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martes, 8 de marzo de 2011

"En el país de los cuentos de hadas" un relato de Rocío Díaz Gómez para el 8 de marzo




Como es el día internacional de la mujer trabajadora he pensado que podía dejaros con uno de mis relatos dedicados a las mujeres.

Es un relato poético, metafórico, con algo de ensayo, aunque tiene su historia...

Pero qué tontería, los poemas y los relatos no se explican, se leen, se piensan, se saborean y ya.

Este relato fue primer premio en el año 2006 en el IX Certamen de Relatos Breves "Retratos de Mujer" que organiza el Ayuntamiento de Jaén.

Fue una entrega de premios en un lugar muy elegante, muy andaluz, con un patio interior lleno de grandes macetas con aspidistras muy típico, con columnas, y una sala con bancos de madera y vidrieras de colores. Nos trataron muy bien, luego nos sirvieron una copita de vino andaluz. Y conocí Jaen, que no lo conocía... En fín esas cosas buenas que traen los premios literarios.








Érase una vez un día que quise volver al País de los Cuentos de Hadas...

Quise “volver a los tiempos remotos, cuando bastaba desear una cosa para que se cumpliera”, quise creer que se podía desandar una vida, que podía uno volver a inventar su propio cuento...

Porque el día que quise volver al País de los cuentos de Hadas, a Cenicienta le habían crecido los pies, le habían crecido cuando ya ni en China gustaban en las niñas los pies pequeños, cuando ya ni en China gustaban las niñas...

Y era entonces, cuando la Cenicienta que había en mí, gastaba un 40 largo, lucía botas con plataforma y marujeaba orgullosa entre electrodomésticos de última generación. El tostador y la freidora, el lavavajillas y la vaporetta, el microondas y la thermomix habían dado la jubilación anticipada a un hada madrina que lejos de sentirse aparcada, de viaje en viaje del Imserso, hacía bailar su varita mágica, con mucho más estilo que una majorette.

Mientras, Cenicienta gustaba y tenía tiempo de leer y leer libros, aprobar oposiciones e inventar cuentos de otras hadas a las que inventar una vida feliz. Inventar.

Porque el día que quise volver al País de los cuentos de Hadas, había conocido a un Príncipe azul que le olían los pies, le habían salido entradas en la regia frente y disfrutaba aún más que los enanitos, viendo correr despavoridos tras una plebeya pelota a 11 príncipes mucho más azules y más atléticos que su Alteza Real... Si era verano y tumbada a su lado esperaba rendida y de sus labios un beso de amor, lo único que se dejaba sentir cerca de mí, era un calor de mil demonios... Si era invierno, sus pies congelados enfriaban cualquier leve intento de pasión, obligando a mi cuerpo a atrincherarse entre la mediana de la cama y la mesilla, en tan complicada posición que necesitaría después cajas y más cajas de relajantes musculares y masajes y más masajes de Bestias de descolorida sangre roja pero que me harían sentir más, mucho más Bella que me había sentido nunca jamás al lado de Él.

El día que quise volver al País de los cuentos de Hadas, la Blancanieves que había en mí, cansada de su pálido destino, había cogido gusto a un color más tostado y saludable de la piel, delante del espejo se descubría mejor morena, y se tumbaba boca arriba, boca abajo, de sol a sol. La Caperucita que había en mí, había aprendido corte y confección y de su capa se había hecho un conjuntito de ropa interior de lo más escotado y colorado con el que soñaba comerse al lobo, enterito, de un bocado y mucho mejor... La Gretel de mi infancia, había descubierto que con un solo tetra brick podía hacerse para ella solita toda una urbanización de casas de chocolate sin necesitar de la ayuda de nadie... Las sirenas se habían quedado afónicas de tanto cantar y exigían una indemnización por las condiciones laborales tan precarias, por exceso de humedad, por interminables horarios, más, dada la urgente necesidad de modernizarse luciendo neopreno, un plus para vestuario...

El día que quise volver al País de los cuentos de Hadas, a mi Juan sin Miedo le daba pavor declararse, comprometerse, perder su preciada independencia. Por más que el Rey de mi casa, le concediera una mano de la Princesa, y luego las dos, un pie y luego los dos, por más que le concediera la Princesa entera y la misma Princesa acurrucada que había en mí, se ofreciera desnuda y de cuerpo presente, a mi Juan sin Miedo le castañeaban los dientes, tartamudeaba excusas y perdía el pie y algo más por salir huyendo vencido por el pánico de la paternidad y el compromiso.


El día que quise volver al País de los cuentos de Hadas, no encontré héroes que vencieran a mis dragones, ni caballeros a quién tirar escalas, ni largas trenzas por las que trepar. No encontré ningún sastrecillo valiente que matara al gigante. No hubo ningún hombre de luenga barba blanca y sabio muy sabio para mostrarme el camino.


Me moría por un príncipe con toda mi alma, me moría por un amor que mataba. Un malvado, un brujo que no encontraba su final en ningunas llamas, un genio cruel cuya botella me empeñaba yo en destapar... una y mil veces.


El día que quise volver al País de los cuentos de Hadas, aún no sabía que un tratado adulto e internacional había desdibujado sus fronteras... Un tratado adulto, como adulta ya era yo.


Y hubiera apelado al cumplimiento de no sé cual artículo de la Convención Internacional de los Derechos de las niñas donde se exigía que debíamos tener los pies pequeños, que debíamos encontrar un príncipe azul, que debíamos hacernos adultas cuidando de una familia entera de héroes y princesitas que leyeran cada noche cuentos de hadas...

Pero no supe donde apelar... con el paso de los años había olvidado dónde buscar el País de los cuentos de Hadas.

©Rocío Díaz Gómez

En el País de los cuentos de Hadas


1 comentario:

  1. Oye bonito de verdad, con su intriga por ver si encuentra en Pais de las Hadas o el príncipe azul, pero al final la niña paso de todo y se hizo mayor para comprender que ni principitos ni gaitas.
    Me gusta tu forma de escribir, no me extraña que te dieran el premio.

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