darme excesivo calor. Cuando tu piel y la mía aciertan a encontrarse en este océano complicado de los días, el aire cálido que nos envuelve, se torna más ligero y disminuye mi densidad y tiende a ascenderme de manera natural en pura flotabilidad. 

Dejemos pues querida, como aquel lejano día que en las aguas cálidas de mis propias sábanas acertó a caernos este enamoramiento, que el anticiclón nos encuentre siempre lo más cerca posible al uno del otro, que nos abrace y nos mantenga unidos impidiendo el paso de todas las borrascas. Bajo la bonanza del anticiclón alcanzaremos las temperaturas más altas. Dejemos que la humedad relativa del aire alcance el 100% de encanto, se sature de vapor de deseo y comiencen a formarse minúsculas gotitas. No me preguntes de qué, lo realmente importante es que tu olor y mi calor actuarán, no tengo la menor duda, como núcleos de condensación de la pasión. Está pasión que nos acuna a golpes de calor. Esta pasión marítima que nos salva de la monotonía y la rutina. 

En mi corazón solo cabe una certeza: He aprendido a resguardarme de todas las galernas en el cielo de tu boca. Y es ahí donde quiero seguir. 

Tu hombre del tiempo.

©Rocío Díaz Gómez

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Certamen Literario Raphael



Yo tenía pendiente compartir con vosotros un momento muy grato. Me estoy refiriendo a la entrega del premio del Certamen Literario Raphael de este año 2016, en el que gané el primer premio.

La entrega fue el día 25 de septiembre de 2016 y yo, con todo el dolor de mi corazón, no pude asistir porque ese día estaba en los EEUU. 

Estuvimos comentándolo la organización y yo, y ni ellos podían cambiarlo a otro día porque es un evento preparado con muchos meses de antelación, para empezar tienen que tener en cuenta la agenda del cantante Raphael y demás, y no se podía atrasar; ni yo tampoco podía hacer mucho porque ya tenía también desde hacía tiempo mis billetes de avión y hoteles y demás. 

Pero tuve la gran suerte de que pudiera ir a recogerlo mi hermano Alberto, que también tuvo muchos avatares con el día de la entrega, pero finalmente fue acompañado de un amigo nuestro de toda la vida.

Y qué bien, porque disfrutaron muchísimo con la celebración. Vinieron encantados con el trato que recibieron por parte de la Asociación Raphaelista organizadora del certamen, y me comentaron lo majos que habían sido todos, por supuesto incluído Raphael, con el que jugaron incluso a las películas con los títulos de sus canciones. Muy divertido debió ser.


Quería dejaros con algunas fotos de la entrega de premios, y ya también con mi relato por si os apetece leerlo.

El tema del certamen era suspense. Y yo me acordé de este relato mío que ya tiene un montón de años, pero que si algo tenía, era suspense.







Nadie había muerto, todavía

 Nadie había muerto, todavía. Eso lo sabía bien, porque cuando alguien se muere, la persona que está con él grita. Grita con un grito largo, larguísimo, hasta que se queda sin respiración y luego dice: “No, no…” Dos veces seguidas lo dice. “No, no, (otras dos) Fulanito, no, no te mueras… Fulanito”. Y repite el nombre que ya había dicho, el del muerto, para que el muerto esté seguro de que le están hablando a él y no a otro muerto cualquiera. Eso dice la persona que está con el muerto cuando se acaba de morir. Lo había visto en millones de películas. Pero eso pasa si no es el asesino el que está con el muerto. Porque si es el asesino, entonces lo que hace es mirar al muerto, y cuando está seguro, segurísimo de que ya no vive, siempre, siempre, echa a correr. Muy deprisa, y casi siempre dejando la puerta abierta y corriendo escaleras abajo. Casi siempre hay escaleras. Pero corre muy deprisa para que nadie le pueda ver con el muerto y pensar que él lo ha matado. Eso también lo ha visto en millones de películas. Así que como no había escuchado ningún grito ni a nadie corriendo por las escaleras, estaba seguro de que nadie había muerto. Pero todavía.

