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lunes, 6 de julio de 2009

"A dos pasos de cebra de ti" Relato de Rocío Díaz


Este relato es una carta de amor.


Le dieron el segundo premio en el Concurso de Declaraciones de amor 2007 organizado por el Ayuntamiento de Roquetas de Mar (Almería). Y fue publicado en un libro en el que reunieron las cartas premiadas con algunas más que se habían seleccionado.


Espero que os guste.





A dos pasos de cebra de tiRocío Díaz





¿Sabes? encargado nocturno de la gasolinera,

Hace mil y una noches que estoy aquí.

Aquí, a escasos metros de ti. Aquí mismo. A dos pasos de cebra de tu persona y doscientos mil años luz de tu atención. No soy otro semáforo que cambia solo de color, ni otro aspersor que riega intermitente, ni otra farola que se ilumina sola. Aunque también cada noche, a cada poco, me puedes ver casi quieta y callada y en el mismo sitio, también sola. Ya, ya sé que no sabes. Soy tan transparente, tan invisible ante tus ojos como cualquier semáforo, cualquier aspersor, cualquier farola con la que comparto acera. Aunque yo soy parte del mobiliario físico de este polígono industrial. Una más de mi grupo. Pero tú no sabes, te has acostumbrado tanto a nosotras, que si alguna vez me viste, o quizás me desvestiste con esos ojos miopes tuyos, ya de eso, ni tan siquiera te acuerdas.

Por eso te escribo esta carta. La primera de muchas que vendrán después, si no te importa. Aunque no sé si a esta hoja arrancada de uno de mis viejos cuadernos de apuntes, apretujada de pensamientos color “azul bic cristal”, se le puede llamar carta. No he escrito demasiadas en mi vida, no sé ni como empezarlas. Hasta ahora la más difícil y la más larga solo tuvo cinco o seis renglones. Fue la que dejé sobre mi almohada para decir que me iba. Hace solo dos cursos pero es como si hubiera vivido dos vidas más después de aquella primera. Ahora sé que no era una mala vida la que dejé, ahora, que ya no tiene remedio. Lo malo fue la decisión de irme, ahora también lo sé, ahora que ya nunca hay decisiones buenas que tomar. Pero no te preocupes que no te escribo para contarte mi vida. Esa, no tiene ya interés ni para mí.

Pero supongo que lo primero es presentarme. Me llaman Filo. De filósofa, no es que sea mi nombre. El verdadero lo dejé junto a la carta sobre aquella almohada. Me llaman Filo porque dicen mis compañeras que le doy mucho a la cabeza. Por aquí, y en eso, no se pierde mucho tiempo. Soy una ratita de esquina, la ratita de ojos azules más presumida de este lado de la acera. La que malvive a dos pasos de cebra de tu gasolinera, la que cada noche barre y barre con decisión cualquier clase de polvo que se ponga por delante. Pero aunque aún debo tener años para que me sigan contando cuentos, yo ya no me creo ninguno. Por fuera parezco demasiado joven, por dentro soy demasiado, demasiado mayor para cuentos. Quizás por eso lo que se me da bien es contarlos. Me sobra experiencia. Y creo que hasta me gusta, me gusta inventarme otras vidas, probarme otras pieles y arrebujada dentro de ellas intentar sentir... Porque se me está olvidando sentir ¿sabes? no, tampoco lo sabes, ya lo sé. Pero así es. Aunque tú no lo sepas, aunque te cueste creerlo, de no sentir se me está olvidando hasta como se hacía...

Pero todavía te estarás preguntando por qué te escribo... Pues porque hace mil y una noches que quiero decirte que, junto a las farolas, tu y yo compartimos nocturnidad y alevosía. Un murciélago tú. Una luciérnaga yo. Tú oscuro para el que para a repostar y yo fluorescente para el que también para ¿a repostar? Distintos, pero los dos invisibles. Duraremos en la memoria de nuestros clientes el rato que estén con nosotros, el rato que dure nuestro servicio, no más. Eso, unido a que se me esté olvidando sentir, me hace pensar cada vez más en las gomas. Y no sonrías, no, me refiero a las de borrar... Perdóname, la verdad es que no sé si estarás sonriendo, desde aquí solo acierto a ver que estás agachado leyéndome, leyendo esta carta que una vez terminada, me habré atrevido a dejarte bajo la puerta, camino de los lavabos de la gasolinera. Perdóname si he dado por hecho que sonreirías al leer “gomas”, no son más que gajes del oficio. Pero te confieso que así me veo algunas veces, como si algo me estuviera borrando con una goma de esas de milán de mi primera vida, borrándome poquito a poco, o con una de esas blancas de nata que olían tan bien, borrándome a conciencia, por todas y de todas partes.

Por eso hoy he cogido uno de mis viejos cuadernos y me he puesto a escribirte. A ti. Encargado nocturno de la gasolinera. A ti que, aunque no lo sepas, eres a quién tengo más cerca. Porque me sobra experiencia para inventar pero me faltan oídos. Y quizás tú, quizás, me leas hasta el final. Esa es la única cosa que creo haber hecho bien desde que escapé de casa, seguir leyendo, leer mucho. Será porque quizás no es más que otro vicio, ya sabes, somos muy viciosas... Por las tardes, cuando aún no me he transformado en la ratita más presumida de esta esquina, voy a la biblioteca y leo todo lo que cae en mis manos, todo. Sí, pensarás, la ratita presumida no es más que una gris de biblioteca disfrazada. Pues sí, aunque al verme barrer en mi esquina nadie lo creería... Pero así ha sido como en uno de esos libros he conocido a Sherezade. No sé si sabrás quién era... pero que más da. Quizás hasta fui yo, yo en otra de mis vidas.

Como Sherezade he pensado cada noche contarte un cuento. Te lo escribiré por la tarde y lo dejaré bajo la puerta de tu garita cada noche camino de los lavabos. Como otro ratón, como el ratón Pérez de mi otra vida y siempre, si no te importa. Te lo contaré a ti, para quién las noches son tan eternas como para mí. A ti, que quizás también necesitas compañía, como yo. Compañía de la buena. Te lo contaré a ti, como si fueras el gran Visir de este polígono industrial.

Y te lo contaré, si tu me dejas, para sobrevivir una noche más. Para no compartir el destino de mis compañeras en esta alcantarilla. Para que los polvos que barro se vuelvan mágicos sin tener que decir “abracadabra”. Para que las gomas de nata no acaben borrándome del todo. Te lo contaré para intentar volver a sentir.

Y después... después, encargado nocturno de la gasolinera, después de mil y una noches, ¿querrás tomar un café conmigo cuando amanezca?.



© Rocío Díaz Gómez

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