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jueves, 11 de marzo de 2010

Aquel 11 de marzo de 2004...



Todas las mañanas cuando me levanto lo primero que hago es “encenderme a” la radio. Por supuesto hoy, en la hora aproximadamente que yo paso escuchándola, varias veces han recordado aquel 11 de marzo de 2004, “el peor atentado de nuestra historia” ha dicho Juan Ramón Lucas.

Como ocurre con tantas fechas que se te quedan en la memoria por buenas o malas razones, hoy mientras venía a trabajar, en el metro, yo podía recordar aquella mañana como si hubiera sido ayer mismo.

Los avisos constantes y cortantes de la megafonía del metro, los de la RENFE, la intranquilidad en los ojos de los demás viajeros que me rodeaban, las caras interrogantes, el silencio, el presagio de que algo malo debía estar pasando porque tanto aviso no era ni medio normal. Madrid es tan grande… pero sin embargo muchos a esas horas estamos bajo tierra, conectados de forma invisible por vagones y avisos de megafonía.

Hoy cuando venía a trabajar, yo no leía como hago siempre. He preferido detenerme a mirar a mis compañeros de vagón, he preferido recrearme en la certeza de que podía reconocerles: la chica de pelo largo y rizado que siempre lee un libro muy gordo, la delgadita de la trenca blanca y carpeta, el hombre que siempre espera haciendo crucigramas en un banco… Los mismos de todos los días. Siempre las mismas personas, las mismas y conocidas caras, los mismos gestos, mis compañeros de viaje de cada día, mis iguales cada mes, año tras año. Frágiles y anónimos.

Aquel marzo de 2004 yo escribí algo, supongo que como una forma de despegarme de dentro esa sensación horrible de estar debajo de Madrid cuando todo estaba ocurriendo, de estar en otra estación, otro vagón. Para echar fuera la rabia, la impotencia, la incomprensión. Una compañera después me lo pidió y se llevó mi escrito para dejarlo colgado con tantos otros en una de las estaciones de RENFE más afectadas, la de Santa Eugenia. No sé que fue de aquel escrito mío.
Pero hoy, perdonadme que quiera dejároslo aquí. No lo he retocado, es como fue, un desahogo hecho palabras.



Cuando matar no es por supervivencia

Rocío Díaz Gómez


Próximo tren procedente de Guadalajara con destino Atocha.
Hace paradas en todas las estaciones de su recorrido.

Porque te lo debemos.
Porque quizás hasta corriste para coger ese tren.
Porque fuiste una de las caras que alguien miró, mientras disimuladamente firmaba con tu nombre bajo el asiento.
Porque aún así, aún así, lo hizo.
Porque tu corazón estalló en millones de lágrimas que mojaron Madrid de impotencia. De rabia. De pena.


Suspendido el servicio en línea 1, entre Atocha y Pacífico
Suspendido el servicio en línea 1, entre Atocha y Pacífico


Porque alguien te está buscando de hospital en hospital.
Porque no te va a encontrar. No.


¿Quién irá a buscar a tu hijo a la guardería?
¿Quién recordará a tu madre que tiene que tomarse las pastillas?
¿Quién ahogará un “buenas noches” en tu lado de la almohada?


Porque solo tienen derecho a matar los animales. Y lo hacen cuerpo a cuerpo. Y lo hacen por supervivencia.
Porque todos lloramos por dentro. Todos. Lloramos.
Porque te lo debemos.
Porque vamos a tu lado, de pie y cogidos a la barra. A tu lado, apretados y aún con sueño.
Porque te lo debemos. Te lo debemos.


Atención viajeros: El servicio Cercanías RENFE está suspendido
Atención viajeros: El servicio Cercanías RENFE está suspendido

©Rocío Díaz Gómez
Marzo 2004

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