Lo malo es que iba a morir en cualquier momento: el muerto. Porque llevaba ya mucho rato escuchando ruidos y quejas y muebles. Y cada vez los ruidos eran más grandes. A esas horas de la noche como todo el mundo duerme no se tiene que oír nada. Nada de nada o como mucho los coches y los ronquidos. Lo malo es si se oyen otras cosas. Porque si es de noche y se oyen cosas raras solo pueden pasar tres cosas:
1. Que sea la noche de Reyes, ese día siempre hay ruidos, pero no pasa nada porque es la noche de Reyes y son ruidos buenos.
2. Que alguien se haya puesto malo en su casa, pero él no ha oído ni a su padre, ni a su madre que estén malos, porque su “hermanoto” no cuenta, él aún no anda, ni casi se mueve, esté malo o no, no hace esos ruidos.
Y 3. Que pase algo, algo malo, algo como que haya asesinos y muertos. Y eso es lo que él creía que estaba pasando…
Pero ni su padre ni su madre ni su “hermanoto” los escuchaban, no podía entender como con esos ruidos seguían durmiendo tan felices. Los tres, y encima los tres juntos. Y él ahí solo, oyendo todos esos ruidos. Y ellos tres juntos, su padre, su madre y el hermanoto, que no necesitaba verle para saber cómo estaría: durmiendo con el chupete incrustado en su boca como una ventosa.

Lo que más le gusta en el mundo a su hermanoto es el chupete, así que cuando a veces pasa por su lado y no sabe por qué le entran esas ganas de darle un pellizco, un pellizco muy pequeño, pequeñísimo, que casi ni es pellizco ni es nada, y se lo da, muy rápido, rapidísimo para que nadie le ve, con la otra mano libre, que no le ha dado el pellizco y que ya tiene preparada muy cerca de la boca, le mete el chupete a cien por hora para que no le puedan oír como quiere llorar. Que no ha sido nada… nada de nada… un pellizco muy pequeño, pero es un quejica. Menos mal que tiene el chupete, porque con él casi siempre, casi siempre, lo consigue. Que llore muy poco, o casi nada. Es un chupete mágico. Por eso él, en cuánto se le cae al “hermanoto” de la boca, como un hermano muy bueno lo coge del suelo y lo pone debajo del agua del grifo como hace su madre, porque así siempre está preparado, porque así su madre le da un beso por hermano bueno, y porque él sabe con una seguridad aplastante que eso es lo que más le gusta en el mundo a su “hermanoto” y le hará callar cuando le dé el pellizco que no sabe por qué siempre tiene ganas de darle.

Pero en la casa de al lado, nadie tenía un chupete-ventosa puesto en la boca, porque seguía escuchando las quejas. Y si casi no respiraba podía escuchar unos golpes contra la pared que es la misma que la suya, porque eso se lo ha dicho su madre que no dé golpes contra esa pared porque al otro lado está la habitación donde duerme su vecina. A él su vecina le gusta. Porque no es una de esas vecinas que cuando está en el portal dice que cuidado con las plantas no las vaya a aplastar, sin que él las haya aplastado ni esté cerca de ellas. Ni tampoco es una de esas vecinas de las que dicen que a jugar mejor a la calle que está haciendo mucho ruido, sin que él haga ruido ni nada. Ni tampoco es una de esas vecinas que le dice cosas al “hermanoto” siempre, y a él solo cuando está su madre delante. No, no es ninguna de esas vecinas que huelen a repollo o a cristasol. La vecina de al lado le gusta porque siempre huele muy bien, y siempre le sonríe a él, esté su madre delante o no, y siempre después de sonreír le dice: “Hola Javi, ¿Cómo estás?” Ninguna de las otras vecinas dice su nombre y ninguna le pregunta “¿Cómo estás?”. Por eso él siempre le sonríe también y le dice “Bien gracias” cómo le ha dicho su madre que hay que responder.

No sabía qué hora era. Pero debía ser muy de noche, porque todo estaba muy oscuro en la calle y en casa. Solo se oía muy lejos algún coche que pasaba por debajo de su ventana, y solo se oían en casa los ronquidos de su padre, que son tan grandes, grandísimos, que retumban por toda la casa, todo el bloque, todo el barrio y seguro que por toda la ciudad. Por eso su madre se pone esas cosas en las orejas para poder dormir, por eso cuando a él le duele la tripa ella le tiene dicho que ya es mayor y tiene que ir hasta su cama, con los ojos medio cerrados para no morirse de miedo, y darle en el brazo un buen rato hasta que se despierte porque no le podría escuchar desde su cama aunque él diera un grito tan largo como si hubiera un muerto.

Pero aunque ya hacía mucho rato desde que empezaron las quejas y los ruidos, él no iba a ir a despertar a su madre porque ni le dolía la tripa, ni nadie había muerto todavía. Además y sobre todo es que estaba demasiado oscuro. Al otro lado de la pared seguían los ruidos, cada vez más ruidos, en la casa de su vecina favorita. Y le parecía que abrían y cerraban un cajón, aunque de eso no estaba muy seguro, y también le parecía que escuchaba la voz de su vecina diciendo: “Porque no” con esa voz suya de vecina favorita. Y también le parecía que se oía otra voz, la de un hombre, la de ese señor que vive a veces con su vecina, y que dice su madre que es su marido, aunque a él no se lo parecía porque no es como su padre, que es el marido de su madre. Y a lo mejor ese señor que dice su madre que es el marido de su vecina estaba diciendo: “Y yo que digo que sí…” pero eso no lo podría prometer, porque se seguían escuchando los golpes en la pared y no podía escuchar bien, y a lo mejor uno de ellos tenía hipo, porque le parecía oírlo, y si estuviera allí y fuera su vecina la del hipo le daría un vaso de agua como le da a él su madre, para que se le quitara porque se está muy mal cuando se tiene hipo, pero si fuera ese que dice su madre que es el marido de su vecina favorita, el del hipo, entonces le dejaría que siguiera teniéndolo horas y horas hasta que tuviera agujetas en la boca, en la garganta, en el pecho y en todas partes de su cuerpo porque ese hombre ni es su vecino favorito ni nada.

Un día él estaba sentado en los escalones jugando con los cochecitos a hacer un circuito como el del Jarama y ese vecino que dice su madre que es el marido de su vecina favorita vino de trabajar y no saltó por encima de él como había hecho el hijo de la vecina del tercero, ese que tiene una moto y una novia muy flaca con la que se besa en el portal. Ni tampoco ese que dice su madre que es el marido de su vecina favorita le dijo que si se podía apartar un momento, como le dijo el marido de la vecina del cuarto, ese que siempre va fumando. No, que va, no le dijo nada, sino que le pisó los dedos para pasar y ni le dijo perdona ni nada de nada, sino que además le tiró uno de los cochecitos por el hueco de la escalera. Por eso a él no le gusta, aunque su madre diga que es un vecino muy amable el marido de la vecina del segundo derecha, porque la deja pasar delante de él en el ascensor.

Por eso él cruzaba los dedos para que el que tuviera hipo fuera el marido de la vecina de al lado, no ella. Y seguía cruzando los dedos para que no se le quitara nunca jamás. Pero seguía siendo muy de noche, mucho, y seguían durmiendo su “hermanoto”, su madre y su padre como si no pasara nada de nada. Su “hermanoto” seguro que con el chupete-ventosa en la boca. Ahí, al lado de su madre que dormía con esas cosas en las orejas y al lado de su padre que no dejaba de roncar con esos ronquidos monstruosos. Como si no pasara nada de nada. Y sí pasaba, claro que pasaba, porque al otro lado de la pared las voces no se callaban, ni tampoco los hipos que ahora ya no sabría decir de quién eran porque parecían de él y parecían de ella, ni paraban los ruidos que eran muchos y distintos, ni paraban los golpes en la pared que cada vez eran más rápidos, ni se callaban las voces que cada vez eran más difíciles de no oír, él que sí y ella que no.

No era la primera noche que oía esos ruidos al otro lado de la pared, en casa de su vecina favorita, no era la primera vez, porque algunas veces, algunas noches ya se había despertado con ellos. Pero nunca habían sido tan grandes, ni tan seguidos, ni durante tanto tiempo... Pero él no iba a ir hasta la cama de sus padres a decírselo porque estaba muy oscuro y ya fue alguna vez y ellos le dijeron que no pasaba nada, que era una pesadilla… y no le hicieron hueco en su cama y tuvo que volver a la suya y ya no se acuerda de más. Y otra vez también fue hasta la cama de sus padres a decírselo y entonces lo dijo tantas veces que al final se levantaron y fueron hasta su habitación y entonces le dijeron que eso no era nada, que eran cosas de mayores... Y le dieron un vaso de leche pero ni le dejaron ir a su habitación, ni le hicieron hueco en su cama. Le gusta dormir con sus padres en su cama, él en medio de los dos y su “hermanoto” fuera. Pero ya nunca le dejan quedarse...

Al otro lado de la pared cada vez se escuchaban más ruidos, muchos, muchos ruidos y las voces eran más fuertes, y los golpes, los golpes, los golpes, no paraban. Y a él le parecía que su vecina se estaba quejando, y diciendo “por favor, por favor para…” seguía siendo muy de noche, mucho y él lo que tenía era cada vez más sueño, mucho, muchísimo sueño, bueno y un poco de miedo también. Se le abría la boca y los ojos no querían, no podían abrirse, si no fuera por los ruidos... se dormiría...

Y de pronto se pararon. Dejó de escuchar los golpes. ¿Se habían parado? Dejó de escuchar las palabras. Intentó no respirar para oír mejor, pero solo alcanzó a escuchar una puerta y a alguien que corría por las escaleras.

Y entonces sí, entonces quiso ir hasta la cama de sus padres, decirles que algo había pasado, que primero hubo muchos ruidos, y voces y quejas y que de pronto se habían callado, pero alguien había corrido muy deprisa, mucho, escaleras abajo... Como en las películas, en las películas en las que es de noche y se oyen ruidos y todo está muy oscuro y la persona que está con el muerto es el asesino. En los millones de películas en las que ya ha muerto alguien.

Quiso ir, darle a su madre en el brazo para despertarla, decírselo, ver si a su vecina favorita le pasaba algo, algo malo. Porque tenía que ser muy malo, pero... el silencio y el sueño pudieron al fin con él y sin querer se durmió.

Y no se volvió a acordar hasta que dos días después la policía llamó a la puerta de casa para preguntar si alguien había escuchado algo dos noches atrás. “¿Algo de qué?” había preguntado su madre. Y el policía mirándole a él y al hermanoto que, cómo no, tenía su chupete puesto, y se estaban asomando desde la puerta del comedor, le dijo a su madre: “¿Puede salir un momento aquí al rellano para contestar unas preguntas?” Y mamá dijo: “Me está asustando… ¿Qué ha pasado?” Pero también volviéndose a nosotros, al hermanoto y a mí, dijo: “Javi cuida de tu hermano cinco minutos, que tengo que hablar con este señor de cosas de mayores…”

Y como siempre, nadie me preguntó a mí, y yo sí, yo sí que había escuchado algo.

©Rocío Díaz Gómez




Os dejo con este pequeño vídeo del día de la entrega.

Y ya solo me queda, desde aquí, volver a darle las gracias al niño protagonista de mi relato, a Javi, al que yo sí que le hice caso y le mandé a que lo contara y me ha traído esta buena noticia; a la Asociación Raphaelista por considerar que mi relato se merecía el premio y por su amabilidad en todo momento; y a mi hermano Alberto por aparcar sus responsabilidades y tareas para recogérmelo.

martes, 27 de diciembre de 2016

Presentación de "La palabra y la carne" de Javier Díaz Gil



Tengo fila de entradas para poner en el blog, y quiero hacerlo antes de que termine el año. Así que allá voy, estoy ya cogiendo carrerilla...

Ésta primera está dedicada a una presentación de un libro. Me estoy refiriendo al poemario "La carne y la palabra" de Javier Díaz Gil, publicado por Ruleta Rusa. Tuvo lugar el martes pasado, el martes 20 de diciembre de este 2016, hace una semana ya. 



Para ser la presentación de un libro de poesía hubo mucho público y el encuentro resultó bastante distendido.

Estuvimos en un lugar bien chulo, la librería-champanería María Pandora, en Las Vistillas, en Madrid. Un lugar muy acogedor. El autor, coordinador de nuestra tertulia literia Rascamán, que había publicado ya su quinto poemario me pidió que le presentara, para ello leí una reseña literaria que yo había escrito previamente de su libro. Quería dejárosla aquí. 

Casualmente hoy es San Juan Evangelista y, cómo después comprobáreis en mi reseña, este poemario parte de un versículo suyo.

También quería dejaros con dos momentos de la presentación en dos vídeos y alguna que otra foto, para que podáis haceros una idea de cómo fue desarrollándose el evento. 

Aquí tenéis un momento de mi presentación en el vídeo, y a continuación os copio el texto de la misma.








RESEÑA del poemario “LA PALABRA Y LA CARNE”

Javier Díaz Gil (Madrid 1964) ha publicado nuevo poemario: “La palabra y la carne”.
Qué título tan sugerente. Inevitablemente, su lectura nos lleva a la cita del evangelista Juan 1:14:
14Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros…
Javier Díaz Gil publica un nuevo poemario y lo hace a lo grande. Pues ya para empezar ha elegido uno de los misterios más grandes de la Biblia y se hace eco de él no solo en el título de su poemario, sino que lo toma como de referente y guía en la estructura de éste. Aunque lejos de escribir un poemario místico, nos regala un poemario casi amoroso, donde su intención es indagar en esa dualidad del Verbo y La Carne. Todo el poemario es una búsqueda, un estudio de esa dualidad, que finalmente el poeta no entiende sino como la complementariedad de los dos términos de la cita del evangelista. Tal y como sintetiza en el soneto final.
Pero no adelantemos nada. Sigamos los derroteros de este viaje, dejemos habitar al Verbo entre nosotros, y disfrutemos con el diálogo que se establece entre ellos, paso a paso, poema a poema.
Tras un minucioso y elaborado prólogo del poeta José Cereijo que les animo a leer despacio, comienza este poemario.
"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios." Nos decía en el primer versículo de su Evangelio el Apóstol Juan. En el principio era el Verbo, por ello el poeta Díaz Gil sitúa la primera parte (son cuatro en total) de su poemario en “El Verbo”. Y la encabeza una cita del maestro Ángel González: “Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”. Qué bueno Ángel González, qué bien elegida su cita, para esta primera parte compuesta por 15 poemas que nos hablan precisamente de eso, de la palabra, del verso, de que en el principio de toda creación poética está ese impulso a hacer poesía de cada sensación, cada instante que contempla el poeta.
No en vano, en esta primera parte tenemos ya una poética en la pág. 24 de la que extraemos algunos versos para completar esa idea: Del blando temblor de una caricia, de la luz amarilla de los atardeceres, del agua, de las sonrisas… De todos esos instantes llega el verso que alcanza al poeta: “Es este verso/el que me alcanza/ Yo/ solamente soy/ su sombra”.
La palabra estaba en el principio, y así la sitúa también nuestro poeta, pero la grandeza del misterio estuvo en que la Palabra, el Verbo se hizo carne. No bastó la Palabra, tenía que haber más, no quedarse en eso. Por eso se hizo Carne y alcanzó gloria. Recordamos la cita de Juan:
14Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Cómo no podía ser de otra forma, no olvidemos que estamos recreando el Misterio de la Encarnación, Javier Díaz Gil bajo el subtítulo de “La Carne” engloba la segunda parte de su poemario. También encabezada por otra cita, en este caso de Kavafis: “En sueños, cree poseer el cuerpo, la carne deseada”.
Y qué bello el primer poema de esta segunda parte: “A veces/cuelgan ángeles de tus labios,/la pirueta perfecta/la cicatriz de sus alas/desnudan la cintura de lo eterno.”. Pág. 36
Creo que es uno de los que más me gustan de este poemario. Breve, conciso, pero también etéreo, mágico. Qué pocos versos para decir tanto. Los mejores versos para la transición entre el Verbo y la Carne.  
Esta segunda parte se compone de trece poemas, en los cuales el poeta se detiene en el cuerpo, en lo físico, lo tangible, lo material. “Es en tu piel secreta/la que se esconde/bajo tu blusa/donde quiero morir…” Pág. 38. Toda una declaración de intenciones.
La piel, las gotas de sudor, sus rodillas, el sexo. Vamos recorriendo los poemas en un ir recorriendo el cuerpo de la amada. Demorándonos lascivos, golosos, en esos detalles que recoge la mirada del poeta, la voz del poeta.
¿No es el cuerpo, acaso, el misterio de la encarnación? Ese misterio del que nos hablaba el apóstol Juan, su evangelio. Ese cuerpo, esas sensaciones que nos trasmite y que escapan a toda reflexión, como los misterios de la biblia, como el Deseo. Ese Deseo en mayúsculas que el autor nos deshace en versos y palabras: “Serán/ mis diez dedos agua/ atravesando/ tu cuerpo.” Pág. 38.
Y ya no solo el cuerpo de la amada, sino también el cuerpo mismo, del poeta. Su naturaleza material, donde habita la palabra. ¿Por qué de todos cuántos fuimos niños, solo algunos se hicieron poetas? La mirada del poeta vuelve a la infancia en esta parte del libro: “Tierra en la suela/ de los zapatos./ No hay marcha atrás./ de la infancia”. Pág.42.
El cuerpo, la tierra, lo tangible, y lo que deja de serlo por el paso del tiempo. El paso del tiempo ese enemigo que, sin embargo, guarda las ausencias: “Muero en la bajamar/ invocando tu vuelta./ No volverás./ El padre retenido por sirenas./ El padre detenido.” Päg. 44.
Cuántos grandes temas aborda el poeta en esta segunda parte a poco que lo pensemos.
Pero además Díaz Gil da un paso más allá y no se contenta solo con hablar de La palabra y la Carne, sino que sin remedio, pero con solución de continuidad, siempre cada haz de una hoja tiene su envés. Y sin remedio a la segunda parte de “La Carne”, le tiene que continuar una tercera: “Negación de la carne”.
Ya nos tiene acostumbrados el poeta a esas citas que encabezan e iluminan cada parte de su libro: “Y una vez más, como tragedia, ronda el olor a carne rota” de Silvio Rodríguez.
“El olor a carne rota” qué tremendo. Cómo tremendos son los temas que aborda aquí el autor, porque no en vano muchos poemas de esta parte abordan la tragedia de la Anorexia. De forma muy sutil y delicada, por supuesto. Más difícil todavía.
III. JURO que volveré./ tened paciencia,/ tan solo escapé de mi cuerpo,/ de este cuerpo que ya/ no reconozco.” Pág. 54
Cuánto dolor el encerrado en estos versos, cuánta tristeza. “La puerta de mi habitación/ es mi defensa.” Pág. 56. Cuánta soledad. Un poemario encerrado en otro poemario es esta tercera parte, tal es su fuerza.
Permitidme que no me demore más en esta parte, tan certeros son los versos que aluden a esta enfermedad, que te encogen el alma.
Y llegamos a la cuarta, y última parte de este poemario, la titulada “Palabra-Materia” que se compone de un solo poema, un soneto.
No hemos comentado aún en esta reseña que la mayoría de los poemas de este “La palabra y la carne” están escritos en verso libre, técnica que el autor domina a la perfección, con soltura, no exenta de imágenes, ni ritmo, pero con claridad, devolviéndonos a los lectores una poesía directa, y sobre todo muy cercana. Con ella Díaz Gil logra trasmitir, llegar al lector, conmoverle. Un acierto.
Sin embargo en esta última parte el autor recurre a una forma clásica, el soneto, para llevar a los versos todo cuánto nos quiere trasmitir como idea general del poemario, pero de tal forma que queden encerrados en él. No puede haber Palabra, sin Carne, ni Carne sin Palabra. Nos dice finalmente el poeta con este soneto. Es una dualidad que se entrelaza, que se necesita para existir.
Eso lo resume clara y perfectamente en los dos últimos versos del soneto, y por tanto del poemario:
Si suena del relámpago el disparo,
Tu carne, tu palabra son mi amparo.

Qué buen broche.
Qué buen poemario.


Rocío Díaz Gómez
Octubre de 2016
 

Comparto ahora con vosotros otro vídeo, ahora del turno de Javier Díaz Gil  (http://javierdiazgil.blogspot.com.es/) recitando sus poemas. 
 
El autor nos leyó, por supuesto, muchos de los poemas de este libro. Y también otros de sus libros "El ángel prometido" y "Vivo extramuros". Además de otros tres que llevaba preparados, terminando con el titulado "Poema para un final" que ya le había escuchado en otras lectura y que resulta el broche perfecto. 
 
 Como se trataba de poemas de distintos libros, la lectura era variada y amena. Podíamos escucharle poemas muy dramáticos como alguno dedicado a la anorexia que está en este último poemario, como los de su serie de fantasmas y ángeles, tan irónicos, de su poemario "El ángel prometido"; algunos absolutamente amorosos como otros que constituyen verdaderas poéticas. Poemas, como veis, no solo de diversa temática, sino también longitud y tono. Además el autor iba explicando antes de que cada poema de dónde había surgido. Es un acierto ir alternando la poesía con la explicación, sobre todo para los que estamos más acostumbrados a la prosa. De todos modos la poesía de Javier Díaz Gil es muy sugerente y sencilla, no exenta de profundidad pero al mismo tiempo muy cercana. No es recargada ni ampulosa, todo lo contrario, y te llega y te conmueve.




Las fotos son de la familia de Javier Díaz Gil y de Paloma Gómez de las Heras, desde aquí mi agradecimiento porque son el mejor recuerdo.

Fue una velada muy agradable en torno a la poesía. 

Toda una celebración, porque nos reunimos allí con motivo de la publicación de un libro, más exactamente un poemario, y eso siempre hay que celebrarlo.